Si te das una vuelta por el mundo a través de las noticias que se difunden por las emisoras y los periódicos verás que, un día sí y el otro también, la gran mayoría de las informaciones se refieren a conflictos de diversa entidad e importancia. En unas zonas hay guerras totalmente abiertas y en otras las amenazas son de orden superior. Si se examina con detenimiento el panorama el resultado es que el mundo se prepara para arder, todo él, en la tragedia de la guerra, que imaginamos será de características aún más graves que las padecidas anteriormente. No acabamos de aprender que la verdadera misión del hombre en la Tierra es amar con grandeza de alma y no la de odiar a los demás. Puede que a algunos les deje muy satisfechos dar una bofetada a otros, pero, de verdad, ¿creen los tales que eso es la vida?
Cabe preguntarse si estamos preparados - individualmente y también en grupo - para llevar a todo el mundo la noticia de que estamos siguiendo un mal camino. Es cierto que hay acciones nobilísimas pero son muy reducidas, en número y características. Tanto es así que pasan casi desapercibidas y no nos enteramos de esas realidades y tampoco sabemos apoyarlas. Es necesaria una acción de mayor envergadura, universal sería lo adecuado, para que nuestro mundo se apaciguara, para que dejara de existir ese horizonte oscuro de la lucha entre unos y otros en la que no se consideran, suficientemente, los daños de todo tipo que la humanidad sufriría. ¿Es que, acaso, el ser humano - mujeres y hombres - ha dejado de pensar - o desconoce - que su verdadera misión no es odiar sino amar?
La vida humana debe estar llena de amor, como consecuencia del amor del alma de todos los seres humanos. Obrar de acuerdo con el amor es llenar de nobleza y seguridad todos los espacios de nuestro mundo. Es cierto que hay otras formas de pensar y actuar, pero hacen daño, mientras que el amor lo evita y, en cualquier caso, puede mitigar los daños de cualquier error que podamos cometer. No se nos oculta la posibilidad y hasta el deseo de tomar otro camino distinto al del buen entendimiento humano, pero toda persona tiene en su alma el indicador del error y sería de desear que todos hiciéramos caso a esas señales de desvío. Lo está pidiendo, insistentemente, la lógica seguridad mundial. Es cierto que se trabaja para evitar los enfrentamientos pero se hace con debilidad, porque falta amor.
El panorama mundial está siendo contemplado con preocupación por mucha gente y especialmente por quienes tienen la obligación de gobierno que les ha sido confiada por el resto de la Humanidad. A esa obligación material hay que añadir, como algo sumamente poderoso, el sentido humano del amor a lo que es justo, a lo que es necesario para el bien de todos, a lo que la lógica de todo sentimiento humano noble demanda, porque toda persona cuando deja de amar deja de ser persona y se convierte en un objeto al que se maneja según los intereses que no son los propios de la dignidad humana. Hay Organismos creados para salvaguardar la paz pero, desgraciadamente, se ven arrollados, en algunas ocasiones, por los acontecimientos; les falta, al parecer, parte de la colaboración leal que es imprescindible.
La naturaleza humana está creada para el amor y la medida de ese amor es amar sin medida (San Agustín, 354 - 430)