Iniciado septiembre, entrando la recta final de Feria, ordenando papeles y airando las aulas para este nuevo curso escolar, sin la macrodimensionada Gripe A del anterior y con un sabor agridulce. Sí, una mezcla de sensaciones con la ilusión de embarcarnos en la aventura de compartir experiencias, crecer y tirar de un grupo humano con el que tienes el privilegio de la maestría a impartir. Al mismo tiempo, una situación rara, desangelada, que sólo con nuestra profesionalidad y celo tienen garantizado el no dejarnos llevar por un contexto educativo, donde prevalecen las promesas que se eternizan en el tiempo y la no suficientemente reconocida labor docente. Una sociedad que no reconoce en su medida la importancia de la educación está condenada a la mediocridad y al furgón de cola.
Si antes de la crisis ya costaba conseguir “hechos”, ahora las condiciones son idóneas para justificar lo injustificable, con recortes y ajustes de plantillas, plazas para opositar mínimas, compañeros interinos en paro obligado o haciendo parches, no creando las condiciones para reducir el fracaso escolar ni asegurando la incorporación en condiciones de competitividad por preparación, al mundo laboral necesitado de reformas, y no por la vía de las mayorías interesadas y/ decretos.
Algo tan sutil y conveniente, como una circular de bienvenida y buenos resultados para el curso entrante, no se ha producido en el momento oportuno, teniéndose en cuenta el cambio de Dirección ni por parte y arte de la actual Consejería de la Ciudad autónoma. Y estas cosas no se hacen por protocolo, sino por convicción ante el colectivo profesional necesitado del aludido reconocimiento.
Llegarán, espero, tiempos mejores, pero que no se entienda como excusa, pues el hecho de trabajar con “proyectos de vida”, con mentes en formación y por lo que ello conlleva, nos hace ser más auténticos con nosotros mismos, más vocacionales, sacándole el máximo rendimiento a esta dedicación, a esta profesión, satisfaciendo y buscando ese equilibrio emocional fundamental para el desarrollo del rol a desempeñar.
En días las caras infantiles, conocidas o novedosas, nos irán metiendo en “verea” y todo irá desarrollándose con las dosis de ilusión que transmite el alumnado, esa chavalería capaz de transmitirte fortaleza, superar inconvenientes y ver con optimismo el vaso medio lleno.
Como dijo Lennon, “Vivir es fácil con los ojos cerrados”. Nuestra tarea es ayudar a abrirlos para como animadores, movilizadores puedan atrapar intereses que les motiven a “buscarse interiormente” y proyectarse en una sociedad de excesivo mediatismo, donde triunfa no sólo el que adquiere conocimientos sino estrategias para la vida.
No hay malas hierbas ni seres humanos malos; sólo hay malos cultivadores, nos legó Víctor Hugo y plena empatía con él, pues la maestría se demuestra con aquél que presenta dificultades mayores, con el díscolo y limitado, con el que tiene escaso plus del contexto familiar a su favor por circunstancias complejas. Eso nos vamos a seguir encontrando, todo un reto y responsabilidad al alcance de los privilegiados que lo concebimos así, la gran mayoría (¿)
No puedo olvidar las palabras de aquella directora de colegio sobreviviente de un campo de concentración y exterminio nazi, al dejarnos escrito su testimonio:
“Mi demanda es que ayudéis a vuestros alumnos a ser humanos. Vuestros esfuerzos y dedicación no lo son para producir monstruos eruditos ni psicópatas educados”. En ello estamos, admirada luchadora, vitalizando y actualizando tu pensamiento, no en vano.
Esperemos disfrutar como nos dijo Günter Grass (Premio Nobel de Literatura 1999), de la mirada de un niño leyendo. Lo será en breve y seguiremos por convencidos diciendo aquello de que “enseñar es aprender dos veces”. Buen curso escolar a todos; del otro curso, del político, ya iremos desgranando la mies de la paja, en honor al contexto y protagonistas.
No nos quedaremos en las bambalinas, simplemente por decoro y sano ejercicio opinable.