A sus 19 años Gonzalo Ramírez López compagina sus estudios en Educación Infantil con los paseos por Ceuta, su afición por el dibujo y el cine. “Lo normal”, señala el ceutí. Desde que era pequeño, afirma, se ha sentido un hombre, y no una mujer, género que se suele asociar al sexo con el que nació: “No era consciente de lo que me pasaba, pero sabía que algo me pasaba”. Con el tiempo, Ramírez se fue informando hasta que concluyó que era un chico trans. “En primer lugar me lo tuve que comentar a mí mismo”, revela. “La noticia fue bien acogida en casa y en mi entorno en cuanto a amigos”, añade con aire desenfadado, por lo que reconoce que en su caso todo fue “bastante fácil”. Hace nueve meses empezó con la terapia hormonal.
Gonzalo Ramírez admite que su infancia fue “un poco dura”; el rol que llevaba a cabo era “diferente” al de sus hermanas y sus gustos se correspondían con lo que, según las convenciones sociales “pertenecía a los chicos”. Sus preferencias, agrega, le hacían estar “mal visto socialmente”. Pero el joven recuerda que posee un círculo “bastante deconstruido”, lo que ha hecho “más ameno” todo este periodo anterior al tratamiento hormonal masculinizante. “Pero lo que es el exterior, le queda mucho por aprender”, apostilla Ramírez.
“Ser una persona trans en Ceuta no es muy complicado, pero sí es cierto que en esta ciudad cuando se enteran, te miran con otros ojos, vienen las preguntas incómodas, el desconocimiento...”, confiesa el joven. Hay ocasiones en las que puede ser más difícil: “En mi caso no he tenido muchos problemas, pero sí que puede acarreárselos a otras personas”.
Thiago tampoco se llegó a identificar nunca como una chica. Notaba que algo le inquietaba, que no lo hacía sentirse cómodo del todo, pero no sabía “ponerle una etiqueta”. No le gustaba su nombre anterior ni que se refirieran a él en femenino. Como para Gonzalo Ramírez, todo se hizo evidente cuando empezó a buscar más información sobre lo que lo afligía.
De pequeño no le gustaba el pelo largo. “Cuando veía a un chico por la calle decía, ojalá ser como él”, refiere el joven. Pero, resume, aparte de no sentirse bien consigo mismo, su niñez fue buena: “Mis padres nunca distinguieron entre cosas de chico y cosas de chica”.
Sin embargo, a sus 14 años, prefiere mantener el anonimato. No todos en su familia saben que se reconoce como un chico y hace poco más de una semana sufrió una agresión por parte de unos desconocidos por ese motivo.
Todo ocurrió, relata Thiago, cuando se encontraba en la Plaza Azcárate con un amigo y se acercó un niño a preguntarle si le podía dejar el monopatín con el que estaba. “Yo no le conocía, entonces le dije que no porque no me fiaba”, apunta el joven agredido. Una joven se aproximó más tarde para solicitárselo también y acabaron por sumarse varias personas que empezaron a abordarle con distintas cuestiones, “hasta que surgió la pregunta de si era chico o chica”. “Nunca había respondido a esto porque no me sentía cómodo, pero ese día me dije: es lo que soy, voy a responder. Y les dije que era un chico”.
Thiago detalla que la docena de chavales empezaron a expresar su incredulidad, a increparle por sus uñas pintadas y a gritarle que lo conocían del colegio y que él era una mujer. El chico, puntualiza, intentó evitar el tema, pero los otros jóvenes siguieron insistiendo en que era una fémina y comenzaron a llamarle maricón. Lo compararon con su hermana y llegaron a plantarle un vídeo ante la ojos en el que se veía cómo decapitaban a una persona. Lo amenazaron con hacerle lo mismo. Enseguida, los acosadores comenzaron a propinar a Thiago patadas y empujones:“Me sentía solo allí”, explica a este periódico.
