La imaginación es una bonita manera de Si hay algo que despertaba mi admiración hacia mi padre, eso era su destreza en el uso del idioma rifeño. Tened en cuenta que, siendo teniente, fue destinado a instruir a las tropas de la “mejala”, allí por los montes de Ketama.
Rápidamente dio con los beneficios de aprender la lengua rifeña, y comenzó a leer libros tutoriales, y a practicar con los naturales. Mi padre se acogió a la esencia que fundamenta a todo idioma: la universalidad. Mi padre aceptó esa aura de ofrecimiento, de hospitalidad, y de cercanía, y el resultado fue el respeto de los soldados.
Y no debía hacerlo mal. Recuerdo que lo acompañaba a hacer la compra en la plaza del mercado, y allí recitaba la variedad de frutas y verduras, y el gesto del dependiente árabe-musulmán se llenaba de simpatía, y de agradecimiento, al llevarse la mano al corazón.
El caso es que mi padre también se admiraba conmigo por mis ímprobos esfuerzos en aprender el idioma inglés. Tened en cuenta que yo iba para periodista, y di que este aprendizaje era necesario. De hecho, llegué a pasar un verano en Londres, allá por el año 92, pero estas andanzas son motivo de otras lecturas. Mi congoja llega cuando observo que los idiomas son convertidos en elementos de dominación, despojándolos de su vocación universal.
Hay que saberlo: los idiomas son el “intersticio” que cohesiona las relaciones sociales, y su uso no debiera ser un objeto arrojadizo, sino de profundización en la condición humana.
De todas las formas que puede adoptar la belleza, la más original y primera es el idioma. Sin embargo, su hospitalidad o práctica compartida ha sido mancillada por la ambición y el recelo, y las lágrimas llenan los ojos de la cultura.
También aprovecho la ocasión para advertir que el idioma está sujeto al criterio de calidad, y hablar lo que se dice hablar, será después del estudio. Los idiomas tienen sus reglas y vocablos, pero luego hay que explicar con acierto la realidad que nos circunda, y darle solución. Corresponde a la cultura llenar de contenido el idioma.
En este sentido, no veo motivos para el optimismo, a la vista de la proyección tan superficial en la esfera pública, y a la improvisación de los esquemas gramaticales.
La falta de interiorización de los procesos humanos, y el sobreuso de las redes, ha dado paso a un lenguaje enlatado, prefabricado. La palabra, sin el sedimento de la cultura y sin el elemento crítico, queda como un espacio vacío, estéril. La altura y el futuro de un cuerpo social están directamente asociados a la penetración y profundidad que seamos capaces de darle al idioma. Es nuestro destino universal el entendimiento.
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