Opinión

El vacío de las madres de desaparecidos

Vuelve a pasar. Y volvemos a pedir lo mismo: un registro de búsqueda de desaparecidos. No es tan difícil implantarlo, pero parece que sí lo es conseguir que esa idea tenga una buena acogida entre las administraciones que se llenan la boca hablando de derechos que no saben aplicar en casa.

Si miran en nuestra hemeroteca comprobarán las decenas y decenas de noticias que tienen un denominador común: la historia de un joven que se pierde en el mar intentando cruzar a Ceuta. Sus familiares reclaman datos, facilitan fotografías para que se les pueda identificar sin problemas, entregan documentos... pero chocan contra el muro de una entidad inoperativa, incapaz de ayudarles en las gestiones más básicas.

¿Saben lo que es atender llamadas de madres desesperadas porque no saben nada de sus hijos, madres que no hacen más que llorar, que llaman tarde, noche, madrugada reclamando algún dato? ¿Saben que esas madres no tienen a dónde acudir para disponer de una información básica como es la de comprobar si su hijo ha sido reseñado o está acogido en un centro de menores, saber en definitiva si está vivo?

De existir una dirección de correo electrónica gestionada por una administración que solo hiciera las gestiones de verificar si el desaparecido está o no en Ceuta habríamos logrado calmar mucha de la desesperación que hay al otro lado de la línea fronteriza, podríamos hacer el bien mayor que una persona puede realizar por otra: calmar su dolor.

Es de obligado cumplimiento hacer algo. Pero aquí resulta que perdemos más el tiempo organizando tonterías o sacando a los inmigrantes a las calles para posar en nuestros actos que en hacer realmente algo que beneficie, algo que aporte satisfacción, algo que merezca la pena.

El sistema está montado para que solo funcione una parte de la historia, generalmente aquella que sirve de bien poco. El sistema está montado para que interese nada y menos calmar tragedias salvo que esa acción esté subvencionada. Es triste que estando en Ceuta, en una ciudad frontera, castigada por una huida de la juventud del norte de Marruecos, a nadie importe algo tan básico como colaborar, calmar a una madre, gestionar ese descontrol que tenemos a pie de espigón sin visos de erradicarse.

La vida sigue igual, desgraciadamente para mal.

 

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