La anciana que dejaron abandonada sus hijos en Terrassa, no es un caso aislado de desidia hacia los mayores, como piezas que han sido usadas y que no tienen valor de mercado, porque las páginas de sucesos de los periódicos están llenas de ellos. Han crecido las residencias en nuestro país, como negocio recogedor de ancianos que no pueden o no queremos que estén en casa, porque trabajamos, debemos hacer muchas cosas y no queremos limitar nuestro tiempo, a entretener viejos.
Los que ahora andamos la línea divisoria que hace añicos la madurez, para pasar a otra cosa que no queremos saber cómo se llama, andamos viendo las barbas remojar, pensando qué situación nos tocará vivir, no ya a los dictámenes de nuestros hijos, que lo mismo nos dan una lista de teléfonos y nos sueltan en un paso de peatones de anochecida, sino encima con las pensiones reducidas, los planes privados volados por las malas gestiones bancarias y la sanidad hecha unos zorros.
Somos la generación que nacimos en los sesenta, unos desgraciados, masificados en los colegios y universidades, los que tuvimos la suerte de pisarlas, porque hay muchos que no estudiaron y que se hartaron de trabajar, para ser ahora almas en paro. Con el tiempo a nuestras espaldas, hemos sido seleccionados para jubilarnos a los setenta, sin achaques, eso sí, porque no nos podremos dar de baja, porque nos saetearan la nómina y no tendremos ni para pagar gastos y nos echarán de nuestra casa, a medias con el banco. Y con suerte, si pasamos todas esas fases de video juego de los ochenta, lo mismo podremos disfrutar de unos años, hasta dar el batacazo final y ser protagonistas de una esquela.
Cuando ha habido que contribuir, hemos contribuido, cuando hemos tenido que callar ante nuestros padres, lo hemos hecho, y cuando ahora nuestros hijos dicen que es su tiempo, su libertad y su vida, nos rebelamos, pero poco, porque estamos tan hartos que nos hemos comido la hache y pasamos a estar más que jartos, de andar por esta vida.La anciana de Terrassa, tenía ocho hijos y se la dispensaban en plazos rigurosos, como los de hacer una tarta, con las porciones exactas de tiempo en cada casa, para que los hermanos no se encelaran, no de cariño, sino de hastío, porque ser viejo es un engorro y más si no tienes dinero. El matrimonio de Badajoz al que le dieron matarile, tenía seis hijos, cuatro varones y dos hembras y parece ser que el 40 años, fue el causante de que los padres murieran, acribillados con el arma familiar.
Si hacen memoria sabrán que este caso tampoco es insólito, que hay muchos hijos, que, con los padres ancianos, hacen uso de la violencia. La razón no me la pregunten, porque la desconozco, pero ¿saben?, estamos en una sociedad de usar y tirar, de gente que se está acostumbrando a cambiar de familia como de camisa, gente que no se encariña con nada y que puede vivir sin más apegos que su propio ego.
Los niños que hemos educado son tan egoístas que se miran a un espejo y ven a Dios y tan poco satisfechos con su vida que ven a un anciano y les rebota el asco. Somos quizás nosotros, esa generación del baby boom de los sesenta, con el aperturismo de Fraga y la posterior muerte del dictador y los tiempos europeos, los que hemos iniciado esa larga marcha a ninguna parte, de mirar por uno mismo y no importarte nada, ni los que se fueron, los que aún quedan, ni los que vendrán.
Lo mismo al de 40 le fue fácil encontrarse la escopeta y enfilarla hacia un objetivo que para él no significaba nada. Lo mismo a los que se entretuvieron en confeccionar una lista de ocho hijos con teléfonos a su lado, no les costó nada no mirar atrás , como se mira, incluso a un perro abandonado, porque se nos endurecen los ojos y el pecho se hace cavernoso y dejamos de ser humanos, para convertirnos en algo diferente, que no se cómo nombrar.
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