Opinión

V Vía Crucis infantil de San José

Genuina experiencia Fueron los catequistas los que iniciaron en 2013 esta novedosa vivencia de iniciar la cuaresma con los niños mediante este ya tradicional acto en el interior de la iglesia

Cuando el invierno comienza a agonizar en los idus de marzo, con la naturaleza exultante de la vitalidad de una primavera amenazante, la comunidad cristiana de Ceuta celebra, a caballo entre los meses de marzo y abril, el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Después de la Navidad y como preludio a la Semana Santa, estos cuarenta días son tiempo de meditación, de preparación y de conversión, de examinar con detalle nuestra conciencia.
«Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis» (Mt 19:14), pero un poquito lejos, para que no molesten a los adultos en demasía, añaden algunos. No, Cristo no dijo nada de eso. Un buen examen de conciencia para esta cuaresma podría consistir en pensar lo que hacemos por la salud espiritual de nuestros hijos, de aquilatar la verdadera relación con el Señor confrontándola con la de los niños, para así descubrir el tesoro que constituye la fe depositada en el corazón de los más pequeños.
En los niños, la relación con Dios no es nada pueril, ni superficial, sino directa, pura, espontánea y natural. A diferencia de los adultos, su entrega al Señor es total, sin miedos, sin reservas ni condiciones; y su confianza en Jesús es absoluta y rotunda. Los niños son los seres predilectos del Espíritu Santo, su genuina imagen renovadora de una fe llena de esperanza y el modelo de un auténtico espíritu evangelizador. Ya lo dijo el Señor: «Les aseguro que si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. El que se haga pequeño como estos niños será el más grande en el Reino de los cielos» (Mt 18, 1-4).
El Vía Crucis infantil del próximo viernes 3 de marzo, a las 19:00 horas, en la parroquia de San José, será como un fuerte abrazo con Jesús, en el que el niño le dice: «Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo». La experiencia de los cuatro anteriores Vía Crucis consecutivos en esta iglesia de extramuros, celebrados en los últimos años por su comunidad cristiana, y bajo el auspicio espiritual del Padre Miguel Tenorio, ha sido muy gratificante en todos los aspectos. Fueron sus catequistas las que iniciaron en 2013 esta genuina y novedosa experiencia de iniciar la cuaresma con los niños mediante este tradicional Vía Crucis infantil, que como siempre, emerge el primer viernes de cuaresma, y se celebra en el interior la iglesia.
En su metafórico retiro espiritual en el desierto de nuestra cómoda apatía, los niños tienen sed continua de Dios, sin embargo en nuestra actual sociedad, excesivamente secularizada, algunos pueden llegar a pensar que es un despropósito acercar demasiado a los niños a Jesús. Hasta al año 2013, los distintos Vía Crucis que se celebraban en nuestra ciudad iban destinados a los adultos. Craso error que solo algunos han sabido rectificar, unos antes que otros, pero más vale tarde que nunca. Qué pena que algunos no lleguen a entender la niñez como ese periodo de la vida en el que la pureza, la genialidad y la inocencia aún no han sido vulneradas por el crecimiento visceral ni contaminadas por los miasmas y efluvios putrefactos que emana de algunos rincones de nuestra sociedad. Muchos no saben que los niños imitan a los adultos tanto física como espiritualmente ¿Pero realmente somos un modelo a seguir? Sus pequeñas retinas son como dos cámaras de alta resolución que graban y guardan todo lo que hacen sus progenitores, y todo lo que perciben del exterior. Cuando nos hacemos mayores, no siempre recordamos lo que nuestros padres nos decían, pero sí lo que hacían en la vida. La mejor catequesis es la que comienza en la familia, la que se ampara en nuestras tradiciones, por eso los primeros años son los mejores para introducir a los pequeños en el misterio de Dios. Qué momento mágico es ese cuando los niños están descubriendo la vida envueltos en la ingenua sorpresa de los primeros deslumbres de la creación, cuando sus preguntas inocentes sobre nuestras costumbres y creencias surgen continuamente de sus labios, cuando sus pupilas se dilatan ante la grandeza y la sublime belleza de la imagen de Dios hecho hombre. Qué oportunidad tenemos los adultos para formar a los niños en esos primeros años que están especialmente preparados para oír hablar de Dios, del misterio de Jesús, de su pasión, muerte y resurrección. Los niños tienen una especial capacidad de entender a Dios porque su alma aún no está manchada ni adulterada, y por eso, tienen un instinto más vivo e inmaculado que nosotros para encontrar a Jesús en esta cuaresma ¿Por qué no le ayudamos a encontrarlo?¿Qué hacemos por ellos?
El Vía Crucis infantil es una forma de dedicarles el tiempo que necesitan en la cuaresma, de darles el protagonismo que nos piden. Es el catecismo ideal para hablarles de Jesús, para que entiendan que Dios es un padre lleno de amor, humildad, misericordia, y perdón para con nosotros. La tierna mirada de la pequeña imagen del Cristo de la Salud que preside este Vía Crucis les dice que todo lo que tienen en sus vidas es un regalo de Dios. Los niños aprenden con los padres a través de su experiencia, a través de ellos se les transmite la sabiduría de la vida, sus tradiciones, y la doctrina cristiana. Entre esas experiencias debe estar muy presente el mensaje y el legado de Jesús. Este Vía Crucis adaptado a sus mentalidades y necesidades espirituales puede ser de gran ayuda en este contexto. Así se despierta en ellos, ya desde el comienzo de sus vidas, la necesidad de agradecer todo a Dios. Las catequistas y los padres deben transmitir la fe cuando a través del Vía Crucis, les cuentan a los niños la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Siempre con el evangelio en la mano, presentándoselo como quien es, una persona viva, un Dios hecho hombre, que muere en la Cruz por amor y resucita al tercer día para salvarnos.
