Escribió Aristóteles que entre el sueño y la vigilia se abren las puertas de la percepción. Esta madrugada me desvelé a eso de las 4:30 h. No podía conciliar el sueño y entraba y salía del mundo imaginal una y otra vez. En una de las ocasiones abracé a una compañera de trabajo que se encuentra de baja y a la que echamos mucho de menos en la oficina. Fue un abrazo cargado de afecto y emoción. Luego, cerca de la hora de levantarme, acudió a mi mente una idea muy clara: los seres humanos somos un fenómeno extraordinario del cosmos. Sin saber de dónde procedía el pensamiento se dibujó en mi mente la imagen de los seres humanos como energía materializada con la capacidad de desarrollar y expresar sentimientos, emociones y pensamientos, y plasmarlos en forma de expresiones culturales y artísticas.
Abatido por el cansancio acumulado en las últimas semanas reflexionaba en los momentos de vigilia sobre el sentido de la vida. Entonces recordé lo dicho en varias ocasiones por Carl Gustav Jung: “el privilegio de una vida es convertirse en quien realmente eres”. Encadenado a este pensamiento llegó el ejemplo de J.W. Goethe. Tal y como destacó Rüdiger Safranski en su obra sobre el genial poeta alemán, la aspiración y el gran logro de Goethe fue hacer de su vida una obra de arte. En la misma línea, Lewis Mumford dedicó los últimos párrafos de su libro “las transformaciones del hombre” a proponernos que dedicáramos nuestra efímera existencia a lo que griegos llamaron la “Paideia”. La paideia, según Mumford, “es la educación mirada como una transformación de la personalidad humana que dura toda la vida, y en la cual todos los aspectos de ella desempeñan un papel. A diferencia de la educación en el sentido tradicional, la paideia no se limita a procesos de aprendizaje consciente, ni a iniciar a los jóvenes en la herencia social de la comunidad. La paideia es más bien la tarea de dar forma al acto mismo de vivir, tratando toda ocasión como un medio para hacerse a sí mismo, y como parte de un proceso más amplio de conversión de hechos en valores, procesos en finalidades, esperanzas y planes en consumaciones y realizaciones. La paideia no es únicamente un aprendizaje: es un hacer y un formar, y la obra de arte perseguida por la paideia es el hombre mismo”.
Supongo que todos estos pensamientos acudieron desde el inconsciente colectivo a mi conciencia para dar respuesta a algunas de mis inquietudes más profundas. Quienes tenemos la suerte de tener un trabajo pasamos muchas horas intentando hacer lo mejor posible nuestra labor y cumpliendo con nuestra responsabilidad. Hay ocasiones en la que los problemas se suceden uno tras otro obligándonos a sacar lo mejor de nosotros mismos. Estas situaciones permiten mejorar nuestro autoconocimiento y valorar el compromiso y la capacidad de nuestros compañeros. En estos momentos tenemos la oportunidad de hacer uso de nuestras capacidades innatas y aquellas adquiridas por la experiencia y el aprendizaje. Siempre van conmigo dos libretas: en una apunto los asuntos a resolver y en otra las lecciones que voy adquiriendo durante mi jornada laboral. Según pasan los días voy detectando mis puntos fuertes y también los débiles, además de introducir mejoras en mi manera de gestionar mi trabajo y relacionarme con los demás. Tal y como escribió L. Mumford en la introducción de su obra “La condición del hombre”, “solo aquellos que día a día tratan de renovarse y perfeccionarse serán capaces de transformar nuestra sociedad, mientras que aquellos que están ansiosos por compartir sus altos dones con la comunidad entera –en verdad con toda la humanidad- serán capaces de transformarse a sí mismos”.
