Sociedad

Los últimos artesanos de Ceuta

“Nosotros no podemos contar la historia sin hablar de los oficios vinculados a la construcción de la ciudad, a los edificios, al mobiliario, tampoco a la indumentaria de la gente, a los objetos”. Esta es la manera como el cronista oficial de Ceuta, José Luis Gómez Barceló, se refiere al valioso recorrido que han hecho todas estas personas que han desempeñado y siguen desempeñando tareas que poco a poco están desapareciendo, no sin dejar sus huellas. Explica que la memoria de los niños está muy vinculada, por ejemplo, al sitio donde le compraban los dulces, al dulcero que iba por la calle con el canasto. “Forma parte de tu memoria, como forma parte de mi memoria el panadero, el lechero, la gente del mercado, todo eso va formando parte de nuestra memoria. Pero también lo es el que montaba los cristales de las ventanas, el que hacía las puertas, el que hacía las forjas, el jardinero”. En este sentido, Gómez Barceló insiste en que “los oficios son importantes para nuestra vida, son todos nuestros recuerdos” y por eso forman parte de la historia de la ciudad. FaroTV se adentra en la vida de un afilador, una costurera, un relojero y un maestro salazonero, para conocer más sobre estos oficios que cada vez son realizados por menos personas en Ceuta, pero que tienen un gran significado en la vida de quienes con orgullo han dedicado parte de sus vidas a ellos y que de alguna manera cuentan una historia particular de nuestra ciudad. Al hablar de hace unos cuantos años, el cronista rememora que Ceuta “era una ciudad normal y corriente, como cualquier otra ciudad”, donde se desempeñaban unos cuantos oficios, recordando que “en la sociedad previa a esta sociedad de consumo”, en la vida diaria eran muchas las cosas que se hacían, incluyendo indumentarias, artículos para el hogar, entre otros. Las cosas tenían que durar y por eso tenían que repararse. “Había un reciclaje natural al que posiblemente nos lleve el mundo actual de nuevo”. De ahí la presencia de zapateros, costureras, relojeros, carpinteros, electricistas, así como otros que también se cuentan como fotógrafos, ceramistas, encuadernadores, afiladores, gente que vendía dulces y distribuía alimentos en las calles. Ahondando un poco más en el tema, Gómez Barceló destaca también que en Ceuta “nosotros hemos tenido una situación muy diferente a otras ciudades españolas porque, a pesar de no tener un mundo rural al lado, que era el que nutría de oficios a las ciudades, sí que teníamos un país al lado que le daba muchísimos valor a los oficios”. El cronista oficial de Ceuta recuerda que la ciudad se apoyó muchísimo en la gente que desempeñaba oficios en Marruecos, “para seguir teniendo ese privilegio de que alguien le arreglara a uno un traje o le pusiera las tapas a un zapato o hacerle la encuadernación nueva a un libro”. Aunque insiste en que la situación de Ceuta era prácticamente igual a la de otras ciudades, también reconoce que “es cierto que había algunos oficios vinculados con los sectores económicos en los que se sustentaba la ciudad”. En este sentido señala que durante muchos años había unos cuantos oficios relacionados con el mar “porque el mar nos daba de comer”. Otro ejemplo son esas labores que estaban relacionadas con la milicia, con la caballería, con la confección de uniformes. “Todo eso era necesario porque era necesaria una persona que hiciera el uniforme, que hiciera las botas, otra que bordara las estrellas y los galones de los uniformes”. Desafortunadamente a medida que ha pasado el tiempo, estos oficios han ido mermando. “Los oficios han ido desapareciendo, cada vez hay menos zapateros, carpinteros, electricistas” y ante esto señala que “yo creo que son profesiones que hay que ayudar a mantener”.

Reconocer el trabajo

“La persona de oficio tiene que verse reconocida” El cronista oficial de Ceuta lamenta que las Administraciones otorguen recursos a “fondos perdidos”, pero no se le brinde la ayuda necesaria a las personas que trabajan duro. Gómez Barceló insiste en que “la persona de oficio tiene que verse reconocida y tiene que sentir que su trabajo es respetado”.

