La articulación no enteramente natural, típica de la constitución renacentista de los grandes estados europeos, España con los Reyes Católicos es el segundo tras la Francia de Luis XI y antes que Inglaterra bajo Enrique VII Tudor, afectada pues ya ab initio por una cierta heterodoxa hechura, más también, después, a causa de la incidencia abierta de la administración colonial al igual que las demás potencias imperialistas, se vienen traduciendo en diferentes tensiones subnacionalistas que han podido llevar en su maximalismo todavía potencial, a considerar que tras algún tiempo, el mapa de España (cuya primera reproducción como estado/nación fue la que, como recoge Ochoa Brun, realizó durante el valimiento del condeduque de Olivares, el portugués Teixeira, con una raya en los Pirineos, separando “la parte de Francia” del reino de España) podría estar sujeto a experimentar distintas variaciones, que un pronóstico en alguna manera fundado y salvo que Dios no lo remedie mejorando a los políticos hispánicos, obligaría quizá a situar en una perspectiva reduccionista.
Semialertaba yo así, hiperbolizando ciertamente aunque en asuntos tan hipersensibles toda prudencia y previsión son pocas, y refiriéndome claro está de manera fundamental a los contenciosos diplomáticos, hace lustro y medio, en España y el dédalo diplomático, otro libro mío hoy agotado, inscribiéndome en la línea más generalizada que manifestada de nuestros estrategas, con sus tesis en la actualidad de tratamiento usual.
El upgrading de la alianza Washington/Rabat, obedece a una causa primaria y muy visible en términos diplomáticos para los norteamericanos, constituye una de las claves estructurales de su política exterior y por ende inamovible, el reforzamiento de Israel ante el mundo árabe, capitalizado simultánea y hábilmente por los marroquíes en aplicación de la técnica de la coyuntura, con el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara, que no es un simple blessing, y que complica sobremanera en la imprevista tesitura a los saharauis. Y a los efectos de nuestras consideraciones, debilita el principio de solidaridad atlantista para las intervenciones fuera de zona, como supletorio de la falta de cobertura de Ceuta y Melilla por la OTAN. Nuestras provincias que se vienen caracterizando, como digo continuamente, por la hipostenia creciente de la posición y el animus españoles, sometidas a una progresiva asfixia desde Marruecos en base a su imprescriptible reivindicación histórica, nunca olvidaré a Hassan II en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, sin que Madrid de respuesta suficiente en la queja al parecer un tanto inaudible de sus sufridos habitantes.
No habrá necesidad de explicitar este punto al hacer el Pentágono de Rabat un aliado de primer nivel como terminan de reconfirmar las maniobras conjuntas en área tan próxima a las Canarias que el Partido Popular ha interpelado al gobierno, sin base técnica cierto, por desarrollarse en aguas internacionales, pero cuya cercanía a zona española, sin que Madrid logre negociar la delimitación marítima ante los avances unilaterales de los alauitas, legitima la intervención del primer partido de la oposición. Incidentalmente se reitera también el dato geoestratégico de que la RASD (apuesten, recordados amigos desde que fui la primera presencia oficial y efectiva en el inmenso, inolvidable desierto, por la partición, y salvan, en primera instancia, el honor y la nación) atenuaría el riesgo de un país tildado de expansionista y único frente a las Afortunadas: cuidemos las Canarias y los canarios los primeros, como les vengo reiterando.
La Moncloa, la problemática excede a Santa Cruz donde consta que mi competencia en nuestros contenciosos diplomáticos está considerada al máximo nivel, dentro y fuera de España, tiene que superar el momento en o bajo mínimos de las relaciones con el vecino del sur, todavía más agravado por la gestión de lo que no pasa de unas elementales razones humanitarias en el caso del presidente polisario tratado clínicamente en Navarra pero tomado como una afrenta mayor por el monarca alauita ante sus aspectos torpes, confusos, y sacar adelante la esperada reunión de alto nivel.
Y ad intra, limitándonos ahora y aquí al caso catalán, ya con ribetes internacionales fácilmente previsibles, donde argumenté, en enero del 18 en El Faro de Ceuta, en La técnica del poder en los políticos españoles y en La cuestión catalana y la ortodoxia política (con Ceuta y Melilla al fondo), que coincidía más con las tesis de los jueces belgas y alemanes que con las de la instrucción española, calificando los hechos de sedición antes que de rebelión dada la falta en grado bastante de violencia institucionalizada, como al parecer ha terminado sustanciando nuestra justicia. Y sin la menor atingencia al golpe de Estado, figura empleada por algún que otro tratadista superficial, sobre la que mucho he escrito y conferenciado.
Ello antes de mantener que innegable un sentimiento catalanista y avanzando el siglo XXI, y en Europa, parecía en principio suficientemente presentable ponderar el alcance de ese enfoque político e instrumentar en su caso un referendum con mayoría cualificada, que es lo que establece la propia constitución para su eventual reforma, que habría que hacer previamente. Visto que en ninguna de las encuestas el movimiento emancipador llega a la mitad aunque se aproxima, y enfatizando la cláusula cautelar y legítima de la mayoría cualificada, no parecería difícil concluir que el independentismo entraría, al menos plebiscitariamente, en vía muerta, al tiempo de permitir aplicar el principio de compatibilidad que facultara, por encima de las diferencias y a la búsqueda de la armonía política, lo que parece tan posible como deseable, seguir todos embarcados en la misma, conjunta misión.