La sociedad ceutí del siglo XVIII era bastante conservadora, dado que estaba sometida a sucesivos cercos y continuos hostigamientos y la población debía atender, antes que nada, a su protección y defensa, razón por la que les daba poco tiempo para relajarse ni para permitirse otras liberalidades que no fueran la estricta práctica de los usos y costumbres más acendrados; y es por ello, que el pueblo se veía así obligado a permanecer encerrado dentro del recinto local, sin expansionarse y con la sola posibilidad de practicar los usos, costumbres, fiestas y tradiciones locales y siempre que los vecinos de al lado no les aguaran las fiestas.
Desde el siglo XVI la ciudad celebraba con religiosa tradición las festividades del Corpus Christi, Circuncisión, Epifanía, Purificación, Anunciación, Resurrección, Ascensión, Pentecostés, San Juan, San Pablo, San Pedro, Santiago, todos los Santos, la Purísima Concepción, Navidad y el día de San Esteban. Especial relevancia tenían las festividades de la Virgen de de África y la de los mártires San Daniel y Compañeros. Se hacían numerosas rogativas ante la Patrona siempre que a la población le acechaba algún peligro, así como ante los Santos Patronos San Daniel y Compañeros, dadas las facultades milagrosas que desde sus orígenes muchos ceutíes han atribuido a esas dos imágenes, dando vueltas los vecinos a la plaza “día y noche” pidiéndoles por su seguridad y salvación.
Especial mención merece la celebración de Semana Santa. Desde 1680, la Real Casa de la Misericordia exponía el Santísimo Sacramento los Jueves Santos, según nos dice el cronista Gómez Barceló, en la iglesia de San Blas que entonces regentaba, donde también se celebraban procesiones los lunes, que después pasaron a los jueves y viernes. En la del jueves participaban diferentes pasos o escenas que A. Carmona Portillo refiere en su historia que parecen corresponder a estandartes con pinturas sobre la Pasión. La escenificación era completa, aunque a lo largo del siglo fueron desapareciendo algunas escenas y apareciendo otras, más por el deterioro de las imágenes que por cambios en la iconografía. En el desfile presidido por la Bandera Nueva o insignia de la Hermandad, iban entre 18 y 22 hermanos con varas y entre 20 y 42 con hachas; al final de la procesión se colocaban los “Cubiertos”, hermanos con túnicas y velas.
A partir de 1711 salía en la procesión del Viernes Santo la imagen del Cristo de la Real Casa, que era muy venerada en la ciudad y custodiada en la misma hasta su desaparición, pasando a la catedral y después a la iglesia del Valle, que también se sacaba en procesión en cualquier acto de la Hermandad. Y, como la capilla de San Blas fue arruinada durante el sitio de 1694, la imagen fue guardada en la Iglesia de África, aunque el 13-02-1700 se trasladó a la capilla de San Sebastián, donde residió la Real Casa hasta 1710 en que pasó a la iglesia del Socorro.
En 1685 se instituyó, por el obispo Antonio Ibáñez de la Riba el doble patronazgo de Nuestra Sra. de África, y San Daniel. A la Patrona solían hacerse votos solemnes, como cuando en 1743 la ciudad sufrió una terrible epidemia. Había festejos que tenían su causa en el rescate de cautivos, como la libertad que consiguieron numerosos cautivos en 1741, con la mediación de los mercedarios, que según Correa de Franca refiere “fue de imponderable regocijo para vecindario y guarnición”.
Pero, aparte de los actos religiosos, los ceutíes del siglo XVIII apenas tenían distracciones, por falta de espacio; únicamente en la Almina, las huertas y la alameda de las proximidades de Fuente Caballos se podía disfrutar de tal esparcimiento. Y la Iglesia ponía buen cuidado en que imperaran la moralidad y las buenas costumbres cristianas. El obispo Vidal Marín refería en 1700: “…Y aunque no se ha podido conseguir que no haya muchas culpas por la licencia de los militares y desterrados, que hay aquí por todo género de delitos, no obstante, con las advertencias que se les hacen, y con el castigo que dificultosamente evitan cerrados del todo en este ángulo estrecho, se contienen mucho”.
Se perseguía el amancebamiento y se daban bastantes demandas de mujeres por incumplimiento de palabra de matrimonio, aunque también se recogen tres casos en que los hombres demandaron a las mujeres por la misma causa. Hay casos curiosos, como el de María Ortiz, que pedía el divorcio de su marido, Sebastián Márquez, al descubrir que era mala persona por haber sido desterrado a Ceuta por dispendio. Y en un expediente de 1756 Paula Gámez demandó su divorcio de Luis del Valle por malos tratos, obligándole el juez a volver con su marido, aunque tras convivir con él durante tres días, por fin, ante la reincidencia del esposo le fue concedido divorciarse por malos tratos.
La dura actitud del Antiguo Régimen respecto de las relaciones extraconyugales generó una serie de bautismos-nacimientos marginales, como los de los hijos de esclavas, los expósitos o abandonados y los ilegítimos. Entre 1640 y 1800 fueron abandonados 1080 niños, que eran entregados al cuidado de la Casa de la Misericordia tras haber sido abandonados por la imposibilidad de criarlos sus madres esclavas y por ser fruto de amores ilegítimos. Antes de hacerse cargo dicha Casa de los niños expósitos, éstos se abandonaban en la iglesia, otras veces eran entregados al Tesorero que luego los entregaba a mujeres que los criaban por 25 reales al mes.
Pero al finalizar el siglo XVIII, el cuidado de estos niños abandonados pasó a la Administración, previa entrega por las matronas a las autoridades tras haber asistido en secreto a los nacimientos. Y otros eran abandonados a las puertas de las casas de familiares pudientes, ya que la vida de estas criaturas en la inclusa era deplorable, porque como las amas de cría estaban movidas sólo por el dinero, pues les faltaba el cariño, siendo por ello elevado el número de muertes; desde 1675 hasta 1787 fallecieron 471 de estos niños abandonados.
La represión y el desvelo de las instituciones para mantener el orden y la moralidad en Ceuta formaban parte de la sociedad en una ciudad fronteriza, militar y con presidio; lo que apenas le hacía posible gozar de mayor libertad. Pero a finales del siglo XVIII hubo bastante relajación de la moralidad y las buenas costumbres; y este deterioro social se notó mucho en el aumento de la ilegitimidad y de los matrimonios, así como en las condenas por crímenes y deserciones de soldados y desterrados; lo que dio lugar a que los obispos se quejaran, porque, según Hernández Palomino, “la Plaza de Armas y el Presidio, al que vienen desde la Península y otros reinos hombres marcados por crímenes, ofrecen ocasión para muchos abusos, corruptelas y escándalos”, sugiriendo que, por ello, lo mejor sería que los extranjeros no vinieran a Ceuta con sus depravadas costumbres.
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