Caballas ha decidido concurrir a las elecciones generales que se celebrarán el próximo veinte de noviembre. Es una demostración palpable del espíritu de servicio a la ciudadanía que inspira este proyecto político. Somos perfectamente conscientes de las dificultades que entraña para una modesta formación localista competir en unos comicios monopolizados por la dicotomía entre las dos facciones del pensamiento único imperante en España en la actualidad. Abrir una brecha, por pequeña que sea, en el hermético muro de la manipulación mediática es casi imposible. Hubiera sido mucho más cómodo mantenernos al margen con alguna excusa más o menos convincente, y no arriesgar. Los fracasos electorales siempre provocan un desgaste psicológico en el electorado. Sin embargo esta posición hubiera supuesto una traición a nuestra seña de identidad más preciada: para Caballas siempre prevalecen principios sobre los intereses. Incluso sobre los nuestros. Nos hubiera producido un cargo de conciencia insoportable condenar a los ceutíes a elegir entre una constelación de siglas todas ellas portadoras de la desesperanza. Tenemos la obligación moral de ofrecerles la posibilidad de marcar la diferencia. Que lo hagan, o no, ya es responsabilidad de cada cual. Pero tener la opción se nos antoja imprescindible.
La participación de los partidos localistas en las elecciones generales siempre recibe la crítica de un sector de opinión que lo considera inútil por carecer de fuerza suficiente para traducir su discurso en hechos. Piensan que un solo diputado en el Congreso poco o nada puede hacer. Es una concepción aritmética de la política absolutamente errática. Los diputados no sólo eligen al Presidente del Gobierno, sino que exponen, sostienen y promueven causas e ideas. Para eso no hace falta cantidad sino voluntad. Podríamos enumerar infinidad de ejemplos. No es necesario. Basta con recordar el papel de Coalición Canaria. Una voz pequeña, pero independiente y firme que ha sabido rentabilizar al máximo su voto en defensa de su tierra. En Ceuta hemos hecho lo contrario.
Aupados sobre un saco de complejos y movidos por la impotencia, siempre hemos confiado en los grandes partidos nacionales. Aún sabiendo que sólo somos para ellos un antipático problema que tratan con insufrible desdén. Las consecuencias son tan obvias como vergonzantes. Ceuta (teóricamente Ciudad española), no tiene aguas territoriales, está excluida del ámbito de actuación de la OTAN (tratado de defensa militar de España), está desplazada de las instituciones comunitarias y ni siquiera tiene reconocida la aduana con Marruecos.
Los ceutíes (y melillenses) son los únicos españoles que no pertenecen a ninguna Comunidad Autónoma, lo que introduce un factor diferenciador de inquietantes interpretaciones. Todas estas circunstancias tienen el mismo y conocido origen. Para PP y PSOE tiene mucha más importancia mantener una buena relación con Marruecos que la dignidad de Ceuta y Melilla. Cuando se tensa la cuerda siempre se rompe por nuestro lado. Sería necesario denunciar esta situación con rotundidad desde la tribuna del Congreso. Nunca lo hemos podido hacer. Los diputados que decían representar a Ceuta, en realidad sólo han representado los intereses de su partido (PP o PSOE). Por eso callan. Silencio, nada más que un silencio cómplice asesino del futuro. Un solo discurso en el Congreso y el Senado reivindicando la dignidad de nuestro pueblo, y exigiendo los derechos que como tal nos asisten, tendría mucho más valor que todo lo que han hecho nuestros parlamentarios durante las tres últimas décadas.
Por si estos no fueran argumentos suficientes para avalar la necesidad de una candidatura localista, podemos recurrir a los indicadores generalmente aceptados para medir el grado de desarrollo alcanzado por cada región. Tras votar treinta años seguidos al PP o al PSOE, hemos conseguido que Ceuta sea líder destacado en paro, fracaso escolar, infravivienda, pobreza y déficit de equipamientos públicos. Demoledor.
Un comportamiento inteligente conduciría al electorado a cambiar radicalmente el sentido de un voto desesperadamente inútil. Sin embargo, lo más probable es que nos mantengamos fieles a nuestra acreditada condición de inconscientes avestruces.
Negamos la realidad mientras cedemos lo único que tenemos para cambiarla (nuestro voto) a quien trafica impunemente con nuestros intereses de una manera innoble. Caballas no ganará las elecciones. Pero hacer visible la resistencia tiene un incalculable valor político de futuro. No todos estamos dispuestos a aceptar resignadamente este perverso juego. La chispa existe, ojala un día se convierta en llama.