Querer es poder» ¿Cuántas veces nos lo han repetido nuestros abuelos cuando éramos pequeños? Nos sentíamos incómodos al oír estos tres unívocos verbos transitivos porque nos daba la impresión que ellos no comprendían nuestras dificultades y limitaciones puntuales para lograr superar algunas dificultades u obstáculos de la vida. Con los años tenemos que reconocer que esos queridos abuelos, que apenas sabían leer y escribir, tenían anidado en su analfabetismo una rica sabiduría popular, unos conocimientos pragmáticos adelantados a la ciencia y a su tiempo. En definitiva, el profundo mensaje que nos transmitieron nuestros abuelos era que cada uno de nosotros puede, si quiere, transformarse a sí mismo y por extensión de continuidad, transformar a los demás. Los cristianos tenemos la capacidad y la necesidad de convertir la ignorancia en sabiduría, la desidia en diligencia, el dolor en gozo, la soberbia en humildad, el egoísmo en caridad, la envidia en compasión, el odio en amor, y la angustia en esperanza; tenemos en nuestra mano la posibilidad de borrar con el perdón las heridas del pasado y esculpir un futuro cristiano. ¿Queremos que nuestros hijos se integren la Iglesia de Cristo Resucitado? ¿Qué conozcan y participen en nuestras tradiciones? ¿Y qué hacemos por ellos? Es difícil pero no imposible. En los agnósticos tiempos actuales reinados por el laicismo, los cristianos y sus comunidades, tenemos la enorme responsabilidad de realizar una constante labor evangelizadora, con una apuesta clara por el reconocimiento del papel de los niños como sujetos activos en su parroquia, como un miembro más de la misma Iglesia, y como jóvenes peones aprendices en la construcción del Reino de Dios. Ya lo decía San Juan Pablo II, «la presencia de los niños en la Iglesia es un regalo para nosotros los adultos. La Iglesia exhorta a los padres y a los educadores a que tengan bajo su cuidado la formación de los pequeños en la vida sacramental echando mano del sacramento de la reconciliación y de la Eucaristía. Efectivamente hubo ya niños santos. Pero nosotros podemos hoy agregar: “Habrá apóstoles entre los niños».
Qué importancia tiene “enseñar desde el púlpito”, transmitir la impronta del niño como objetivo primigenio de la evangelización, como hijo de Dios, digno de ser amado y de ser cuidado por su especial vulnerabilidad en este mundo hostil. En este sentido, los adultos debemos apelar a la creatividad y ofrecer un abanico de actividades dirigidas a los más pequeños, durante todo el año, y más ahora en Cuaresma, cuidando siempre todos los detalles, para que sean ellos los auténticos protagonistas, se les escuchen y atiendan sus inquietudes, y se potencie su vida cristiana ¿Y qué podemos hacer? Como decían mis abuelos, «querer es poder».
Sin embargo, no siempre resulta fácil integrar a los más pequeños en la Iglesia más allá de las tradicionales, rituales y pomposas comuniones de mayo. Y mucho más a nuestros hijos modernos, acostumbrados a las comodidades, a vivir en ese idílico estado de bienestar continuo, donde conviven todos los días con series televisivas de alta adherencia, donde son bombardeados por todos lados por una constante lluvia de imágenes perturbadoras, programas triviales completamente irrespetuosos de su edad, con esa condición frágil y etérea de su psique, todavía tan maleable y vulnerable. Por nuestra comodidad, desidia u olvido nuestros hijos se han acostumbrado a contemplar sin desparpajo, aspectos profundos y complejos de la vida que nosotros, sus padres o los nuestros, sus abuelos, nunca llegaron a ver ni a conocer, y si se hacía era siempre bajo el filtro, la supervisión y la experiencia de un adulto. En su actual situación de “conocimiento pleno”, donde todo está disponible en internet, se exponen aún más al error, a la confusión, a la incertidumbre existencial, y a esa temida crisis de valores éticos y morales que caracteriza nuestra sociedad y el tiempo que les ha tocado vivir. En cualquier película que impregna su delicada retina, en cualquier juego electrónico que manejan con sus suaves y pequeñas manos, incluso en los dibujos animados, aparecen con frecuencia escenas innecesarias de violencia, con excesiva crueldad gratuita que a veces raya en la desmesura. En este panorama actual, nuestros hijos se han hecho tan inmunes al dolor ajeno, que se transforma inconscientemente en cotidiano, y lo que es peor en irreversible e irrelevante, pues forma parte ya de una sociedad donde la violencia, en cualquiera de sus facetas, se transforma en el hilo conductor y justificante de cualquier trama y desenlace, donde el sufrimiento y la maldad son su genuina piedra angular. Esta integración cotidiana del dolor ajeno y del escaso valor de la vida humana percibida por la mente de nuestros hijos no les ayuda a comprender la pasión y la dimensión correcta de la muerte de Jesús.
