Nuestra ciudad tiene la suerte de contar con un espectacular conjunto fortificado en pleno centro del casco urbano. Tardamos mucho en darnos cuenta y valorar de manera adecuada esta joya patrimonial, lo que explica los muchos dimes y diretes para que se iniciase su restauración.
Un proceso de restauración que, a pesar de su retraso, comenzó de forma apresurada y con evidentes síntomas de precipitación. Cuando los políticos ya se atrevieron a anunciar una fecha de comienzo de las obras, alguien tuvo que caer en la cuenta de la obligación legal de redactar un Plan Especial de Restauración de Conjunto Monumental de las Murallas Reales, requisito sine qua non para acometer cualquier intervención de restauración.
El proyecto fue redactado de prisa y corriendo por los técnicos municipales, dejando muchos cabos sueltos cuyas consecuencias estamos pagando en la actualidad. La primera de estas carencias fue la ausencia de un estudio riguroso de los usos a lo que se iba a destinar los distintos elementos que conforman las Murallas Reales. Algunos recordarán el desconcierto que supuso el final de la restauración del Revellín de San Ignacio. Las autoridades estaban convencidas de que éste iba a ser la nueva ubicación del museo arqueológico, llegando incluso a solicitar a los técnicos municipales encargados del museo que iniciasen el empaquetado de las piezas que debían trasladarse a las Murallas Reales.
La sorpresa fue mayúscula cuando al llegar allí lo que se encontraron fue una sala de exposiciones que en nada cumplía el programa de necesidades de un museo arqueológico. El turno siguiente de actuación le tocó a la Contraguardia de San Francisco Javier, cuyas bóvedas se pensó habilitar como almacenes del museo. Una de las naves incluso se adecuó para el almacenaje de obras de arte, principalmente de la pinacoteca municipal. Una vez concluidas las obras se dieron cuenta de que la humedad de las naves hacía imposible almacenar algún tipo de pintura por el peligro que suponía los elevados valores higrométricos.
Se intentó solucionar el problema con la instalación de un sofisticado y costoso sistema de aireación con un resultado poco satisfactorio. En definitiva, la falta de previsión y de un análisis previo de los usos a los que iba a destinarse este elemento fortificado motivó que, en un principio, estas naves se utilizasen para otros usos no previstos, como sala de proyecciones.
Finalmente, excepto una de las naves en la que se guardan los materiales de las últimas excavaciones arqueológicas realizadas en la ciudad, el resto han sido convertidas en restaurantes.
Esta decisión abrió la puerta a todo de tipo de modificaciones en la estructura de las bóvedas, que no podemos olvidar gozan de la más alta protección jurídica, y a situaciones aberrantes como la instalación de anafes de pinchitos junto a las paredes exteriores de estas fortificaciones dieciochescas. Unos años después, y teniendo en cuenta los antecedentes comentados, por fin alguien tuvo que recaer en el desbarajuste que venía sufriendo el proceso de restauración del Conjunto Monumental de las Murallas Reales y en la infrautilización de este importante recurso patrimonial.
Con este motivo se contempló, entre las actuaciones del Plan de Dinamización Turística, la redacción y ejecución de un Plan de Usos y Gestión de las Murallas Reales. Entre las medidas más tangibles de este plan se procedió a la instalación de paneles informativos en distintos puntos del conjunto monumental, indicando en algunos casos el uso de los distintos inmuebles restaurados hasta ese momento.
Este Plan de Usos y Gestión de las Murallas Reales sirvió para poco, tal y como se pudo comprobar en la restauración del Ángulo de San Pablo. En este plan se indicaba que este inmueble tendría como destino convertirse en un centro de recepción de visitantes.
Sin embargo, en el verano del año 2004, trascendió a los medios de comunicación la noticia de que el Ángulo de San Pablo iba a ser cedido a la Cofradía de la Virgen de África para sede del museo de esta Hermandad.
No sabemos qué pasó después, pero alguien tuvo que hacer recapacitar a las autoridades y se retomó la idea de ubicar en este espacio un centro de visitantes. En aquellas fechas, desde esta misma columna de opinión, apoyamos el uso mencionado. Pensamos entonces, y seguimos pensando ahora, que el Conjunto de las Murallas Reales requiere de un lugar donde atender a los visitantes interesados en conocer la historia de este conjunto fortificado y, en general, acercarse a la historia de Ceuta. Un lugar donde exponer el patrimonio cultural relacionado con las Murallas Reales (planos, maquetas, restos arqueológicos, etc…), y en el cual ofrecer servicios complementarios como tienda, librería especializada o cafetería.