Baldomero Santiago. El único afilador callejero de Ceuta

Baldomero Santiago tiene décadas dedicándose a un oficio que no necesariamente fue su primera opción, pues se identifica como pintor de muebles metálicos de oficina. Pero, en mejores tiempos, ser afilador le ayudaba a mantener a su familia. Durante muchos años trabajó en el muelle, tras su llegada de Barcelona. Casado y con dos hijos que mantener, al no encontrar trabajo, el hombre decidió venirse a la ciudad, donde un primo también le habló del oficio que desempeña hasta el día de hoy, a pesar del poco dinero que le deja. Ese primo le dejó una bicicleta con un mecanismo que permitía afilar los cuchillos: una correa que daba hasta la rueda, que se movía con los pedales, y que subía hasta una piedra. “Me dijo: toma, aquí tienes, y este pito, búscate la vida”. Recuerda que esto fue en el año 1969 y que para ese entonces tenía esos dos trabajos. “Esto fue una necesidad. Era responsable de mi casa, de mi mujer y mis hijos. No encontraba trabajo y este primo mío que ya no está con nosotros, se ofreció a que mis hijos no pasaran hambre, porque en el año 69 no había tantas cosas, no se podía trabajar en cualquier lado y era más difícil”. Y así fue como Baldomero comenzó a recorrer los barrios de la ciudad con su bicicleta y sonando un pito. “Empecé a trabajar afilando y al principio lo hacía un poco regularcillo, pero después ya cogí una experiencia total y ya pues me buscaba la vida con esto”. Durante la semana trabajaba en el muelle y los fines de semana afilaba cuchillos. Transcurrieron los años y Baldomero cambió la bicicleta por una moto, “que me la regaló un hombre que trabajaba en la empresa eléctrica que teníamos en Ceuta, me regaló una Mobylette, la arreglé y ya le puse unos artilugios que le hice, y empecé a afilar con la motito. Así estuve trabajando hasta que pude y me compré un Vespino”. Desde el año 1969, a los 22 años, comenzó este recorrido que ha llegado hasta la fecha. Son más de cincuenta años dedicados a este oficio y en todo ese tiempo asegura que no ha habido otro afilador que le hiciera competencia. Esto lo logró poco a poco, trabajando duro, aprendiendo cada día y ganando experiencia hasta que comenzó a ser conocido por casi todo el mundo en Ceuta. “Ya me llamaban, me venía a la plaza donde venía muchísima gente, particularmente los viernes”, asegura. Pero hoy en día las cosas son diferentes para él, pues el trabajo ya no es el mismo. “Desde hace unos años para acá ya no se saca para comer, para ir trapicheando me voy a Villajovita, me voy a los bares donde ya me conocen, y los viernes me pongo en la plaza (Mercado Central de Ceuta), me pego desde las nueve de la mañana sobre las doce y media. Pero ya hace unos años que ha cambiado mucho, entonces antes ganaba para comer y hoy ni eso”. No obstante, Baldomero sigue luchando a pesar de todo y continúa recorriendo la ciudad en su inseparable moto y ejerciendo el oficio que aprendió hace más de cinco décadas en donde todavía lo necesitan. Explica que no todo el mundo puede o sabe afilar un cuchillo de la manera correcta, pues el secreto está en “saberle entrar a la piedra, porque si no sabes, entonces te rebota y es peligroso”. Otro consejo importante es que “cuando se vaya a afilar el cuchillo, nunca lo quemes, porque si quemas una parte del cuchillo, pierde la dureza que tiene”, comenta.

Un oficio a punto de desaparecer

“Una vez que yo me vaya ya no hay afilador en Ceuta, afilador callejero” El afilador sigue buscando, sonando el pito y haciendo lo posible, afilando tijeras, algunos cuchillos, pensado quién lo puede necesitar y quién no para no perder el tiempo, “porque nadie afila cuchillos ya”. Lamenta que “una vez que yo me vaya ya no hay afilador en Ceuta, afilador callejero, que me busco la vida afilando los cuchillos en la calle”. A pesar de las dificultades, recordando todo lo vivido, Baldomero habla de lo bonito que le ha dejado el oficio. “En estos años que he estado afilando de lo único que me alegro mucho es que soy famoso en Ceuta, me conoce muchísima gente, me conoce todo el mundo, vaya a donde vaya”.

