Salgo a la calle y observo los matices de una existencia perfecta. Mientras la luna anuncia el final de la noche mágica, los empleados apuran sus pasos para iniciar su tarea, para llenar de ilusión las hojas del estado. Por delante, siete horas donde la rueda de la fortuna se detiene. No cabe otra: “La vida se compra con monedas, ¿quién dijo quizá?”.
Pero repasemos la tablilla del bien y del mal, que es tanto como recordar. En realidad, nunca me faltó recreo, ni casa donde merendar. En el colegio se sucedían los libros de texto y los murales del arte universal, en el camino hacia la verdad. Mis zapatillas de deporte eran las adidas ROM francesas, unas joyas entre tanta humildad. Los campamentos de verano me llenaron de experiencias, y conocí el significado exacto de la amistad.
Era el momento de iniciar la universidad, así que el sistema proveyó de trabajo a mi madre, con lo que pude ir a Madrid y despertar.
La motivación de mi madre contrastaba con mi falta de ética en los estudios. Al borde de la rendición, pedí consejo a las entrañas, donde permanece abierto el libro de nuestras vidas. El mensaje era claro: había que dejar el sueño de ser periodista en Madrid y refugiarme en mi ciudad natal; era el momento de iniciar una vida donde primara el decoro y el sentido de la obligación.
Entonces, a mi cúmulo de circunstancias había que añadir otra: la enfermedad mental.
Con todo, mis agradecimientos no habían hecho sino empezar, ya que mi personalidad psicótica pudo ser contrarrestada con el hechizo de dos pastillas amarillas: el Leponex 100 podía estabilizar mi experiencia mental. En algún lugar de un laboratorio cualquiera, un doctor iluminado inventó la sustancia que necesitaba. La Providencia estuvo allí.
Aunque el éxtasis llegó en mi año cuarenta, con la consecución de un trabajo estable. El sistema se humaniza cada vez que uno de sus hijos consigue un proyecto de vida, nunca antes.
Mensaje: ¿Por qué no perseveramos en el amor que hacen los hombres y desechamos el maligno brebaje? La Historia lo agradecería.
De todas formas, algún día recuperaré los territorios perdidos en Madrid.
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