“No solo no necesitó esconderse, sino que además se ganó el cariño y el respeto de una sociedad que, necesitada de luz, estaba apagada por un régimen que exprimía las libertades”
Las letras forman palabras y las palabras tienen un significado, a veces, rotundo. El peso de una sola palabra puede reflejar claramente la aceptación de una realidad social o de un hecho concreto, pero también la necesidad de seguir educando y luchando para que lo normal no se vea como una desviación del ser humano.
Esta semana nos enteramos de la muerte de Rafael Vargas, ‘El Vargas’, como se conocía en nuestra ciudad a este caballa entrañable. Todos los que nacimos y hemos crecido en Ceuta sabíamos quien era ‘El Vargas’. Personalmente no tuve mucho contacto con él, pero sí recuerdo que cuando lo saludábamos desde el coche patrulla nos lanzaba un beso y una sonrisa generosa. Era una persona entrañable, simpática, un artista muy querido en Ceuta. Muchos desconocíamos la historia de su vida, de donde venía, cómo se formó la leyenda de un gran artista, de un gran hombre, de un extraordinario ser humano.
En un programa de ‘Faro Televisión’ se le hizo un precioso y merecido homenaje. Hecho con ternura, con un cariño especial y con el respeto que se merecía un artista que triunfó en su tierra. En este homenaje hacían un repaso a su vida, comentando que era hijo de un legionario y que su niñez la paso en Chefchaouen, donde su padre estaba destinado.
Más tarde intentó triunfar en el teatro de Manolita Chen, pero no lo consiguió, llegando a trabajar en el mismo como reclamo a los transeúntes para que compraran entradas para el evento. Más tarde vuelve a Marruecos para trabajar en Tánger de cocinero, en una época donde había miles de ceutíes en la antigua colonia del Protectorado Español.
Después volvió a Ceuta, donde trabajó de cocinero, vendiendo lotería, terminando su vida laboral como cocinero en el antiguo hospital de la Cruz Roja. Una historia que conocía por mis padres que habían vivido en el Protectorado y después en Ceuta, igual que ‘El Vargas’. La vida de ‘El Vargas’ no fue un camino de rosas en aquella sociedad oscura, donde todo era pecado, donde la homosexualidad era un delito tipificado en el Código Penal, un motivo de burla.
‘El Vargas’ fue un hombre valiente que no necesitó esconderse en ningún armario para protegerse de las mentes perversas y del nacionalcatolicismo en el que nos educaron y padecimos muchas generaciones.
No solo no necesitó esconderse, sino que además se ganó el cariño y el respeto de una sociedad que, necesitada de luz, estaba apagada por un régimen político que exprimía las libertades públicas hasta desnudarlas, dejarlas vacías, sin posibilidad de que estas personas pudieran expresarse y luchar para decir: nosotros también existimos, formamos parte de esta sociedad.
‘El Vargas’ padeció esa sociedad en la que se excluía y perseguía a los homosexuales y lo pasó mal, muy mal, pero supo superar las dificultades. Consiguió que nos riéramos con él, no que nos riéramos de él, en los partidos de solteras contra casadas; fue la estrella del carnaval durante décadas y nos hizo sonreír a todos.
Triunfó en el espectáculo y en esa gran obra de teatro que es la vida y se llevó una emotiva despedida, un gran y sentido aplauso en su última actuación.
Un reconocimiento que solo se da a las grandes estrellas y extraordinarias personas. Hablaba de las dificultades que tenían que superar los homosexuales en aquellos años, del cariño y respeto con el que han tratado los medios a ‘El Vargas’, de la educación que recibimos y del peso de las palabras.
Una educación que hace que nuestro subconsciente nos haga decir, sin intención de ofender, que ‘El Vargas’ tenía una desviación para referirse a su condición sexual.
Razón de más para que en este nuevo siglo dediquemos tiempo y dinero en acabar con este tipo de definiciones. Este es mi modesto homenaje a Rafael Vargas y a todos los que sufrieron y sufren la ira de los intolerantes.