África Ortiz Escriva. Una costurera que superó el miedo a las tijeras

El amor de África Ortiz Escriva hacia la costura comenzó cuando era adolescente, a los 14 años, y a pesar de su miedo a las tijeras. Ese amor se lo inculcó su hermana mayor, la modista. “Mi hermana jugó el papel principal porque fue la que nos enseñó a las hijas y a mí, mi hermana tenía muy buena clientela y le faltaban manos, entonces nos enseñó a hacer ojales, a sobrehilar, a quitar hilvanes, a ponerlos, menos cortar y probar que eso lo hacía ella”. Recuerda que su hermana aprendió el oficio en la barriada donde crecieron, en Hadú. “Había una señora mayor por allí, que era modista, y mi hermana iba con ella. Esta señora hizo que mi hermana se sacara el título y después iba a coser por las casas”.
Con el tiempo se fue haciendo un nombre y llegó a ser muy conocida por su “manos maravillosas”. “Tenía una clientela muy buena de militares, porque entonces había muchos militares, de militares y de gente de bien, le llevaban mucha costura y cuando tenía que terminar algo no dormía, y se pasaba la noche cosiendo”, dice. Cuando África tenía 17 años, su hermana se mudó a Barcelona, pero esto no la detuvo. Se apuntó a cursos y a talleres, animada por su madre, y aunque no llegó a titularse, comenzó a irle muy bien a medida que fue superando su miedo a las tijeras. “Yo me acuerdo cuando yo ya empecé en los cortes, en los talleres, mi madre me compraba una telita y me decía: toma, para que aprendas, para que cortes. A mí primero me daba mucho miedo la tijera, pero ahora me iba al corte y la profesora me decía que de la tela me salía una blusita y yo me la hacía”. Rememora el momento en el que comenzó a trabajar en talleres y asegura que desde que tuvo ese primer encuentro con el oficio, nunca lo ha dejado, porque siempre ha estado muy ligada a la costura a través de su familia. Gracias toda esa dedicación asegura que “todo se me da bien, la gente me dice que coso muy bien”. Pero esto no es casual, pues se esfueza y presta atención a cada detalle. “A mí me satisface que me digan eso porque no me gusta entregar una prenda que no esté bien por dentro”. África ha hecho de todo, hasta trajes de novia. Una experiencia de años que le ha dejado la satisfacción de una fiel clientela. “Tengo mucha clientela que me trae muchas prendas”, afirma. “Ahora mismo lo que me ha entrado siempre y me entra son cortinas para el hogar, pero hago todo, pantalones de caballero, para señora, vestidos, blusas, chaquetas, abrigos, y para las niñas pequeñas vestiditos, hago de todo”. Y todo lo hace desde su casa en la barriada de Los Rosales. Son casi sesenta años en el oficio, primero aprendiendo y luego desempeñándose por su cuenta y durante todo este tiempo asegura que “gracias a Dios no me puedo quejar, no es que sea millonaria, pero es un dinerito y me gusta, me gusta hacerlo, yo nunca digo que no”. Pero algo que sí le preocupa a África es ver cómo su oficio poco a poco va quedando en el olvido. No ve en las generaciones más jóvenes gran interés por la costura, porque prefieren comprar las prendas hechas antes que el trabajo que representa hacer algo de cero. “La juventud de hoy no era la juventud mía y la de todas las de mi edad, que todas sabíamos coser, nos ponían a bordar a máquina”.