Unos usos, por tanto, más acordes con la naturaleza del espacio donde se ubica y en consonancia con el plan general de usos diseñado por un equipo de expertos en patrimonio. Un primer intento, desde nuestro punto de vista fallido, de dotar a las Murallas Reales de un centro de interpretación fue la exposición permanente “Las siete esencias de Ceuta” instalada en la entrada de Ángulo de San Pablo. El desarrollo conceptual de este espacio expositivo fue interesante, pero su ejecución una auténtica chapuza. A los pocos días los medios audiovisuales no funcionaban y la Ciudad tampoco mostró mucho interés en promocionar este lugar.
Era todo un decorado mal ejecutado que ocultaba un cascarrón completamente vacío. Tiempo después se rellenó parte de este espacio con la sede de la Escuela de Negocios del Mediterráneo (ENME). Pero una vez más la falta de continuidad a los proyectos que caracteriza a los gobiernos del Sr. Vivas llevó a la clausura de este centro de formación empresarial.
Aprovechando estas magníficas instalaciones, la Consejería de Educación y Cultura sacó a concurso una licitación para transformar las salas de trabajo de la ENME y la sede de la Fundación Crisol de Culturas en las oficinas del área de Patrimonio Cultural y del servicio de Museos. Las obras se ejecutaron y parte del personal de los departamentos señalados pasaron a su nueva sede. Decimos parte del personal, ya que mientras los técnicos pasaron al Ángulo de San Pablo, los funcionarios dedicados a la parte administrativa permanecieron en el Complejo Cultural de la Manzana del Revellín.
Todo ello conlleva dificultades operativas y retraso innecesarios en la tramitación de los expedientes administrativos que perjudican en última instancia a los ciudadanos y a las empresas. Mientras que el personal del área de Patrimonio cultural esperaba su prometida reunificación, nos encontramos, no hace mucho, con el anuncio de un nuevo cambio en el uso del Ángulo de San Pablo.
Ahora esta antigua fortificación del siglo XVIII quieren convertirla en la sede de un macrocentro de formación y comercio digital. Según se exponía a principios de este mes en estas mismas páginas de “El Faro de Ceuta”, se ha “contemplado el inicio de las obras de acondicionamiento de la sala de exposiciones y de la parte que ocupaba el Museo de las Esencias para la creación de una aceleradora de empresas emergentes (‘start-ups’)”. Una vez más tiramos abajo unas instalaciones que en su momento costaron mucho dinero para satisfacer el último capricho de nuestros gobernantes.
Alguien tendría que recordarles a los señores y a las señoras que llevan la rienda de la ciudad que el uso de los bienes inmuebles declarados de interés cultural no puede estar cambiando a merced de si el viento sopla de levante o de poniente.
En todo caso, los usos que se le den tienen que estar acorde con su valor patrimonial y con el fin social que le corresponde, que no es otro que el disfrute colectivo de los ciudadanos. Nosotros no vamos a entrar a valorar la idoneidad u oportunidad de crear en Ceuta un centro de economía digital, lo que sí exigimos es el escrupuloso respeto a las normas que protegen nuestros bienes culturales, entre ellas el contenido del Plan de Uso y Gestión de las Murallas Reales.
Hay que acabar de una vez por todas con todos los dislates y aberraciones que ha sufrido este conjunto monumental. No puede volver a repetirse la imagen de los humos de los anafes manchando las paredes de las fortificaciones, ni los caminos interiores entre los revellines convertidos en aparcamiento público, ni la continua presencia de escenarios en el espacio de las Murallas Reales en plena temporada turística, ni los continuos e improvisados cambios de uso de los revellines o el destrozo del frágil pavimento de la plaza de Armas por el paso de maquinaria pesada o camiones.
Todo este tiene que acabar y el Consejero de Educación y Cultura es el responsable de reconducir esta situación. Que saque el Plan de Uso y Gestión de los Murallas Reales y lo pongo encima de la mesa en el próximo Consejo de Gobierno para que su jefe y sus compañeros y compañeras sepan lo que se puede y no se puede hacer en las Murallas Reales.
Apoyo total a tu articulo, ojala las Autoridades lo hagan igual