Una de esas iniciativas que valía la pena explorar era el llamado “K.K Eye hospital” de la India. Aunque conocíamos el proyecto en teoría y no era la primera vez que ayudábamos a ese país, nos quedaba pendiente la comprobación directa. Para ello, se aprovechó un viaje privado de una de nuestros socios, la Dra. Kumari Nanwani que, como oftalmóloga, podría evaluar el citado proyecto y, al mismo tiempo, asesorar en lo posible a sus compañeros de aquel hospital sobre las técnicas que se utilizan en Europa.
La Unión India, a pesar de ser un país emergente y con gran futuro, tiene grandes necesidades por su enorme población y la llamada catarata es la primera causa de ceguera, al igual que en otros países en vías de desarrollo. Esa ceguera convierte a millones de personas en todo el mundo en seres que no producen y significan una dura carga para sus modestas familias. En la India no existe la jubilación y la correcta asistencia médica, solo es asequible a los ricos, pues incluso la beneficencia estatal es de muy baja calidad.
La Dra. Nanwani pudo comprobar que los hospitales KK se nutren con fondos de aportaciones privadas, por ayudas externas y autofinanciándose al atender por las tardes a pacientes privados. Los médicos son contratados a tiempo completo y trabajan de 8:00 de la mañana a 17:00, atendiendo a personas necesitadas por la mañana y privados por la tarde.
Se constató que la atención benéfica se realiza en circuitos de tres días y se mueven en un radio de 300 Kms. alrededor de la ciudad de Pune. El primer día, personal paramédico viaja a los pueblos en autobuses preparados y los alcaldes y profesores ya les tienen preparados hasta completar unos 200 pacientes. Conducidos al “KK Eye Hospital”, acompañados solo los menores, se les realiza un estudio pre-quirúrgico que incluye una valoración dental, porque puede existir un foco que produzca infecciones después de la intervención. La mayoría son personas que nunca asistieron a un dentista.
El segundo día, seis médicos intervienen a 150 pacientes y el tercer día, una vez valorados por el facultativo que los operó, son llevados de vuelta en los autobuses a sus pueblos de origen, con unas gafas de sol cada uno. Esos tres días permanecen, también sin cargo alguno en el Hospital, en salas separadas para hombres y mujeres con las correspondientes comidas y todo en un ambiente de limpieza absoluta, incluso para las exigencias europeas.
Naturalmente, para atender a tantas personas, todo funciona en cadena y no se pierde un minuto. La representante del Rotary Club de Ceuta que se implicó personalmente en el proyecto, comentaba a sus colegas indios que ella en su ciudad realizaba unas seis cirugías en una mañana, considerándose a sí misma rápida, mientras que los otros médicos del “KK Hospital” hacían más de veinte. A esto la jefa del Servicio de Oftalmología, contestaba que esto se debía a que ellos no se levantaban del sillón quirúrgico, ni escribían en las historias clínicas, ni hablaban con familiares.
Una cirugía de catarata cuesta en el “KK Hospital” 36 euros, con lo que facilitando esa suma, u otra mayor, se puede tener la satisfacción de ayudar de manera importante a personas con nombres y apellidos.
Los niños
Otra asociación benéfica en Haridwar (a orillas del Ganges) dispone de una Escuela que acoge huérfanos y a la que acuden niños de familias muy pobres que viven en los pueblos y que normalmente no recibirían educación alguna en sus lugares de origen. Solo llega una pequeña ayuda del gobierno, por lo que casi solo se financia con ayudas privadas. Las instalaciones, en una primera fase, acogen a 60 chicos desde los 4 a los 16 años.
Disponen de un enorme dormitorio donde descansan cuatro niños en cada modesta cama de madera. En un lateral, la pared contiene las taquillas y, en una de ellas, un chico se introducía en lo que era su pequeño mundo: un vaso de agua, cepillo de dientes, fotos religiosas y un estuche.
El día que la ceutí Kumari Nanwani visitó el colegio para ayudar en lo posible, llevó frutas, material escolar y calzado para los niños que era lo más necesario. Fue preciso aportar un gran surtido de tallas porque, como ya se dijo, había edades entre los 4 y los 16 años por lo que, al final, sobraron zapatos grandes y faltaron pequeños. Se les prometió volver al día siguiente con más tallas, pero un chaval de unos 6 años quería quedarse con un par del 41 por si acaso la visitante no regresaba. Ante la sorpresa de todos, trataba de demostrar que apretándose los cordones con fuerza, aquellos zapatos le quedarían bien.
En realidad, en el Rotary Club de Ceuta sabemos que las necesidades son infinitas y hay mucho por hacer, por lo que es necesario poner pequeños granitos de arena pero, eso sí, muy bien elegidos para que el sacrificio que se haga pueda dar realmente sus frutos y estos sean realmente comprobados. Y en el Rotary Club de Ceuta atendemos cualquier ampliación de informaciones que se precisen respecto a este interesante proyecto u otros similares en marcha.