Esfuerzo, trabajo y dedicación para desempeñar un oficio que heredó de su hermana

Así como África aprendió de su hermana, ahora quiere que otras mujeres en Los Rosales aprendan a coser África Ortiz Escriva disfruta tanto de su oficio que cuando cose pierde la noción del tiempo. Entre risas asegura que lo suyo no son las novelas, sino dedicarse a lo que le apasiona, sin que le importe quedarse hasta la hora que sea. “Yo me enchufo mi radio pequeño, me pongo a mis costuras y a mis cosas, y se me va el tiempo”. Cuenta que hoy en día “estoy en los talleres de mayores de Villajovita y aquí (Los Rosales) el presidente de la barriada me ha propuesto que esté para enseñale a las mujeres del barrio, quieren poner un perchero solidario y quieren que esté” . Y de vez en cuando, así como lo hacía su hermana, África se coloca su bolso, busca su máquina y se va a las casas a coser. Sobre el futuro dice que le gustaría que alguna de su cuatro hijas “cogiera mi testigo”.

Hassan Arahou. Un relojero de puro corazón

Nacido en Tetuán pero ahora en Ceuta, Hassan Arahou es un trabajador transfronterizo que ha tenido la suerte de continuar en la ciudad con un legado familiar que ya va por la tercera generación y con la esperanza de llegar a la cuarta. Todo comenzó con su abuelo, pasó a su padre y ahora este marroquí se lo está enseñando a uno de sus hijos. “Nací en la ciudad de Tetuán, en una familia de relojeros. Este oficio lo tenemos de generación en generación. Mi abuelo fue relojero, mi padre fue relojero, mis hermanos relojeros, yo también. Este oficio fue el orgullo de nuestra familia”, afirma. Cuenta que vino a Ceuta y se ha quedado en Ceuta por un motivo muy importante y es el de seguir esa tradición familiar, además de cumplir con un sueño. “Mi padre fue un buen relojero, tenía una relación con el reloj y la máquina que con el tiempo descubrí, descubrí el porqué mi padre amaba tanto ese oficio”. Señala que “cuando falleció mi padre pensaba que era el fin del mundo, porque mi padre fue todo para mí, pero ese sueño me dejó afrontar la vida, me empujó a venir a Ceuta. Cuando hubo la oportunidad de aumentar mi conocimiento, de ser un buen relojero y por qué no, de llegar a un punto de ser un ingeniero, no iba a perder esa oportunidad”. El motivo que trajo a Hassan a España fue aumentar sus conocimientos para honrar la memoria de su padre. Pero no ha sido un camino fácil, pues teniendo ya la dificultad del idioma, se sumaba que no tenía idea sobre las herramientas. Aunque nada de esto lo detuvo, sobre todo recordando siempre los consejos de su padre, que quedaron grabados en su mente y en su corazón y uno de ellos era que “el oficio no es la práctica, el oficio es actitud”. Hassan quiere llevar este sueño más allá, con una escuela de relojería en nombre de su padre, para que el espíritu de su padre siempre esté presente, “porque ese oficio para nosotros es nuestro orgullo”. Son miles los relojes que han pasado por sus manos desde que comenzó con este oficio, tantos que le es imposible calcular una cantidad, de todos los calibres, varias máquinas, distintos números, con diferentes mecanismos. Pero recalca que “el oficio no es solamente tener una buena técnica, para el oficio debes tener una relación con la máquina, amar lo que estás haciendo, disfrutar con lo que estás haciendo”. Insiste en que este además de ser un oficio técnico y práctico, también es un oficio sentimental. Su taller es donde se siente más a gusto, tanto que lo que menos le gusta es cuando le dicen que es hora de cerrar. Reconoce que el mundo de la relojería se ha revolucionado con el tiempo, pero sin perder la esencia de la máquina. “Con la revolución técnica actualmente ya ahora hay un reloj que te mide el corazón, la sangre, todo, pero eso no puede quitar el arte de la relojería, fue la base y siempre quedará la auténtica joya”.