“Tengo que decir que en cuanto a insultos, yo solté alguno porque no me quería reducir, pero nunca quise recurrir a la violencia porque era inútil para mí”, admite el joven. En cuanto pudo escaparse, así lo hizo y marchó a su casa.
“Me sentí mal. Por internet te llaman mujer o cosas así; detrás de la pantalla todo el mundo es valiente. Pero una situación en tus propias carnes, con tantas personas, porque no eran una ni dos, eran como 12... me paralizó bastante”, confiesa Thiago. Al llegar escribió a sus amigos, que se hicieron cargo de contar su historia a través de la red social Instagram. Prefirió hacer una denuncia pública porque una en la comisaría, aclara, siente que le “queda grande”.
El joven —que ha vivido la mayor parte de su vida en Ceuta— admite que sigue un poco en shock después de lo sucedido, que no pasa tranquilo por la plaza y ha perdido parte de la seguridad en sí mismo. Las lesiones en los brazos y las piernas, además, le impedían olvidarlo. A pesar de la fragilidad que evoca su aspecto menudo, los ojos expresivos del chico desprenden fuerza y determinación. “Me hace bastante feliz el que haya llegado a tantas personas y que esto se visibilice un poco más, de que cosas así siguen pasando y no quiero que la gente se sienta sola por eso”, declara.
Thiago guarda esperanza de que quienes lean y escuchen su testimonio tomen conciencia de la realidad de las personas trans. Todavía sufren el rechazo de buena parte de la sociedad e incluso, comenta el joven, de “personas cercanas, familiares, padres”: “Eso hace que todo vaya mucho peor. Incluso provoca el suicidio de muchas personas trans”.
“Quiero operarme del pecho, es algo que me da bastante disforia”, explica Thiago en referencia a que esta parte de su cuerpo le provoca una sensación de incomodidad o molestia porque no lo reconoce como propio del género con el que se identifica. En unos años, se imagina viviendo en otra ciudad y estudiando una carrera. Aún no sabe cuál, pero espera que sea una formación que luego le proporcione el dinero suficiente para iniciar una terapia hormonal y pasar por las intervenciones quirúrgicas. “Son mis sueños y espero que puedan hacerse realidad”.
Gonzalo Ramírez cumple en junio un año desde que tomo la primera dosis mensual del tratamiento masculinizante. Cuando acudió al médico de cabecera, el facultativo lo derivó al endocrino. Pasó por una serie de análisis y, en menos de dos meses —relata— recibió la primera toma.
Ramírez recomienda mucha paciencia. Tanto para quienes pasen por el tratamiento como para quienes le rodean. Y recuerda que “no es necesario” que se lleve a cabo el proceso a solas, de este modo, es más difícil, por lo que invita a quienes lo quieran atravesar a que busquen apoyo, ayuda profesional. Pero, insiste, no se es menos válido por no querer hormonarse. Hay quienes prefieren no pasar por el tratamiento y siguen siendo personas trans.
El ceutí de 19 años, de los primeros cambios que empezó a percibir fue el de la voz. “Tienes a lo mejor un poquito más de fuerza, un poquito más de hambre”, enumera Ramírez. También aumenta el vello corporal, se “ensancha” un poco el cuerpo y se redistribuye la masa corporal. “No es nada duro, es lo que yo quería, entonces a nivel emocional y personal la verdad es que ha sido una gran mejoría”, confiesa.
Gonzalo Ramírez se declara bastante feliz. Y espera que pronto se puedan solucionar los trámites burocráticos para corregir su nombre en el Documento Nacional de Identidad. En cuanto lo consiga, lo celebrará conformando como vicepresidente una asociación para el colectivo LGTBI+ en Ceuta. Estas gestiones no están resultando sencillas y el joven reclama más formación para quienes atienden estos casos, aunque añade que es un problema que se extiende a toda la sociedad.
“Todo este tema debería ser un poquito más asequible, porque lo que realmente necesitamos son derechos, pero derechos humanos, no de trans. Porque somos personas, no queremos que se nos reduzca a un colectivo”, defiende Ramírez.
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