Con la lluvia ácida que está cayendo en forma de ruina económica y que tiene a nuestros “capaces” políticos (del color que sean y desde hace tiempo) como pollos sin cabeza, no es para nada de extrañar recortes varios (más bien tajos en toda regla) y rezar a Santa Rita, sea uno creyente o no, por si las moscas. El caso es que resulta sencillo rajar a tumba abierta del reajuste que le afecte a uno, y con toda legitimidad, pero de algún sitio habrá que sacar, o al menos ahorrar, dicen acongojados los excelsos lucidores de corbata que no les llega al cuello, también con no poca razón.
En estas nos topamos con una subida descomunal del IVA del 8% al 21% (13 puntos nada menos) que afectará entre otros a los productos de consumo cultural, clavando la tapa del ataúd de la industria cinematográfica si la citada y archiatareada Santa Rita no lo remedia. La idea es la de recaudar más, claro está, pero el daño colateral va a ser la desaparición de cines y la caída (más aún) en picado de la audiencia en las salas comerciales. Si en los últimos ocho años ha habido un descalabro de 46 millones de espectadores, imaginen qué va a ocurrir si uno tiene ahora que pagar una fortuna por ver una cinta de incierta calidad: el desplome está asegurado. Pero esa es otra; la dudosa calidad del cine patrio y foráneo que suele rondar las pantallas no ayuda en absoluto como argumento contra el “derechazo” en el ojo de la industria por parte del gobierno, que bien podría mirar la cartelera actual y armarse de argumentos al son de: “¿El pacto, Madagascar 3, Los mercenarios 2 o Ted son cultura?, apañados vamos”. En cualquier caso, yo dejaría que el espectador decidiera solito la respuesta a esa pregunta y en qué emplea su dinero sin ser saqueado…
Por supuesto, si los exhibidores de toda España ya malviven llenando sus salas de blockbusters salvadores que son valor seguro, los que se escapen de la quema con antorchas y queroseno que supone esta subida van a seguir esa misma estrategia con mucho mayor motivo, ya que es la pescadilla que se muerde la cola. Y poco podremos reprochar. Esto hará que con excepciones puntuales en grandes ciudades, y si tenemos la suerte de contar con un cine en nuestra población, va a haber una limpia de proyectos arriesgados de ver, de cine de autor y, tachán tacháaaan… ¡de cine español!, que si ya no lo ve ni el acomodador, pues podemos hacernos una idea de que los datos de asistencia popular para ver trabajos nacionales (cada año habrá menos y más escuálidamente subvencionados) van a acabar emborrachándose por las esquinas para olvidar.
Se acabó Woody Allen, se acabaron Jim Jarmush, Michael Haneke y todos estos nombres que hoy ya suenan poco entre el pobre cinéfago de a pie que tiene poco donde elegir en “Cines Pepe”, a quince minutos de su casa. Hola más que nunca a Will Smith, Ashton Kutcher, Nicholas Cage o Elsa Pataki. Y demos gracias de que a Chuck Norris le pilla ya la crisis talludito, aunque ya sabemos que él espanta las arrugas con sólo mirarse al espejo, y nunca se sabe. ¿Quién tiene la culpa? Seguramente un poco (mucho) de cada parte. ¿Tiene solución? Poca, a menos que el gobierno decida que por recortar en las entradas al teatro (esa es otra, y más grave) o al cine no vamos a salir de pobres (puesto que no vamos a salir con ninguna otra cosa tampoco) y dé marcha atrás, algo que se antoja difícil como mínimo. Pero lo que está claro es que por este camino, cada vez a más corto plazo, se cierra el telón…
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