Disparos en el Príncipe, quema de vehículos en gran parte de los barrios de Ceuta, agresiones... De acuerdo a un estudio divulgado por la Asociación Estadounidense de Psicología, residir en vecindarios con altos índices de violencia puede tener repercusiones en el desarrollo de los niños.
En concreto, puede modificar la manera en que una región del cerebro percibe y responde a potenciales amenazas, lo que posiblemente derive en una deteriorada salud mental y otros efectos adversos, tal y como recoge Europa Press.
Sin embargo, según informa la revista Developmental Psychology, los padres afectuosos pueden contribuir a resguardar a los niños de estos efectos perjudiciales.
Con el fin de investigar si la exposición a la violencia comunitaria también podría influir en la reactividad de la amígdala en los niños, los investigadores examinaron datos de 708 niños y adolescentes, con edades comprendidas entre los 7 y 19 años, obtenidos de 354 familias inscritas en el Estudio Neurogenético de Gemelos de Michigan (EEUU).
La mayoría de estos individuos procedían de vecindarios con niveles de pobreza y desventaja por encima del promedio, según lo indicado por la Oficina del Censo de EEUU.
El 54 por ciento de los participantes eran niños, el 78,5 por ciento eran de etnia blanca, el 13 por ciento eran afroamericanos y el 8 por ciento pertenecían a otras razas y etnias. Estos participantes residían en una variedad de áreas, incluyendo zonas rurales, suburbanas y urbanas en Lansing, Michigan, y sus alrededores.
Los adolescentes completaron diversos cuestionarios que exploraban su exposición a la violencia comunitaria, la relación con sus progenitores y el estilo de crianza empleado por estos últimos.
Además, se les realizó resonancias magnéticas funcionales para escanear sus cerebros mientras observaban rostros con expresiones de enojo, miedo, felicidad o neutralidad.
En términos generales, los investigadores observaron que los participantes que residían en vecindarios más desfavorecidos presentaban una mayor exposición a la violencia comunitaria.
Asimismo, aquellos que indicaron una mayor exposición a dicha violencia mostraron niveles elevados de reactividad de la amígdala frente a rostros con expresiones de miedo y enojo.
Estos resultados se sostuvieron incluso después de controlar variables como los ingresos familiares, la educación de los padres y otras formas de exposición a la violencia en el hogar, como la disciplina severa y la violencia doméstica.
Por otro lado, se observó que los padres afectuosos parecían mitigar la relación entre la violencia comunitaria y la reactividad de la amígdala de dos maneras.
Estos hallazgos subrayan cómo los padres cariñosos y comprometidos están respaldando el bienestar de sus hijos, incluso en contextos potencialmente hostiles, y ofrecen pistas sobre por qué algunos jóvenes mantienen su resiliencia a pesar de enfrentar adversidades.
En resumen, los investigadores enfatizan la necesidad de implementar soluciones estructurales para proteger a los niños del impacto negativo de la exposición a la violencia comunitaria.
También resaltan cómo los padres sólidos y positivos pueden fomentar la resiliencia entre los niños y adolescentes expuestos a la adversidad.
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