La basura rodea las inmediaciones del barracón del Sardinero, el único que queda en pie en un solar en donde ha sucedido de todo. Porque aquí ha habido peleas, detenciones masivas e incendios de todo tipo. Y aquí, todavía, siguen viviendo inmigrantes magrebíes que han levantado una caseta en medio de todos los restos acumulados.
La vida en el último barracón del Sardinero es complicada. Se van matando los minutos poco a poco, a la espera de ese momento en el que poder escapar a la Península. Mientras, este refugio se convierte en lo más preciado que tienen aquellos cuya vida se va columpiando desde el puerto a la nave o a la inversa. El miedo permanente a una detención permanece, aunque también son sabedores de que, ahora, una expulsión es imposible. La inseguridad que rodea a este lugar no cesa porque cuando no hay más que abandono, se hacen fuertes los robos y las peleas engordadas por todo tipo de abusos.
A pesar de la cantidad de sucesos que se han producido en este lugar, la infraestructura sigue en pie rodeada de basura. Los vecinos no se cansan de reclamar su derribo, sobre todo por la inquietud que les genera el tener al lado unas instalaciones en donde puede suceder de todo. Recuerdan los sustos vividos con los llamativos incendios de hace unas semanas. No quieren que se repitan, pero tampoco se adoptan medidas para evitarlo.
La vida en el único barracón que queda en pie en el Sardinero es la vida de una permanente ocultación, de una escapada de las fuerzas de seguridad, de una convivencia entre desechos de todo tipo. Una vida complicada pero invariable, una vida entregada al riesgo. Esta particular ‘casa’ se ha convertido en un punto de tránsito para los que escapan de las redadas y viven el día a día sin saber lo que deparará el mañana.
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