Mi viejo amigo, el marinero, siempre navegó en barcos pequeños y lo sigue haciendo a pesar de sus años. Dice que los prefiere a los grandes porque parece que el barco pequeño es de uno mismo. En cualquier lugar que se esté - a proa, a popa o en la máquina - se entera uno de todo. Hasta en la cocina se echa una mano cuando hace falta ayuda o cuando se quiere “pescar” algo que echar al estómago.
Las noticias circulan con rapidez desde el puente de mando hasta el sollado; el Comandante no necesita portavoz ni gabinete de consulta o de crisis, pues la convivencia es íntima y permanente; todo se vive completamente en tiempo presente y las órdenes hasta se cumplen antes de haber sido dadas por completo.
Lo que no se ha oído se intuye, se sabe que tiene que ser así y todo marcha bien, aunque alguna vez se produzca un patinazo de poca importancia y que se corrige sobre la marcha. ¡Qué a gusto se vivía en aquellos barcos pequeños, aunque los tiempos fueran duros!
Se sabía de lo que el barco - tan pequeño - era capaz de aguantar la mar y de lo que el Comandante sabía manejar para que en ningún caso se produjera una situación de crisis.
Ya podía haber viento duro, hasta huracanado, y la mar desordenada, confusa, sin saber bien de donde venía, pero en aquél pequeño barco no había pánico. Cada cual tomaba las medidas de precaución que la experiencia le había dado a conocer y se seguía avante aunque más despacio por seguridad.
Ahora, mi viejo amigo está desconcertado con lo que pasa en España; no sabe a qué atenerse porque las noticias son confusas, tanto si vienen del Norte, del Este, del Sur o del Oeste y, sobre todo, porque no le parece que haya serenidad - además de conocimiento - en quien debe gobernar, en quien debe disponer lo necesario para que todo vaya marchando con seguridad, en quien , en definitiva, debería gozar de la confianza de los españoles, de todos los que compartimos los mismos peligros y dificultades en nuestro país.
Añora su barco de pequeñas dimensiones y del ambiente que en él se vivía, a pesar de que su velocidad era pequeña y que costaba mucho conseguirla a base de paletadas de carbón para mantener presión en la caldera.
Quiere volver a su pequeño barco, el de toda la vida, el que le enseñó a mantenerse en actividad y sin protestas a pesar de los vientos huracanados y mar confusa. Sabía lo que tenía que hacer para que el barco navegara con seguridad y llevara a cabo su misión, aunque costara mucho esfuerzo a todos los que en él navegaban y había alegría y no protestas.
Se sabía por qué y para qué se estaba en la mar, aunque las condiciones fueran duras y hasta parecía que la gente de a bordo, todos, presumía de la labor bien hecha a pesar de las muchas dificultades que se encontraban por todas partes.
Mi viejo amigo, el marinero, se hizo hombre en un pequeño barco en el que todos se ayudaban de verdad y tenían confianza en quien les mandaba. Ahora no sabe vivir en éste barco grande en el que no se tiene confianza en quien manda y que, además, parece no tener interés en aprender ni lo más elemental del arte de gobernar la embarcación.
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