Miguelito Rodríguez fue mi amigo inseparable de la infancia. Compartimos guardería a los dos años en un pupitre de la más antigua que andar para delante. La guardería se llamaba “los cagones” ; en la puerta de entrada había un Corazón de Jesús mirando al infinito y un picaporte con cara de León de la Metro
La maestra parecía la madrastra de Blancanieves y lo primero que nos dijo fue “como sigáis llorando llamo al hombre del saco y a la bruja piruja que se lleva a los niños llorones”.
Así nos dejaron allí nuestras madres desalmadas. Recuerdo que del miedo que tenía me cagué con pedorreta incluída; Doña Gertrudis, que así se llamaba la monja, movió los labios y leí: “a este lo mato”. De aquella hermana de la Caridad aún tengo pesadillas, perecía un cuervo parlanchín pues el hábito que vestía era más negro que la pez.
Manolito y yo nos dimos la mano y ya no nos separamos durante toda la E.G.B. Nuestro cole se llamaba Generalísimo Franco. Allí, los lunes y los viernes, en la explanada del Centro, 600 alumnos cantábamos el Cara al sol con el brazo falangista y dirigidos por nuestro tutor, Don Agustín, que pegaba unas hostias que ni la bofetada que le dieron a nuestro Señor Jesucristo.
Ya en el Instituto seguimos sentándonos juntos. Era tal nuestra amistad que Manolito cambió las optativas para que no nos cambiaran de clase. Él era muy bueno en ciencias y yo en letras, pero dejó los números por la literatura, el latín, griego y el teatro. Yo para las matemáticas y la física era tremendo: confundía uno partido por 100 y cien partido por uno y las raíces cuadradas terminaban siendo un poema homérico.
En las pruebas de selectividad Miguelito consiguió un 9,7 sobre 10; así y todo reclamó y como a Nadia Comaneci le colocaron un 10. Yo, como siempre, aprobé en septiembre con un cinco raspado. Cuando me enteré de la nota, lloré como una magdalena de La Bella Easo por el simple hecho de compartir piso con el señor Rodríguez el sabio.
En los madriles él se matriculó en Periodismo y yo en Filosofía Pura. Lo hice para poder compartir un café todos los días en facultades cercanas.
"Una noche me lo encontré en Azcárate comiéndose unas sobras mientras espantaba a las palomas que acudían a la comida"
Compartimos casa con tres estudiantes de Veterinaria. Recuerdo que un fin de semana casi me como a un perro pensando que era un conejo. Le habían quitado la piel para un examen de anatomía; hacer ladrar a un pollo es un ejercicio de metafísica pura.
Manolo se enamoró perdidamente de una profesora de la Facultad y a mí me tocó hacer de carabina porque los acompañaba a todas partes. Un trío habría sido menos sospechoso.
Manolito consiguió todas las becas habidas y por haber. Con un expediente brillante consiguió trabajo en Radio Nacional de España, Cadena Ser, El País, ABC. Colaboró en la redacción con Jose María García, Luis del Olmo y Antonio José Alex en Hora 25. Nunca renovó contratos porque para él la prensa era otra cosa. Acompañó a Carmen Sarmiento, Manu Leguineche y Arturo Pérez Reverte para probar el periodismo de guerra. Por fuego amigo sufrió un accidente que lo llevó a la cama durante 20 años.
Manolito y yo, por algo que pasó entre nosotros y que no viene a cuento, nos perdimos la pista. Un buen día me lo encontré en Benzú tomando un té. No me lo podía creer. Estaba tan emocionado que me abrasé al derramar esa bebida mágica de Marruecos. Me dijo que había conseguido trabajo en un diario de Ceuta .
Le ayude a buscar piso y encontró un cuchitril por 800 euros donde Cristo perdió las sandalias. Quería comenzar de nuevo.
En el periódico hacía de todo: fotógrafo, redactor, cronista de cualquier tema, maquetador; le faltaba vender los periódicos.
Nos prometimos quedar una tarde y ponernos al día de nuestras andanzas por el mundo, aunque yo poco tendría que contar.
Estuve tres meses sin verlo. Una noche me lo encontré en Azcárate comiéndose unas sobras mientras espantaba a las palomas que acudían a la comida.
Manolito, ¿que pasa? ¿Qué estás haciendo? Lo invite a un bocadillo de corazones y me confesó lo que le sucedía: con lo que cobro en el periódico me falta dinero para pagar el agua y la luz, todo es carísimo y lo mismo vuelvo a la península porque tengo que pedir dinero para seguir trabajando.
Y es que en Ceuta no todo el mundo es funcionario ni cobra el plus de residencia pues lo camuflan en la nómina.
Entendí el drama de este pueblo, un drama laboral. De acá a un tiempo seremos una ciudad de viejos y funcionarios.
Antes de despedirnos definitivamente de él, que ya había pensado dejar la ciudad , le confesé mi secreto, un secreto guardado durante 50 años, dos meses, 4 días y 7 horas: Manolo, siempre he estado enamorado de ti. Ya no volví a verlo nunca más.
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