Opinión

¿Cómo usamos la vida sin manual?

Usar es servirse de algo para un fin determinado. Hasta ahora pensamos que sea el Universo el espacio, el escenario con la finalidad de albergar la totalidad de la realidad, de todos los seres existentes; y entre esa realidad están los que llamamos seres vivos, aquellos constituidos por células que son los vegetales y los animales, y entre estos, los humanos.

La existencia de los humanos, como seres vivos que son, se evidencia en un ambiente denominado espacio vital (que sepamos, sólo el planeta Tierra), que es donde manifiestan su propiedad esencial, la vida, por la que evolucionan, se adaptan al medio y se reproducen.

Así vemos que la finalidad del Universo y de la vida está entendida. Lo que en principio no se entiende es la finalidad del propio ser humano dentro de este sistema. No entendemos (no nos cuadra), cómo una especie tan excepcional, con capacidades y facultades tan extraordinarias, sin parangón con las demás especies, en definitiva, nace, crece, se reproduce y se muere, tal como lo hace un elefante o un cigarrón…..y nos preguntamos: ¿tanto posible grado de perfección para ninguna finalidad personal prevista?

Si somos capaces de hacer una pausa y nos analizamos, advertiremos que el ser humano es el conjunto de dos componentes: de un cuerpo físico, extenso, visible y motriz que alberga en su interior otro componente, espiritual, inmaterial, también llamado alma que es el soporte de la mente.

El ser humano se identifica por esos dos componentes que conviven en la simbiosis más perfecta y sofisticada que se conoce. La parte corporal ofrece la cualidad de la presencia y el soporte vital; este componente, el cuerpo, ya viene “diseñado de fábrica” con un enorme listado de órganos y trae implícito su libro de instrucciones con todo lujo de detalles: la pauta total de su desarrollo (nacimiento, crecimiento, madurez, declive y final); también trae las normas de mantenimiento, un mantenimiento que es requerido en el momento oportuno por los instintos, que hay que satisfacer (hambre, sed, descanso, sexo, etc.); y la herencia genética. (es el ser humano la elaboración más perfecta de la naturaleza).

El otro componente del ser humano es la parte inmaterial, llamada también espiritual, que es invisible e inextensa donde reside una potente inteligencia; el imprescindible motor que es la voluntad; las inquietudes y los sentimientos. Este segundo y complejo elemento de la simbiosis, aunque inmaterial e invisible funciona y ejerce como director del conjunto; y la paradoja, lo sorprendente es que aún estando previsto que sea la parte más importante, por aquello de estar destinada a la dirección, viene sin diseñar en los detalles; sólo viene dotada de amplísimas posibilidades y capacidades para el desempeño de lo que considere cada usuario, y de lo que se hará responsable.

Este detalle de que la naturaleza nos ofrezca autonomía y libertad para elegir el uso que hagamos de nuestra vida, se debe entender como un gesto de respeto y cortesía hacia el ser humano, gesto que deberíamos apreciar como un exquisito privilegio, y al que en correspondencia tendríamos que responder con otro gesto que sea un uso adecuado y responsable de la vida, como único medio para mantener el equilibrio de la especie y su supervivencia.

El ser humano, en los primeros compases de su vida carece de autonomía, y durante bastante tiempo es ingenuo, cándido e ignorante, y hasta que no se desarrolla y se desembaraza de la ingenuidad, de la candidez y de la ignorancia original (algunos no terminan de conseguirlo nunca), no entiende su complejidad, no sabe que como ente individual no representa ningún interés para la naturaleza; que la finalidad estricta no está pensada en él, sino en el conjunto al que pertenece, que es la especie. La presencia del ser humano (hombre, mujer) sólo se justifica en la naturaleza como interés del conjunto superior (su especie).

Como analogía: para una gran empresa, la finalidad de cada empleado no interesa a nadie más que a él; sólo es apreciada su mediación como gestor de la finalidad de la empresa (el auge y crecimiento de la misma). Hay que entender que el ser humano es “un simple empleado” un insignificante peón en la gran empresa que es la humanidad.

El hombre tiene que crear su finalidad personal, y para eso cuenta con ciertas ventajas: es la especie más longeva; está en el máximo nivel en la pirámide trófica; es una especie gregaria y es la más inteligente. También tiene desventajas por lo que tiene que emplear su esfuerzo para superarlas: en contrapunto a la longevidad, su evolución corporal y mental hasta el desarrollo de todas sus facultades, por su complejidad, es la más lenta comparada con las demás especies.

