Ayer tuvo lugar el entierro en Sidi Embarek de la víctima del atropello que se produjo en el Puente Quemadero. No se ha podido localizar a ningún familiar y ni tan siquiera se tiene clara cuál es su identidad. El caso es que no es la primera vez que se produce un caso así. Se agotan los días, ante la falta de un depósito en condiciones para tener los cadáveres, y los entierros se producen con demasiada celeridad, sin que se de pie a una investigación clara, que ayude a cerrar la historia de sus protagonistas. Y es lo que ahora ha pasado con este hombre y lo que viene sucediendo con otros. Las investigaciones de la Policía Nacional marchan por un lado, las de Guardia Civil por otro... y al final no se avanza lo necesario para saber la identidad de los fallecidos para, sobre todo, poder calmar a sus familias.
Recuerdo el fallecimiento de un subsahariano en su intento por llegar a Ceuta. Murió en la valla y se le enterró como ‘varón, negro, sin identificar’. Pues bien. No fue necesario hacer investigaciones complicadas, ni tener conocimientos extraordinarios para conseguir darle identidad a esa persona, localizar a su familia y trasladarle la noticia de su muerte. ¿Saben cómo se hizo? Tan fácil como hablar con subsaharianos que esperaban en los montes de Marruecos para entrar y con una representante de una oenegé que trabaja en el vecino país. A aquel hombre se le puso identidad, la necesaria para que su viuda e hijos supieran cómo había terminado. Desgraciadamente tras aquel joven llegaron más. Subsaharianos, argelinos, marroquíes... que han fallecido en travesías o en accidentes, como es el caso del hombre enterrado ayer. Con esos entierros se han llevado sus historias, pero lo más condenable es que los protocolos no han funcionado para saber llegar a aquellos seres queridos que nunca sabrán qué pasó realmente con sus vidas.
En una ciudad fronteriza como Ceuta urge abordar de una manera más profesional, más coordinada y, sobre todo, más interesada toda esa labor orientada a dotar de dignidad unas muertes que, desgraciadamente, siempre nos van a salpicar.