A veces, puede resultar complicado explicar a los pequeños que, esas imágenes de sufrimiento de Jesús que están en las iglesias, representan a nuestro salvador, y que dio su vida por nosotros. La experiencia de la parroquia de San José en estos actos ha sido muy conmovedora y gratificante. Sus feligreses han palpado reiteradamente que el niño es un ser observador y contemplativo pero con una actitud activa por excelencia. No es que lo crean todo, y ya está, sino que, desde el día de su bautismo, y en su preparación para la primera comunión, el niño posee un corazón sencillo y habitado por la presencia trinitaria que hay que educar y cuidar. Solo tenemos que acercarlo a la fuente para que beba, y que el Señor apague esa sed de profundizar en su fe, sobre todo en esas edades tempranas de preparación durante la catequesis.
Gracias a su experiencia con estos tradicionales Vía Crucis infantiles, las catequistas de San José desmontan el tópico de la supuesta “inmadurez” de los más pequeños, que “no entienden todavía”, que no conviene dar “pasos forzados” como dirían los conformistas. Son argumentos espurios que decimos cuando queremos eludir el compromiso con ellos, pues la realidad del Espíritu Santo no es ésa, sino más bien al contrario, el niño debe crecer y llegar a ser adulto en todo, en lo físico, en lo intelectual y sobre todo en lo espiritual, de lo contrario será una persona vulnerable, incompleta y vacía. Hay experiencias constatadas en estos cuatros años de la necesidad del niño de vivir esta dimensión transcendente de la preparación a la cuaresma mediante su participación activa en el Vía Crucis. La edad no es impedimento para integrarse en el mismo, al contrario, es un aliciente y al mismo tiempo un tremendo desafío para sus padres y preparadores.
Es sorprendente ver a estos niños, de diversas edades, en silencio y participando con recogimiento y regocijo en las XIV estaciones del Vía Crucis. Cuando miro retrospectivamente estas fotografías, he podido observar como sus rostros pueriles quedan como transfigurados cuando portan en sus hombros la pequeña imagen de Jesús de la Salud. He podido escuchar el racheo de sus zapatos, cuando poco a poco, paso a paso, se van acercando con esa pequeña parihuela de madera al sagrario de la iglesia. He podido sentir el latido acelerado de sus corazones, su respiración entrecortada, y desde el silencio del respeto, sin ningún complejo y con la máxima naturalidad, oír como le dicen a Jesús: «Aquí estoy, haz de mí lo que quieras».
También los padres se implican en el Vía Crucis de sus hijos. «No se trata de llevarlos a otra clase de catequesis sin más -explican los responsables de esta iniciativa-. Es preciso la complicidad de los padres para que se formen y sepan acompañar y alentar la dimensión espiritual de sus hijos, al igual que cuidan de sus necesidades físicas». Es sorprendente como, a pesar de vivir en una sociedad cada vez más ácrata y descristianizada, emerge esa actitud relevante con la que estos niños van y participan en el Vía Crucis. Es impresionante ver como los niños sienten esa experiencia en sus corazones, como rebosan de felicidad, y quieren volver al año siguiente, para portar de nuevo en sus hombros la imagen viva del hijo de Dios.
La liturgia de este acto cristiano es entrañable; especialmente, las lecturas de las XIV estaciones adaptadas a su mentalidad, y sobre todo las meditadas reflexiones públicas que cada niño hace sobre ellas desde el atril. Los más pequeños y traviesos quedan absortos, silentes, impresionados, pero siguiendo los pasos del Señor que se pasea con gracia y elegancia, a golpe de llamador, y portado por los niños mayores. A pesar de la expresión de pena, dolor y sufrimiento de la imagen de Jesús que cargan en sus tiernos hombros infantiles, los niños viven su Vía Crucis como una experiencia festiva, y esa alegría llena de amor, paz y esperanza impregna para siempre sus corazones. Para ellos, todo es más sencillo, más sincero, sin ningún tipo de estridencias. Son capaces de ver y sentir a Jesús con más naturalidad y transparencia que los mayores, pues poseen una increíble capacidad de entrega, con un corazón mucho más abierto al Espíritu Santo que nosotros. Tenemos tanto que aprender de ellos…
En definitiva, solo un pueblo que cuida sus tradiciones por y desde la infancia es un pueblo con alguna esperanza de futuro, orgulloso de sus raíces y respetuoso con el legado de sus antepasados ¿Lo hacemos nosotros? El mensaje que cada año los niños nos hacen a los adultos sobre este Vía Crucis infantil es muy tangible y directo: «Apoya con tu asistencia todas las iniciativas religiosas dirigidas por y para la infancia, con independencia de su lugar, color, condición, naturaleza, forma o dimensión cultural y cristiana». Como ocurre con tanta frecuencia en la vida, el problema no radica en la transparencia de la información, ni en la premura de su mensaje reiterativo, ni siquiera en nuestro limitado intelecto, sino que los adultos solo entendemos lo que nos “interesa entender” en cada momento. Pero ya lo dice el refrán: «El que no cuida lo que hereda, a pedir se queda».

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