Antonio, un buen amigo, le explicó la experiencia con aquel comercio que se instaló frente a su establecimiento y, vendiendo lo mismo, le hizo una competencia salvaje. Las ventas bajaron porque la clientela se repartió entre ambos. Entonces, Antonio, en vez de presentar quejas y denunciar inútilmente los manejos de su competidor que por cierto era muy poderoso, decidió poner en práctica técnicas elementales. Ofreció lo mismo que el de enfrente pero más barato, con más facilidades y más seriedad. Aprovechando que su tienda estaba mejor situada y era más grande, explotó estas ventajas hasta el final. Y salió triunfador de la prueba porque el competidor acabó abandonando y sus empleados se marcharon o fueron despedidos.
Adalberto recordó estas experiencias de su amigo Antonio mientras miraba a Gibraltar en el horizonte. Estaba triste porque, según había leído en un libro editado precisamente en Ceuta, no existía en España una política de Estado respecto a la Roca. En la época de Franco, tras permitir que los británicos construyeran un aeropuerto en el istmo (1938), dio comienzo, años más tarde, una batalla inútil bajo el slogan Gibraltar español que no llevó a nada práctico. Después, se intentó desarrollar económicamente la costa circundante, el llamado Campo, y solo quedaron algunas industrias expulsando humos, para culminar con el cierre de la Verja, lo que aisló temporalmente a los llanitos del territorio español.
Al llegar el gobierno socialista con el ministro Morán en Asuntos Exteriores, hizo exactamente lo contrario: apertura de la Verja, Aduana en la frontera y facilidades para el paso de personas y sociedades off shore, con lo que la costa desde La Línea hasta Málaga, se llenó de este tipo de compañías que eluden la fiscalidad española en las transacciones inmobiliarias u otros negocios. Y ya en el último gobierno socialista, asistimos al desastre económico y político de las ciudades de La Línea o San Roque que aún perdura por lo que, frente a la pujanza económica de Gibraltar, a nadie de allí le gustaría ser español en esas circunstancias. Y, además, el citado gobierno Zapatero reconoció al premier gibraltareño Caruana como interlocutor y Moratinos visitó el territorio con toda naturalidad (2009). Adalberto notó que había enrojecido de vergüenza.
Ahora el gobierno de Rajoy, gira el timón 360º y regresa a defender la españolidad de la Roca y de las aguas territoriales, junto al viejo concepto del honor nacional, pero olvidando de nuevo la unidad de criterio seguida por Gran Bretaña a través del tiempo, además de no utilizar a algunos de los diplomáticos españoles expertos en la materia.
Adalberto, en su inocencia, aplicó entonces mentalmente el sistema seguido por su amigo Antonio en su tienda: que Gibraltar dispone de un puerto barato y con facilidades aduaneras, Ceuta igual. Que hay una base naval perfectamente dotada, Ceuta igual. Que la Roca pone en marcha un paraíso fiscal primero de manera oficial y luego enmascarado, pues Ceuta también (como tienen casi todas las grandes potencias). Que allí hay sociedades off shore, en Ceuta también. Que los llanitos tienen normas especiales de inmigración y orden público. En Ceuta, también.
Resumiendo, nuestro hombre pensaba que, ante un colonialismo agresivo que nos engaña en todo y todo el tiempo, era necesario competir con una política económica práctica, a cargo de diplomáticos competentes, pactada con la Oposición y mantenida a largo plazo. Sin saber por qué Adalberto se acordó de aquella frase de paso corto, vista al frente y mala leche (con perdón, pensó enseguida).
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