Esta semana hemos conocido una triste noticia, la muerte de Carmen Cuesta, una mujer comprometida y valiente, que con sólo 16 años sufrió la represión franquista por defender la libertad y la democracia en nuestro país.
Carmen Cuesta fue la única superviviente del grupo de militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas que fueron detenidos y torturados en represalia por el asesinato, el 29 de julio de ese mismo año, del Isaac Gabaldón, comandante de la Guardia Civil, inspector de la policía militar de la 1ª Región militar, y encargado del “Archivo de Masonería y Comunismo”, su hija de 18 años y su chófer, del que fueron acusado tres militantes de la JSU.
Con sólo 16 años, Cuesta fue encarcelada junto con el grupo de jóvenes que después serían conocidas como las 13 Rosas Rojas en la la prisión de mujeres de Ventas, una moderna cárcel inaugurada en 1933 como un centro pionero para la reinserción de reclusas, que tenía capacidad para 450 presas, y en el que los golpistas y vencedores de la guerra llegaron a hacinar a 4.000 mujeres, muchas de ellas madres con hijos pequeños, en condiciones infrahumanas.
Todas ellas, fueron juzgadas y sentenciadas a muerte, junto a 43 hombres también militantes de la organización, acusados de reorganizar las JSU y el PCE para cometer actos delictivos contra el “orden social y jurídico de la nueva España”, y condenados a muerte por “adhesión a la rebelión”.
Finalmente, Carmen, no fue ejecutada. Pasó 12 años en prisión, y a su salida fue condenada al destierro, pena que eligió pasar en Valencia.
A pesar de las torturas, del sufrimiento, y de las humillaciones, los golpistas no consiguieron callar la voz de Carmen Cuesta, quien mantuvo para siempre viva la memoria de esas 13 rosas rojas que fueron asesinadas en uno de los episodios más crueles de la represión franquista, el del fusilamiento el 5 de agosto de 1939 ante las tapias del cementerio del Este de Madrid de trece mujeres, la mitad de ellas menores de edad.
Los fusilamientos del 5 de agosto de 1939 no fueron los más numerosos de aquellos terribles años en los que las tapias del cementerio del Este se convirtieron en testigos mudos de la crueldad y el fanatismo de los vencedores de la guerra, y de su obsesión por “limpiar España de rojos”, pero quedaron para siempre en la memoria de las reclusas de la prisión de Ventas, y en especial en la de Carmen, que junto con sus compañeras se encargó de transmitir la historia, consiguiendo que, tal y como pedía Julia Conesa, una de las 13 rosas, en la última carta que escribió a su familia, su nombre, el de todas, no se borrara de la historia.