Restos romanos, bizantinos, árabes, portugueses en apenas 60 metros cuadrados... Una especie de enciclopedia en piedra que desde 2003, cuando comenzaron las primeras obras de rehabilitación, va revelando día a día con cada nuevo hallazgo capítulos desconocidos de la historia de Ceuta. “Es una excepcionalidad que otorga a este yacimiento una importancia de nivel nacional”, destacaba Toñi Paublete.
Protegidos con cascos y armados con cámaras de fotos, los visitantes atraviesan en apenas una hora el túnel del tiempo que les conduce desde el Siglo I hasta el XVI. Desde los restos de la muralla legada por la dominación romana y su factoría de salazón, de la que se han hallado incluso restos de pescado, hasta la estructura superviviente de lo que en su día se erigió como torre almohade, solapada ya con la muralla portuguesa. Material para un máster en Historia Antigua, Medieval y Moderna al alcance de la mano. Y todo ello encajado, y oculto durante siglos, en plenas Murallas Reales, entre dos de las edificaciones más emblemáticas de la ciudad: la Comandancia General de Ceuta y el Parador Nacional La Muralla.
Un espacio reducido, pero “mucho más diáfano que hace semanas”, explica la guía al grupo para evidenciar el ritmo óptimo al que avanzan las obras de recuperación y puesta en valor del yacimiento que acomete la empresa Jomasa bajo la supervisión continua del arqueólogo municipal Fernando Villada. Liberada de las varias toneladas de tierra que la mantuvieron silenciada durante siglos, la Puerta Califal muestra ahora su majestuoso arco de herradura, el que fuera símbolo inequívoco del arte musulmán. Paublete recuerda al grupo cómo su liberación abrió paso al resto del yacimiento y fue desgranando sus secretos. Conocida también como la Puerta Nueva, era una de las dos que daban acceso a la ciudad en los tiempos en los que el dominio inaugurado por la dinastía Omeya en Damasco atravesó buena parte del mundo conocido hasta recalar en Ceuta. Un plaza codiciada no sólo por su posición estratégica, sino también por su condición de puente hacia la conquista del resto del Magreb y el Norte de África.
De aquella época, y de su construcción, son testigos la piedra conchífera que le dio forma, la misma utilizada para levantar la Basílica Tardorromana y similar a la utilizada en el asentamiento romano de Bolonia. En total, 62.000 sillares dispuestos en una peculiar composición (uno en horizontal y dos en vertical).
La visita –todos los lunes en grupos de diez personas, con inscripción en la Oficina de Turismo situada a escasos metros, en el Baluarte de los Mallorquines– incluye un recorrido por los principales baluartes defensivos de las Murallas Reales y un vistazo al último descubrimiento del conjunto histórico: el grafiti inciso del Siglo XV que los expertos han atribuido a un “pasatiempos” de los centinelas del conjunto amurallado. “Maravilloso. Genial... Y ha estado aquí mil y pico de años esperándonos”, resumían ayer Jesús Pérez y María del Carmen Rubio, dos de los diez integrantes del grupo de visitantes.
La historia de un hallazgo “casi por casualidad”
Los trabajos para recuperar el nuevo vestigio del patrimonio histórico local tienen un peculiar origen. Como recordaba ayer la guía de la visita al grupo, se remonta a 2002, cuando los participantes en unas jornadas sobre fortificaciones pidieron visitar el baluarte de las Murallas Reales accediendo desde el interior del Parador Nacional La Muralla. La puerta que comunicaba con el espacio de una de las bóvedas, utilizado entonces como simple almacén, escondía un detalle que no pasó desapercibido: un fragmento de muralla de sillares pequeños, de origen portugués, junto a otro de piedras de mayor tamaño, de época califial, que revelaron el secreto de la Puerta Califal, entonces semienterrada.