Categorías: Opinión

Una ceuta británica

El 2 de diciembre de 2010 dedicaba mi habitual sección costumbrista de nuestro suplemento dominical, de entonces, a la propuesta que hizo en su día Primo de Rivera de cambiar Ceuta por Gibraltar. Confieso que, desde aquel momento, la mente se me dispara inconscientemente ante determinadas circunstancias o hechos puntuales, imaginándome cuál sería la realidad actual de esta ciudad de haberse materializado la iniciativa del dictador.
Y miren por donde, mi estimado José María Campos ha comenzado a dar vida a una serie de interesantísimos relatos en los que la ficción y el realismo sobre  tal hipotética coyuntura histórica se entrelazan, dando vida a unos ingeniosos y amenos capítulos que, perfectamente y como apunta el autor, “pueden servir para meditar sobre el presente y futuro de nuestra ciudad”. Interrumpidos, de momento, en su quinta entrega, es de desear que el autor nos siga recreando cada domingo en estas páginas con su ocurrente trabajo cuyo objetivo final, me imagino, será el plasmarlo en un posible nuevo libro suyo que por sus características y oportunismo sería de esos que se leen del tirón.
Analizando la realidad social, política, económica y poblacional de Gibraltar en un territorio tan minúsculo, cabe imaginar, efectivamente, tratándose de Gran Bretaña, lo que podría ser hoy esa ‘CEUTA BRITÁNICA’, con una superficie tres veces mayor que la de la plaza del Peñón del mismo nombre. Me atrevería a decir que una ciudad próspera, segura y respetada. Libre de tantos problemas, amenazas e interrogantes como los que actualmente se ciernen sobre su incierto futuro.
Como va desvelando en la trama de la obra Stephen Sulivan, un profesor de la Universidad ‘Winston Churchil’ de Ceuta a su compañero de viaje, el periodista de ‘El Globo’, Adolfo Estrada, las características de la plaza que un día cambió su nacionalidad no tienen desperdicio: su amplio sistema de autogobierno con un auténtico parlamento de verdad; su puerto amplio y próspero con diques de contenedores abierto al tráfico y al libre aprovisionamiento de mercancías y combustible y por el que se canalizan las principales exportaciones e importaciones de Marruecos; una importante base naval y factoría para reparaciones de buques en la que recalan, incluso, hasta submarinos; su pujante y atractivo comercio con artículos de todo el mundo; una aduana comercial con Marruecos ante la que se amontonan los camiones para su despacho; las ágiles y competitivas compañías navieras provenientes de diversas nacionalidades que la conectan con Algeciras; sus atractivos turísticos e infraestructuras de primer orden con un emblemático gran hotel en la fortaleza del Hacho; esa población juvenil que prefiere trabajar en las compañías privadas por la auténtica cultura empresarial existente… Basten estos ejemplos para no repetir todo cuanto el autor nos ha ido plasmado hasta ahora.
En esa Ceuta británica, cómo concebir nuestro actual y agotado modelo económico con muy difíciles perspectivas de salida; el gravísimo paro juvenil; la presencia de pistoleros sembrando el pánico en barriadas periféricas; menores y no tan menores, dirigidos vaya Vd. a saber por quién, que ponen en jaque a unos autobuses que precisan escolta policial por los  apedreamientos de los que no escapan bomberos y hasta ambulancias; los más de 800 vehículos quemados en los últimos cuatro años; vecinos que levantan alegremente sus viviendas en terrenos de titularidad pública con total impunidad dando pie a peligrosos guetos y encrucijadas urbanísticas inimaginables; el brusco y peligroso cambio poblacional por el asentamiento continuo de marroquíes en la ciudad durante los últimos cincuenta años; esa frontera comercial que Marruecos nunca nos permitirá…
Para qué seguir, por no movernos en otros detalles como los alumbramientos en nuestro hospital de mujeres marroquíes que luego inscriben a sus  hijos en el Registro Civil; ese turismo que se nos antoja pura utopía por el precio de los barcos por más que acudamos a FITUR; o el simple detalle de que tantos automovilistas ceutíes se vayan a Marruecos a llenar sus tanques de gasolina cuando toda la vida fue al revés. Curiosamente lo mismo que hacen los campogibraltareños suministrándose de combustible en Gibraltar, aún a costa de sufrir incómodas esperas en el paso fronterizo.
Ya digo, imposible cualquier parecido de nuestra ciudad con esa imaginaria Ceuta británica que nos viene dibujando mi compañero del Instituto de Estudios Ceutíes. Esperemos una pronta reanudación de sus entregas que nos permita seguir recreándonos con esa idílica localidad, que también tendría sus problemas, por supuesto, pero a buen seguro que los ingleses habrían hecho de Ceuta una ciudad muy distinta. Me resulta muy triste pensarlo, pero no me duelen prendas en proclamarlo. Mis felicitaciones José María.

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