En una cervecería al aire libre, el aristócrata Maximilian toma un vino con Bryan, un estudiante británico de filosofía en la Alemania de principios de los años 30. Previamente han estado hablando del apoyo financiero que la derecha conservadora está dando al nuevo partido nacionalsocialista. De repente, un muchacho rubio comienza a entonar una canción que habla de un mundo bucólico, de ciervos corriendo libres por el bosque, de ríos dorados, de bebes arrullados en su cuna, de flores abrazadas por las abejas, y de la patria, de esa patria adormecida que debe levantarse, de un mañana que les pertenece. Según avanza la canción los parroquianos se van poniendo en pie y corean la canción emocionados. El muchacho rubio, con el uniforme de las Juventudes Hitlerianas levanta el brazo haciendo el saludo romano mientras todos cantan enardecidos. Bryan mira a Maximilian y le pregunta: ¿sigues creyendo que les parareis los pies?
Esta escena de la película “Cabaret” magistralmente rodada por Fosse, describe mejor que cualquier tratado de ciencia política como se implanta un régimen totalitario, como, utilizando la identidad y el sentimentalismo como herramienta de diferenciación, se fomenta el odio que justificará las acciones posteriores. Y en este mismo sentido (salvando algunas distancias) la escena sirve para describir la realidad de una Cataluña en donde durante décadas las elites burguesas nacionalistas han adoctrinado en un mundo bucólico e irreal con la lengua como diferenciación identitaria y justificadora del odio supremacista hacia el resto de los españoles. Y al igual que en la Alemania de los años 30, los conservadores nacionalistas catalanes se han visto superados por los más radicales y el proceso se les ha ido de las manos empujados por esas nuevas camisas pardas que ya no van a conformarse con un cambio en la financiación o una mejora en los niveles de autogobierno. Como suele suceder en los procesos de cambio político, los radicales fagocitan a los moderados que ya solo pueden huir hacia adelante empujados por la vorágine que ellos crearon.
Porque si algo está teniendo este proceso separatista es que ha obligado a todos los actores políticos a retratarse, ya nadie puede llevarse a engaño, ya sabemos cuáles son las verdaderas intenciones del nacionalismo y del populismo izquierdista financiado por el eje Caracas-Teherán.
El momento, más temido que esperado, ha llegado y ha llegado ahora cuando las generaciones criadas en el odio durante los años 80 y 90 han alcanzado su madurez vital y dominan la sociedad catalana. Solo los más mayores (al igual que en la escena de la película donde los ancianos permanecen sentados y mudos) miran con escepticismo y temor la nueva situación. Tras el golpe de estado, con el 1 de octubre como punto de inflexión y no retorno, los catalanes se encontraran con dos opciones: quedarse a vivir en un estado dominado por el nacionalismo supremacista y expansionista (la ensoñación de los países catalanes) o emigrar al resto de España, aunque por desgracia será está una opción provisional y momentánea ya que el proceso revolucionario no va a quedarse ahí, el golpe puntual dará paso a una dinámica de fichas de dominó en otras regiones (País Vasco, Baleares, Valencia…) que irán cayendo cuando las elites políticas separatistas se vean en la posibilidad real de tener su propio mini estado.
Porque la diferencia entre este golpe de estado y los que nuestro país ha sufrido en anteriores ocasiones se halla en el objeto: mientras que las asonadas, levantamientos y atentados sufridos en el XIX y XX pretendían (y conseguían en muchas ocasiones) cambiar el gobierno o el régimen político, en este caso se trata de acabar con la Nación misma. La separación de Cataluña no es solo la desmembración de una parte del territorio y del pueblo español, es algo más, es el final de España.