Con estos mimbres el ser humano comienza su odisea: desde hace unos pocos milenios y por supuesto en la actualidad, el hombre cuando nace no aparece a un Estado de Naturaleza, donde antes, se comportaba exclusivamente como especie, ahora, gracias a su condición gregaria se incorpora a una sociedad más o menos civilizada (Estado Civil) de la que recibe la tutela en ese primer periodo de su formación llamado jurídicamente minoría de edad (infancia, niñez y adolescencia). Es un periodo crítico y frágil y a la vez fundamentalmente donde el ser humano, aún él, no decide, no sabe cómo usar su vida; que de momento es responsabilidad de la familia y del Estado de Derecho al amparo del cual nace. Desde ahí hasta la llamada mayoría de edad, se deben adquirir atributos como la individuación (ser individuo, autoconsciente, ser sí-mismo), y la individualización, es decir, la diferenciación que le caracterice como “un sujeto” autónomo con inclinaciones y vocación, capaz de orientarse, relacionarse y usar su vida. Durante este primer periodo, ya ha debido tener o se le han debido ofrecer las experiencias necesarias para que haya perdido la ingenuidad, la candidez y parte de la ignorancia originales.

Habrá sido cuestión del azar (la naturaleza es azarosa) que si ya te has preguntado ¿cuál es mi finalidad? te hayan dado una respuesta franca y sincera, o no. Cuando el hombre, aún, es ingenuo, cándido e ignorante, ya hay quienes están esperando esa ocasión (al acecho) con la respuesta (interesada) preparada de antemano: “la finalidad no hay que buscarla en esta vida, sino en la futura segura y feliz, después de la muerte”. La propuesta puede parecer tremendamente seductora. El hombre ingenuo aún no conoce la astucia, no advierte la treta y puede que admita, incluso con entusiasmo, la fantástica propuesta.

Esta situación se puede dar en cualquier momento pero sobre todo en la infancia y en la adolescencia; en los primeros compases de la vida, cuando apenas ha habido experiencias y la conciencia (el conocimiento) todavía es escaso….está por hacer. Es la mejor ocasión, es el momento del “abordaje”, es cuando con un lenguaje adecuado los conceptos parecen más atractivos y se arraigan con más fuerza; el seductor domina su oficio, conoce el impacto de su retórica y sabe que los conceptos deben llegar a la conciencia cuanto antes…. cuando el espacio está, todavía, casi todo vacío. ¡¡ATENCION!! ¡¡NOOO!!

"La existencia de los humanos, como seres vivos que son, se evidencia en un ambiente denominado espacio vital, que es donde manifiestan su propiedad esencial, la vida, por la que evolucionan, se adaptan al medio y se reproducen"

La vida en este mundo no tiene un final incierto y dudoso. La muerte forma parte de la vida; la vida como el recipiente de cualquier contenido tiene dos tapas, una que la abre (el nacer) y otra que la cierra (el morir), y las dos forman partes imprescindibles del recipiente. Igual que en una sinfonía, el acorde final de la apoteosis es imprescindible, sin él la obra quedaría inacabada, estaría incompleta.

Nuestra vida en su inicio no tiene prevista ninguna finalidad personal; sin embargo podemos hacer de ella una obra suprema. En principio aparece en estado bruto, como la de un animal, pero se tienen todas las herramientas y todo el tiempo necesario y todas las habilidades para, que como si se tratase de un mineral hay que irlo tallando y dándole forma, y luego pulirlo hasta dejarlo bruñido y brillante como una gema preciosa, como una joya, que sea reconocida y apreciada por su mismo dueño, incluso admirada por los demás.

El usuario de cada vida busca y decide su finalidad, y lo hace a través de proyectos. Al comienzo no se debe ambicionar un proyecto final, de conjunto, sino proyectos parciales, espaciados en el tiempo, desde el principio con metas próximas, asequibles, con caminos más o menos complicados, dependiendo de las facultades adquiridas hasta ese momento; retos que superados producen la felicidad que anima para la siguiente etapa…..y así desde la niñez, en la adolescencia, en la madurez y en el declive; siempre, en cualquier etapa hay ocasión (espacio y tiempo) para un proyecto….

Habrá quien no sepa resolver un problema de nuestra complejidad, que es la autoconciencia, conocerse a sí mismo (el animal no se conoce a sí mismo, sólo se siente); por la autoconciencia sabemos que nuestro límite mental, el máximo nivel de la razón, tampoco alcanza a entender cuál es nuestra misión, ni la utilidad ni la finalidad de la vida…..Así que solamente nos queda el último recurso, el de la esperanza que reafirme la confianza en un figurado éxito, lo único que disipará la angustia del final, que será llegar, a través de la razón, a admitir sin desesperación lo inevitable…..

El uso de la vida hay que hacerlo apasionadamente, con valentía y a este lado de las nubes…. y si acaso nos resultó útil y nos sentimos felices con ella al contemplarla, ahí debe quedar como ocurre con los proyectos de los buenos arquitectos, que se guardan como recuerdo….. y si no sirvió para nada, lo mejor es que caiga enseguida en el olvido…..

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