El juzgado de instrucción número 2 ha levantado el secreto de sumario que pesaba sobre el caso de los disparos al joven Hicham Mohamed. Un secreto agradecido por la Policía como elemento protector para sus investigaciones pero que, en la práctica, tuvo poca efectividad por cuanto cada paso, cada movimiento y cada sospecha de los investigadores trascendió al momento a la opinión pública. Hoy se conoce algún detalle más de lo ocurrido, se resuelven incógnitas que han marcado este proceso y se sitúa con mayor claridad los dos grandes escenarios de un hecho que el jefe superior de la Policía Nacional, Alfonso Sánchez, terminó atribuyendo a un “mal beber”.
Tras una larga noche de copas, de demasiada bebida ingerida, los dos suboficiales de la Legión detenidos por esta causa: J.A.A., como presunto autor, y O.R.P., como encubridor, terminaron como nunca debían haberlo hecho.
“Hemos venido a reventar Ceuta”, dijo uno de ellos al grupo de chavales con el que se toparon a la altura de la hamburguesería situada sólo a unos metros de la Jefatura Superior, en lo que terminó siendo el detonante del crimen. El motivo de ese enfrentamiento entre suboficiales y menores, de esa pelea a gritos que provocó que aquella madrugada llovieran las llamadas al 112 o a la Sala del 091, pudo ser más atribuible a una mirada, a un roce cuasi infantil, y no a otros asuntos que fueron deslizados en algunos foros. El hecho es que el cruce de los dos detenidos con la chavalería dio pie a una algarada en la que el suboficial acusado de encubridor agarró a uno de los menores, acción que acompañó con la frase de “tú te vienes detenido con nosotros”, después de que varios de los presentes amenazaran con avisar a la Policía. Esta acción dio pie a la intervención de un joven, testigo de los hechos, que empujó al legionario al suelo para que dejara al menor.
En este primer escenario de la historia, según las declaraciones recogidas en el procedimiento, todo se reducía a una pelea en la que dos suboficiales, demasiado pasados de copas, culminaban así su mala noche.
Pero el punto y final todavía no se había escrito. Al menos no para J.A.A., considerado autor del disparo y que esta misma semana ha sido ya trasladado a una prisión de Madrid. Viendo a su compañero en el suelo, envuelto en una situación caótica en la que sobraban los nervios y el enojo de los presentes, J.A.A. sacó de una riñonera su arma presto a intimidar con ella a los presentes.
Hubo al menos dos disparos. Uno, direccionado en rebote hacia la curva del plátano, muy próxima al ascensor que conduce a la Ribera. Otro, contra Hicham, precisamente el que a punto estuvo de terminar con su vida de no ser por la intervención eficaz del equipo sanitario que se encontraba aquella noche de urgencias en el HUCE.
O.R.P. seguía en el suelo, bloqueado al igual que los demás tras producirse la hilera de disparos. Su compañero, J.A.A., con la pistola en su poder, había recibido un golpe directo en la cabeza de Hicham Mohamed con el objetivo de que perdiera el arma. El forcejeo entre ambos terminó en sangre: con Hicham en el suelo y una herida en su abdomen y J.A.A., marchando del lugar mientras un amplio número de testigos se quedaban con los rostros de la pareja de suboficiales grabados en sus mentes.
Según la declaración del presunto autor, su disparo no fue intencionado; de acuerdo con las manifestaciones de los testigos presenciales sí que lo fue: el tiro se produjo a bocajarro. Esa es precisamente la clave que trabajarán las distintas partes; una clave que puede ser determinada por el examen del impacto que provocó el disparo en el cuerpo de Hicham a la hora de responder a esta interrogante.
Mañana está previsto que se tome declaración a la víctima, quien aún no ha ofrecido su versión de los hechos al menos en sede judicial. Debido a su estado de salud, fuentes judiciales han apuntado que dicha declaración se hará en su vivienda, con presencia de la comitiva judicial, al objeto de que conteste a las preguntas sobre lo sucedido la noche en la que estuvo a punto de perder su vida, la noche en la que, tal y como narró en una entrevista con El Faro, le encañonaron antes de sentir cómo el tiro le quemaba por dentro. Hicham y lo que declare constituye la pata que falta para modelar toda esta historia.
Cámaras que no funcionan, estrategias, perfiles... las pistas
¿Cómo llegó la UDYCO a la detención de los dos suboficiales? Desde la misma noche se supo que la autoría obedecía a un perfil de un sector concreto: profesional y con arma. La revisión de la cámara que debía haber grabado todo, situada justo encima de donde se desplomó Hicham, estaba inoperativa. La de la Jefatura Superior solo dejó ver dos figuras con rostros imposibles de perfilar. UDYCO manejó informaciones que le llevaron hasta el casino militar: fue esa cámara la fundamental al mostrar a dos personas cuyo físico se correspondía con los que, bebidos, habían pasado por allí esa noche. En sus conclusiones, la Policía señala que desde el primer momento estrechó el cerco en profesionales que habían venido a Ceuta “comisionados” en fechas recientes. Los “movimientos estratégicos” que parecían haber usado para marchar del lugar, como si uno protegiera al otro en su huida, unido al tono de su voz reforzaban esa teoría. Pidieron listas de GRS, analizaron perfiles de UIP, comprobando que no había habido incorporaciones recientes a sus filas, lo que les llevó a cerrar el círculo en el ámbito militar. El calibre encontrado era de 9 milímetros parabellum, usado solo por CNP y Ejército, lo que motivó a inclinarse hacia esta última línea, cerrando la identificación con el apoyo de los testigos, el perfil parcial que ofrecían las cámaras del casino militar y la colaboración de la Comgeceu.
El código de honor del legionario
Los dos suboficiales implicados en esta historia se mueven bajo dos acusaciones completamente distintas. El llamado O.R.P., considerado encubridor y en libertad bajo fianza, se encuentra ya fuera de Ceuta. A él no se le achaca ninguna cooperación ni inducción al disparo que a punto estuvo de terminar con la vida de Hicham Mohamed, pero sí se le recrimina judicialmente que encubriera a su compañero. Buscar una explicación a por qué calló hasta el punto de marchar de maniobras a Almería a sabiendas de que el presunto autor, J.A.A., llevaba consigo el arma empleada aquella noche quizá para deshacerse de la misma, resulta complicado. O al menos, resulta así analizado desde un prisma alejado de las propias Fuerzas Armadas o, más en concreto, de la Legión.
En su declaración prestada ante la magistrada titular del número 2, O.R.P. insistió en que desde el primer momento de los hechos instó a su compañero a que se entregara, pero se topaba con un hombre agobiado, que no daba el paso y que hacía mención constante a su hijo y al temor de las consecuencias por sus actos.
Es aquí donde cobra protagonismo el código de honor legionario: el presunto autor debía entregarse por su propia voluntad, nunca un compañero debía ser quien diera ese paso, quien, en lenguaje coloquial, lo delatara. Y eso es lo que hizo O.R.P., esperar. En su declaración en sede judicial, J.A.A. da veracidad a la postura de su compañero, al reconocer que le estuvo insistiendo en las horas posteriores al suceso para entregarse. En esa manera de asimilar lo ocurrido, aplicando ese código de honor, no cabía otra opción. O.R.P. nunca iba a ser quien delatara a su compañero, era éste quien tenía que hacerlo por propia voluntad, algo que sin embargo no se produjo hasta que componentes de la UDYCO y miembros de la Policía Militar se presentaron en el campo de maniobras de Almería para poner fin así a una intensa y presionada búsqueda.
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