Siguiendo la Avenida de Lisboa y arropada por San Daniel, Solís y Poblado Sanidad emerge una extensa barriada que planta su semilla hace más de cincuenta años, hoy conocida como Varela-Valiño o por su reciente bautismo, muy luchado por la clase política pese a la añoranza y negación de sus vecinos, el barrio de La Libertad.
Entre “la parte de arriba y la de abajo”, como se refieren sus vecinos, se esconde un vasto grupo de pequeñas casitas de planta baja que guarda la historia y germen de Varela. Es la intrahistoria de esta zona que ha visto la evolución de ese monte que por entonces se alzaba ante sus ventanas. Un paisaje que progresivamente fue cambiando en forma y color hasta quedar poblado con cientos de bloques de viviendas, que hoy suman unas trescientas, hasta las que se trasladaron familias humildes procedentes de otras zonas de la ciudad.
Era la época en la que las mujeres todavía parían en esas casas de protección oficial y los vecinos hacían una vida activa en la plazoleta. El barrio crecía, y sus dimensiones comenzaban a catalogarlo como uno de los más extensos de Ceuta, donde vivían, principalmente, pescadores y miembros del sindicato vertical.
Por aquel entonces todavía eran tres barrios: Varela-Valiño-Solís, aunque este último decidió abandonar a sus hermanos hace unas décadas. “Siempre éramos villa arriba y villa abajo por las disputas que se generaban en torno a la celebración de la verbena, nunca llovía a gusto de nadie, pero ahí se ha quedado todo y continuamos siendo vecinos hermanos”, comenta Nieves Contreras, presidenta del barrio y vecina de toda la vida “porque yo nací aquí, y en Varela sigo”. Lo de decir Varela es bien común en la zona, “yo soy de Valiño pero, aún así, digo Varela, todos lo decimos”. Precisamente esos tres barrios unidos en uno se deben a tres militares franquistas: José Enrique Varela, Rafael García Valiño y José Solís, de ahí el ahínco de la clase política por cambiar el nombre del barrio. “Yo me niego. Reivindico las raíces de nuestra barriada, es añoranza, historia y recuerdos. Cuando yo no esté, el que me suceda que actúe como considere pero, de momento, seguirá siendo Varela-Valiño”.
Una zona presidida por la paz, donde el tráfico parece un asunto de otro planeta, los vecinos se saludan, se paran, conversan y se respetan. “La tranquilidad es lo que nos caracteriza y, por supuesto, que siempre ha sido uno de los barrios más bonitos de Ceuta”, comenta Contreras entre risas.
Atrás quedan décadas de recuerdos, muchos recuerdos que se ciernen en la añoranza de aquellos niños que correteaban por las calles de estos tres barrios. El tiempo no perdona y la mayoría abandonó su hogar. Unos en Ceuta y, otros, al otro lado del Estrecho. Sin embargo, la unión que forjaron estas ya no tan jóvenes generaciones de vecinos es complicada de romper. Ese lazo con sede en Varela sigue vivo y fuerte. Para ello se han servido de las nuevas tecnologías donde se posicionan como uno de los barrios más activos de la ciudad a través de la página ‘Gente de Valiño’. En la misma comparten fotos de antaño, recuerdos, opiniones, anécdotas “y todo lo que en ese momento recordamos o nos apetece”. Es un grupo dinámico que ha facilitado que no pierdan el contacto, y gracias al cual han dado el siguiente paso: la primera reunión de antiguos de Varela, Valiño y Solís, en la que también incluyeron al barrio de San Daniel, “porque es medio hermano”. Fue la pasada Navidad y su resultado, “de éxito rotundo. Conseguimos reunir hasta a aquellos que se encuentran en la península”. Hasta tal punto que ya planean la siguiente reunión para el próximo verano.
Entre las casitas de planta baja no solo se esconde historia, también recuerdo. Dos de sus calles, ambas paralelas, visten el nombre de algunos de los fundadores de la asociación de vecinos: José Contreras y José Roldán. Estos vecinos fueron pioneros en Ceuta al fundar una de las primeras asociaciones en una época que todavía ni se escuchaba el eco de las mismas por los barrios. “Ellos se entregaron por la barriada para conseguir lo que hoy en día tenemos”, afirma la actual presidenta, Nieves Contreras, hija, precisamente, de José Contreras. Fue a propuesta suya, y a falta de nombre en varias vías de la zona, cuando la Ciudad dio el beneplácito para bautizarlas con los nombres de estos vecinos.
Junto a las casas de planta baja, en uno de los laterales, hoy aparece una pequeña plaza en la que se alzan varios locales, entre ellos el de la asociación de vecinos. Sin embargo, la poca o escasa actividad que ahora alberga este lugar es un contraste rotundo y absoluto con la que allí se generaba no hace tanto, algunas décadas, cuando estaba presidido por lo que para sus vecinos era el epicentro de la vida en la barriada: el Mercado o “placilla”. “De los de toda la vida con pescadería, carnicerías, tiendas de telas, barbería y el principal centro de reunión, el bar ‘La Ponderosa’, recuerda Nieves Contreras. Entre sus recuerdos se reavivan nombres como el de ‘El bomba’, Paco, Carmen “la de la tienda de comestibles y en la que compraba absolutamente todo el barrio” o Margarita “a la que le compré muy lentamente mi ajuar, con lo poquito que me iban dando mis padres”. Frente al mercado se encontraba una gran plaza que ha sido testigo de todas las verbenas y reuniones de los vecinos.
Deficitaria la ciudad de colegios públicos para acoger a una cuantiosa población en edad escolar, a partir de 1961 el Ministerio de Educación y la Ciudad procedieron a la construcción y habilitación de unidades escolares. En 1967 concretamente, se crearon diez micro escuelas, una de ellas la llamada ‘micro escuela Varela’. Estaba conformada por tres unidades con veinte aulas en total y un comedor. Pero el continuo crecimiento del barrio, donde los niños no cesaban en llegar, obligó ya en los años ochenta a una remodelación y ampliación. Fue concretamente en el año 1985 cuando comienza la construcción del actual colegio, el ‘Rosalía de Castro’, que se inauguraría dos años más tarde, en el curso del 87.
El pabellón La Libertad es una de las nuevas construcciones del barrio. Echar la vista atrás en este terreno supone una desaparición de esos bloques de cemento y un regreso a un enorme campo rodeado de monte. Entre ese monte y en mitad de los bloques, una huerta invitaba al juego a los más pequeños, ellos la llamaban ‘la huerta de la mora’. Se encontraba vestida por un magnolio enorme que sorprendía con sus flores blancas, un pozo y algunas gallinas sueltas. “Los niños nos metíamos en la huerta y le robábamos a la morita los nabos, las zanahorias o lo que en ese momento tuviese plantado, y siempre salía detrás con un palo”, recuerda Contreras entre risas. “Cosas de niños”.
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