"En opinión de este gran sabio escocés “sólo pensando las cosas a medida que se las vive, y viviendo las cosas a medida que se las piensa, puede decirse de un ser humano y de una sociedad que piensan y viven de verdad"
No tendría mucho sentido dedicarse al auto-perfeccionamiento si sus frutos no se compartieran con los que nos rodean. “Vivendo discimus” (aprendemos viviendo) fue el lema de Patrick Geddes. En opinión de este gran sabio escocés “sólo pensando las cosas a medida que se las vive, y viviendo las cosas a medida que se las piensa, puede decirse de un ser humano y de una sociedad que piensan y viven de verdad”. La interacción entre pensamiento y acción es muy importante tanto para el ciudadano, como para el trabajador y el intelectual. Sin este constante tejer entre el mundo interior y el exterior la vida se detiene. De esta manera, las emociones más elevadas pasan al mundo de afuera en forma de compromiso ético por la defensa del bien común; el resultado de la investigación científica y la reflexión filosófica se materializa en la mejora de las condiciones de vida y en el desarrollo de la cultura; y, finalmente, los sueños y los proyectos surgidos en la imaginación transforman la realidad circundante en expresiones artísticas y en la recuperación del patrimonio natural y cultural.
Todas las percepciones sensibles y sutiles que captan nuestros sentidos abonan el terreno de nuestras emociones, nuestros pensamientos y sueños. Por este motivo necesitamos un contacto regular con la naturaleza. Cerca del final de su vida Walt Whitman escribió en su diario: “tras haber agotado todo lo que de interesante tienen los negocios, la política, la convivencia, el amor y demás, y habiendo descubierto que nada de ello satisface finalmente o de forma permanente, ¿Qué queda? Queda la naturaleza, la extracción de sus secretos íntimos, las afinidades de un hombre o de una mujer con el aire libre, los árboles, los campos, el cambio de las estaciones, el sol durante el día y las estrellas del cielo por la noche”. Pienso que la naturaleza nos satisface porque actúa como un espejo que refleja nuestra imagen. En su obra “Viaje a Italia” comentó que emprendió su periplo por tierras italianas no tanto para conocer a este bello país como para conocerse a sí mismo.
En la misma línea de lo expresado por Walt Whitman, Cicerón proclamó que “la consideración y la contemplación de la naturaleza son como el alimento natural de las almas y de los ingenios: por ella nos elevamos, parece que nos hacemos más altos, miramos desde arriba las cosas humanas y, pensando en las superiores y celestes desdeñamos estas cosas nuestras como exiguas e insignificantes. La indagación misma de estas cosas, que son las más grandes y las más ocultas a la vez, tiene su deleite. Pero si se presenta algo que parezca verosímil, el alma se llena de un placer humanísimo”.
Pasamos demasiado tiempo atrapados en medio de abstracciones enfermizas y desorientados en un mar de continuos reclamos de atención procedentes de todos los dispositivos electrónicos que forman parte de nuestro día a día. Para recuperar la cordura y dedicar nuestra existencia a su verdadero propósito, que es procurar hacer de nuestra vida una obra de arte, necesitamos a la naturaleza, a la literatura, a la filosofía, a la ciencia, a la poesía, el arte, la música, la danza o la religión. Todos ellos son, en especial la naturaleza, el alimento natural de las almas (Cicerón dixit) y el cincel que debemos coger en nuestra mano para auto-esculpirnos. No concibo la vida sin mis paseos por la naturaleza, sin mis libros, sin la contemplación de los paisajes ceutíes o sin la emoción que me provoca la contemplación del arte o el estudio del patrimonio natural y cultural de Ceuta.
Mi ser es tan imperfecto como el de muchos otros y, por esta razón, no me considero ejemplo para nadie. Lo único que me gustaría transmitir es la idea y el sentimiento de la intensa satisfacción que puede producir en las almas sensibles el estudio y la contemplación de la naturaleza y de las obras más excelsas del pensamiento y la imaginación humana. La naturaleza, la cultura y el arte son el alimento del alma y así como alimentamos el cuerpo tenemos que hacerlo con la esencia de nuestro ser. Un alma bien nutrida gozará de buena salud y permitirá que nuestra vida llegue a ser una obra de arte imperecedera.