La relojería de generación en generación

“La relojería no es montar y desmontar, hay unos cálculos que debes tener en mente” Todo comenzó en 1985, cuando Hassan tenía 14 años. Fue a la tienda de su padre y recuerda ese momento como su primer acercamiento al oficio, al darse cuenta de lo que significaba para su padre y de lo que sentía al ver la felicidad en los ojos de los clientes por un trabajo bien realizado. Y ese mismo amor y pasión por la relojería es lo que quiere transmitir a sus hijos, especialmente a su hijo. “Ese mensaje lo voy a trasladar a mis hijos, para que el nombre de mi padre y el orgullo de la familia nunca mueran, porque a lo mejor yo puedo irme de este mundo, pero mi sueño seguirá vivo”. A Hassan su padre le enseñó cómo montar y desmontar. “La primera vez yo no sabía cómo iba, porque eso viene con el tiempo, esa experiencia viene con el tiempo que vas amando el oficio, descubriendo el secreto”. Pero deja claro que “la relojería no es montar y desmontar, hay unos cálculos que debes tener en mente”. Explica que cada cosa tiene su peso y su medida, “y antes de todo debes dominar tus nervios y saber lo que estás haciendo”.

Francisco Carrasco García. Un maestro salazonero de tradición

Francisco José Carrasco García, mejor conocido como ‘Kiko’, lleva toda su vida dedicado a las salazones, “prácticamente desde que nací, por motivos familiares”. Cuenta que el oficio lo aprendió de su padre que era pescadero y compraba mucho bonito. Cuando llegaba el sábado le sobraban un poco y lo llevaba a la calle Jáudenes, donde vivían, “y en el patio lo salaba y lo encañaba”. Desde muy pequeño Francisco fue aprendiendo, pero no se dedicó de llenó a las salazones todos los años sino hasta que cumplió los 20 años, algo que continúa hoy en día a sus 46. Para él, más que un oficio es una pasión “hacia un producto que tenemos que es de excelente calidad, un manjar a la hora de comer”. El padre de ‘Kiko’, que llegó de la Línea de la Concepción, aprendió este oficio y lo transmitió a la siguiente generación. Sin embargo, él ha sido el único en seguir la tradición. “De parte de mi familia no tengo a nadie que se quiera dedicar a ello y a mis hijos no se los aconsejaría porque es un trabajo muy duro, son 24 horas dedicadas al producto”, comenta. Pero él continúa “porque es una tradición de mi ciudad y me encanta que me digan lo bueno que está, llevarlo a cualquier parte de España y que te lo reconozcan, eso es lo que me hace continuar, aparte del beneficio económico que tenemos”. Reconoce que ahora están comenzando a recibir apoyo, “y sanitariamente estamos un poco mejor, poco a poco se irán consiguiendo cosas, y esta ciudad siempre tendrá salazón, siempre habrá alguien que le guste y que quiera hacerlo, porque es una manera de buscarte la vida honradamente”.

Un oficio al que hay que dedicarle mucho

“Tenemos un gran producto, de las mejores salazones en España es la nuestra” Francisco José Carrasco García explica que la clave de las salazones consiste, en principio, en tener un buen producto, además de ponerle dedicación. Pero esto no es lo único, “después ese pescado hay que limpiarlo, enjuagarlo, salarlo, amarrarlo, volverlo a enjuagar y tenderlo”. Posteriormente viene un cuidado que va a depender de si es Poniente o Levante y el secreto que tiene cada maestro salazonero. Asegura que hay que destacar el caso particular de Ceuta porque “tenemos un gran producto, de las mejores salazones que se producen en España es la nuestra, por el secado tradicional que tenemos como ancestralmente se hacía, secado al aire libre”. Con respecto al futuro del oficio deja claro que “yo solamente sé a lo que yo me dedico y lo que yo quiero hacer, a mí me encantaría ir con este oficio hasta que me jubile, pero no te puedo decir lo que quieran hacer las nuevas generaciones, porque es un trabajo muy duro y muy dedicado, son 24 horas durante varios meses y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo aunque tiene una gran recompensa si trabajas duro”. ‘Kiko’ explica que en las salazones los primeros tres meses “son para ir sacando el fruto adelante y a partir de los tres meses es cuando se ven los beneficios”. Recuerda que de su padre aprendió una gran lección, pues siempre le decía que “cuando todo lo que tengas tendido sea tuyo, esto ya es todo beneficio, mientras tanto vas comprando y vas pagando hasta que todo eso llegue a ser tuyo, y una vez que sea tuyo es que vas a empezar a ver los resultados de tus esfuerzos”.

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