Es en algunas de las calles de Cádiz, las que discurren entre los colegios y la Iglesia de la Patrona, la Virgen del Rosario, donde en estos días primeros del mes de octubre se puede escuchar esta melodía maravillosa que componen y exponen cada año.
No hay director de orquesta ni plan meditado sino que todo es espontáneo, a la par que perfectamente armónico dentro de la Ley de la Naturalidad y de un ambiente festivo como es el que resulta siempre que se reúnen muchos chiquillos, ya que en ellos todo es simpatía, ingenuidad y alegría natural. Por esas calles, a partir de las nueve y algo de la mañana, pasan los pequeños colegiales, ellas y ellos, agrupados en largas filas y con la charla a discreción, balo la vigilancia de sus profesores.
El día 7 de octubre se celebra la festividad de la Virgen del Rosario, Patrona de Cádiz, y es costumbre que los colegiales, desde bien pequeñitos, vayan a ofrecer, cada uno personalmente, una vara de nardos a la Virgen, que les espera en su altar de la Iglesia de los Dominicos. Cerca de casa hay varios colegios y cada mañana, en estos días, pasan las filas de los colegiales con la vara de nardo en sus manos, al tiempo que charlan en tono alto y limpio, como corresponde a sus edades, sobre todo aquello que a sus mentes infantiles se les ocurra en una mañana clara, limpia de nubes, y con ligero viento de Levante. Es una delicia oírlos y lo vengo haciendo desde bastantes años atrás, cuando pasan, por delante de casa, camino de la Iglesia de la Patrona con sus varas de nardo bien verticales en sus manos.
Normalmente les oigo pasar porque su paso se hace notar a través de las ventanas abiertas de casa y siempre constituyen una invitación a asomarse y verlos pasar. Un año tras otro sucede así y ya constituye una llamada normal dentro de lo que es la vida de uno. Sería muy triste no oírlos pasar porque ello supondría que me privaban de algo que ya forma parte de mi vida, algo cargado de recuerdos y que siempre ofrece alguna que otra novedad: es natural que esto sea así porque cada año varía la composición de esas filas de chiquillas y chiquillos; es como el ambiente del día que, en algunas ocasiones es ligeramente lluvioso. Pero siempre es una espléndida melodía, la que crean esos pequeños colegiales con su paso alegre camino de la iglesia de la Virgen de Rosario, de la Patrona de Cádiz, de su Ciudad.
Ayer, al bajar de casa a la calle, me encontré con una doble fila de pequeños colegiales que caminaban hacia la iglesia de la Patrona, cada uno con su correspondiente vara de nardos perfectamente preparadas para que no llegaran destrozadas a la iglesia. No me molestó, ni lo más mínimo, verme envuelto por ese conjunto sino que me puse en medio de las filas y esperé a que todos pasaran. Puedo asegurar que lo he pasado estupendamente y hasta algo emocionado porque me encontraba en medio de lo que durante tantos años había sido visto y oído desde la ventana de casa. Me dieron algo de sus vidas, de sus alegrías que para mí constituyeron una espléndida melodía.
Han pasado unas horas desde ese encuentro y en mi mente sigue viva esa melodía, que alegra mi corazón y me hace comunicarlo así a cada uno de ustedes.
No hay espectáculo, por muy preparado que esté , que pueda producir el impacto inesperado de ese encuentro con las filas de pequeños estudiantes - ellas y ellos - que iban a ofrecerle una vara de nardos, cada uno, a la Virgen del Rosario. Sus voces eran limpias y no tenían nada de afectación y tampoco se sentían cohibidas por el ambiente. Era su día de dedicación a la Virgen y ahí no podía entristecerlo nada; todo era alegría y encanto a su alrededor, algo en lo que uno se sentía inmerso como en los finos compases de una espléndida melodía.