Todos los días, desde hace muchos años, tengo la compañía de las palomas cada vez que salgo de casa para atender cualquier necesidad o para pasear. Ellas tienen su propio terreno, su Base podríamos decir, en los jardines de la plazoleta que hay frente a la Iglesia, en la que no falta agua abundante en el estanque de una fuente, próxima, que lanza su chorro de agua a juguetear con los vientos, sin que supongo peligro de mojadura a quienes transitan por sus inmediaciones ya que, a su alrededor hay una extensa zona ajardinada. Tienen, las palomas, su vida asegurada pues son muchas las personas que les traen provisiones al tiempo que disfrutan esparciéndolas sobre el suelo al tiempo que las palomas y también tórtolas y gorriones se dedican a la captura de esas provisiones. Hay para todos, aunque guardando las distancias...
Por si eso fuera poco, como medios de subsistencia, hay en los alrededores unas tiendas de golosinas en las que entran y salen chiquillos para hacerse con un cartucho de pipas, avellanas o algo por el estilo y las palomas están pendientes de ese tráfico para descubrir lo que haya podido caer al suelo y picotearlo mientras mantienen una marcha lenta y graciosa de movimientos, mientras su vista, aguda y poderosa, es capaz de detectar cualquier pequeño resto entre las ranuras de las baldosas de las aceras. No se asustan con el paso de los peatones y saben apartarse para no interrumpir el paso humano aunque, eso sí, sin perder de vista su objetivo al que vuelven una vez que ya no hay gente en sus proximidades. A mi no me han molestado nunca y me gusta verlas vivir su vida. No concibo un jardín sin palomas.
Hay gente, de todas las edades, que utilizan para su descanso los bancos que hay en la plazoleta mientras las palomas circulan a su alrededor con sus pasitos cortos y con curiosidad permanente en espera de que puedan ofrecerles algunos pequeños trozos de alimentos. Es muy grato el descanso en ese ambiente, aunque en las proximidades algunos niños pequeños hagan revolotear a las palomas llevados de un afán amistoso de deseos de jugar con ellas, como unos amigos más. Nadie se enfada en ese entorno sino que se logra descanso, no solo corporal aino mental. La vida allí discurre plácidamente y cada cual dispone de su tiempo en la forma que cree más conveniente y procurando no molestar a nadie mientras se disfruta con el ir y venir de las palomas: durante ese tiempo la vida se hace más sencilla y amable. Esta mañana he sentido mucha pena porque una paloma había muerto. Estaba recogida junto al bordillo de la acera y posiblemente la recogería el servicio de limpieza público cuando actuara en esa zona. Era como una hoja seca caída de un árbol pero que no podía ser desplazada por la fuerza del viento, debido a su peso. Yo creo, sin embargo, que está allí junto al lugar donde los chiquillos abren sus paquetes de golosinas recién comprados en las tiendas allí existentes. Era su lugar preferido y tal vez se distrajo algo, en la carretera inmediata, y no pudo eludir el golpe de algún vehículo. Daba mucha pena ver un cuerpo tan pequeñito sin vida; no es un ser humano ¿pero por qué los humanos no vamos a poder sentir el que una paloma haya muerto atropellada?