En este delicado contexto ¿cómo explicar con el sentido de la caridad cristiana a nuestros hijos la historia de un hombre arrancado del afecto de sus amigos, de su madre, arrastrado por una multitud enojada, para ser sometido al juicio manipulado de otros hombres, totalmente indignos de juzgarlo, y luego golpeado, flagelado, coronado de espinas, y finalmente clavado en una cruz, en medio de los gritos de júbilo de una multitud despiadada?¿Cómo hacer para que la mente del niño pueda entender la más bella historia de amor que jamás ha sido contada, la historia de un hombre bueno y justo que dio su vida por los demás, ese que no dudó en sacrificarse para garantizar el perdón y la esperanza a sus propios verdugos. Es la historia de Jesús, el camino de la cruz, de la luz, de la verdad y de la vida. Esta VIII edición el Vía Crucis infantil es un nuevo intento de continuidad en la perseverancia.
Desde el siglo XIII la Iglesia recuerda este camino devocional durante la cuaresma. En nuestra ciudad se celebran desde antaño cada viernes, generalmente orientado a los adultos, donde el niño, si acude, no participa de forma directa, y probablemente ignora su significado. Lo primigenio y novedoso del evento parroquial de San José radica en su exclusiva dimensión infantil, no solo en su fase conceptual sino también logística, material, litúrgica y espiritual.
A través de su participación directa y activa en el Vía Crucis infantil los niños comienzan entendiendo el sentido de la Cuaresma, ese período de cuarenta días sirve para prepararnos para este evento tan grande e importante para la vida del cristiano. En su última estación, los niños comprenden que Jesús murió por la salvación de los hombres, pues luego resucitó, como lo había prometido, trayendo alegría y esperanza a todos.
Este próximo viernes 6 de marzo, los niños de la parroquia de San José volverán a recordar el dolor y el sacrificio de Jesús a través del Vía Crucis, que es el “camino de la cruz”, que imita el recorrido de Jesús por las calles de Jerusalén hasta el Gólgota, donde entregó su vida por nosotros. De esta forma, las nuevas generaciones ceutíes van a vivir con ilusión el mensaje de la pasión de Jesús, portando sobre sus tiernos hombros infantiles a un Cristo “vivo”, real, de dimensiones y peso proporcionales a sus estaturas. Dijo Jesús: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5, 3-10), por eso solo ellos serán, como en las siete ediciones anteriores, los auténticos protagonistas del evento religioso, llevando en una ligera parihuela a Nuestro Padre Jesús de la Salud, que representa el momento de la 1ª estación, donde Jesús es condenado a muerte. Los niños leerán las 14 estaciones y sus correspondientes reflexiones adaptadas con cariño y acierto a su mentalidad. Se trata por tanto de un excelente corolario del tradicional catecismo infantil, escrito con un léxico acorde a su edad y con dibujos e ilustraciones coloreadas. En este VIII Vía Crucis se ha resaltado, por su especial relevancia, el texto reflexivo que leen los niños en la VIII Estación, cuando Jesús se encuentra y consuela a las hijas de Jerusalén: Lectura « ¿Sabéis que les dijo? “No lloréis por mí. No tengáis pena por mí. Tenéis que cuidar de vuestros hijos. Yo hoy moriré. Pero vuestros hijos serán los hombres del futuro”. Reflexión: Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios. A veces nos apartamos de Jesús cuando pasamos mucho tiempo mirando la tele, el móvil o la videoconsola, así estamos apagados y aislados de Dios y de los demás. Nuestro tiempo es muy importante y hay que dedicárselo a las personas que nos necesitan, tenemos que mirar a los demás, que son reales, que tienen vida y problemas propios. No debemos perder el tiempo en un mundo paralelo, virtual, irreal, lleno de fantasía y utopías».
Con esta reflexión, los niños deben preguntarse si han sentido compasión en algún momento por un hermano, por un amigo, por un compañero o desconocido que necesitaba su atención ¿Lo han ayudado o lo han ignorado? En esta VIII estación del Vía Crucis, Jesús los llama a reflexionar sobre su comportamiento con los demás, con las personas que tienen a su lado que pasan necesidades, que tienen hambre, que están enfermas, o se sienten solas, en las calles, o en sus propias casas. ¡Cuántos niños están desamparados, cuantos abuelos son olvidados y abandonados en su dolor ajeno por sus familias o por nuestra sociedad! Con esta lectura reflexiva el niño medita acerca de su propia situación en la vida, de su entorno, aprende a mirar su propia realidad familiar y social, donde siempre hay alguien al que ayudar. El niño entiende el sentido de la caridad incluso desde la pobreza, pues no es necesario poseer fortunas ni riqueza, cuando en verdad nuestra grandeza es dar y ayudar siempre a los demás. Con una sola palabra, un abrazo, con un gesto sincero como una simple sonrisa o unas gracias, estamos dando y amando a nuestros hermanos.
Miremos a nuestro lado y seguro que encontramos a alguien que nos necesitan, demos en esta cuaresma un poco de lo que tenemos, y el gozo en nuestros corazones será eterno y la paz de nuestra alma infinita.
¿«Queremos», al menos, acompañar a nuestros hijos en su Vía Crucis infantil? ¿«Podemos» ir con ellos? ¿O los volveremos a abandonar como nuestra sociedad lo hace con sus abuelos? ¿Rezaremos con ellos en el Vía Crucis o los dejaremos solos como sus discípulos a Jesús en el huerto de los olivos? ¿Nos “abandonarán” ellos a nosotros cuando seamos mayores? Como decían mis abuelos…«Querer es poder».
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