En un artículo que publiqué en 2001 titulado Una ciudad para pasear, explicaba la apuesta de la Ciudad Autónoma por abordar una modernización del centro y ello era imprescindible, también para proteger esta zona comercial de la competencia que generarían las grandes y medianas superficies.
Decía hace trece años que “una actuación urgente evitará problemas de desinversiones y desempleo cuando la inmensa oferta de un hiper, las tiendas y restaurantes, tiren de la clientela hacia Ybarrola o el puerto, sobre todo si las obras se llevan a cabo de forma inteligente y rápida para no causar excesivos perjuicios”.
Los partidarios de peatonalizar aportaron una visión idílica describiendo un área libre de coches y de contaminación, donde los peatones serían los dueños del terreno y en la que los niños jugarían libremente mientras la jardinería, la limpieza y el orden, permitirían un desarrollo perfecto de la vida ciudadana. Un territorio muy comercial donde el cliente haría sus compras sin preocuparse de la circulación, descansando en terrazas de cafeterías y bancos públicos, perfectamente instalados bajo una iluminación impecable.
Existieron entonces dos concepciones distintas sobre como se debía peatonalizar dicha zona. Los empresarios, agrupados en la Asociación de Comerciantes del Centro recomendaban aceras anchas y un carril por el que exclusivamente transcurriera el tráfico de vehículos, incluidos por tanto autobuses, taxis y residentes en la zona. Las anchas aceras convertirían el Revellín y otras calles en ideales para pasear y comprar, sin perjuicios a los residentes o los taxistas. Incluso se recomendaba el soterramiento de los contenedores para comunicar una imagen de limpieza y orden al conjunto.
El proyecto se ejecutó en cambio haciendo oídos sordos a las recomendaciones de los empresarios. Así, se cerró el paso de vehículos completamente, quedaron instalados sobre el suelo unos artefactos luminosos que pronto se convirtieron en trampas para los viandantes, no se escondieron los contenedores y, por si todo esto fuera poco, el suelo de la amplia zona se transformó en un muestrario de distintos tipos de solerías, y otros elementos, con texturas y acabados, la mayoría de ellos extremadamente peligrosos para los peatones, sobre todo en caso de lluvia. No hay que olvidar que gran parte de nuestras calles presentan las pendientes a las que obliga la desigual topografía de nuestra ciudad, lo que agrava el problema del deslizamiento y la resbaladicidad de sus solerías.
Los artefactos de iluminación en el suelo tuvieron que ser retirados muy pronto por los accidentes que provocaron y, aunque parece que los técnicos municipales advirtieron de la peligrosidad de algunos de los pavimentos elegidos, la obra siguió adelante en contra del criterio empresarial e incluso del sentido común.
Con referencia a distinto caso, en el citado artículo de 2001 Una ciudad para pasear se decía que “otra zona que necesita un replanteamiento dentro de una política de mejorar la ciudad para el peatón, es la Marina. Allí encontramos un amplio paseo por donde hay sitio para caminar y enfrente, justo donde están los comercios, viviendas y otros servicios, una pueblerina acera muy estrecha que impide circular cómodamente y ha provocado incluso dolorosos accidentes”. Y la obra acometida, tras la polémica habitual, incide en conservar la maxi-acera de un lado, conservando la peligrosa estrechez de la parte donde precisamente viven los ciudadanos.
Y en las calles reformadas del centro, el peatón dispone de amplias áreas donde circula con miedo, sobre todo cuando llueve o los servicios de limpieza riegan o baldean en horas de tránsito. Unas veces, ese sufrido viandante encuentra, dentro del muestrario instalado en el Revellín y Real, un caminito que, por estar solado con baldosas de chino lavado –de acabado, por tanto, antideslizante-, ofrece mayor seguridad. Nadie con experiencia se separa de esos sitios seguros. Los accidentes han aumentado considerablemente y es raro quién no sabe de alguien que se resbaló con o sin resultados que le llevaran al hospital. Hay muñecas, tibias, peronés y otras partes del cuerpo afectadas de ceutíes que se confiaron con fatales consecuencias.
Todo esto acarrea pleitos con sus gastos, indemnizaciones que pagamos todos, bajas médicas con prolongadas faltas al trabajo, autónomos que tienen que seguir con sus ocupaciones enfundados en escayolas, secuelas, depresiones a veces por la inmovilización continuada y otras graves consecuencias. Y la solución no es sencilla, ya que el abujardado que se acometió en las zonas de mayor peligro, reconociendo implícitamente el error cometido con los pavimentos, no ha solucionado el problema de fondo. Tal medida no ha pasado de un intento –no conseguido- de resolver, a posteriori, lo que en realidad es un grave defecto de origen.
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