Muchos pueden pensar en fronteras como aquellos límites geográficos, difíciles de alcanzar, al estilo de las gestas de Shackleton en el polo sur, o la actual exploración del medio marino profundo, con aguerridos buzos equipados con recicladores de gases, o bien utilizando sumergibles tripulados. También es bien cierto, que existen fronteras en el conocimiento científico o consecuciones sociales, tan inasibles, como las simas abisales de nuestros océanos. Sin salir da casa, la infame situación de muchos empleados transfronterizos atrapados en Ceuta, sin posibilidad de conseguir un pasaporte, ni y derechos regularizados, es una meta que está causando mucho sufrimiento y dolor.
Yendo mucho más lejos, y entrando en el meollo de la cuestión que más me interesa comentar, esto es, la dificultad de alcanzar sentido a la vida, y su profundo significado trascendental. Así deseo tratar el tema de la última frontera. Y quizá, debería decir, la única y verdadera meta del ser humano para llegar a ser verdaderamente libre. Claramente inspirado por las jornadas literarias organizadas por el IEC, me atrevo a dejar otra de mis reflexiones mestizas, en la que expreso una manera de entender el hecho trascendental, que también conoce María Jesús Fuentes, amiga entusiasta observadora de los fondos marinos, y coordinadora de estos eventos, tan gratos y reconfortantes.
El recital poético del jueves, en la Biblioteca pública del estado en Ceuta, creó una suerte de atmósfera trascendente de verdad, bondad y belleza. Símbolos del mismo concepto, que no es otro, que el amor y el amar. Porque en este ámbito temporal en el que se desenvuelve esta existencia, el único motor posible y el que define nítidamente a la condición humana, es el sentimiento amoroso. Preguntarse por el origen de esta misteriosa fuerza imparable, capaz de alcanzarlo todo, y de entregarse en cuerpo y alma por tantas consecuciones loables, por la vocación imparable, por el prójimo, es penetrar en la esencia y sentido de la vida y de la creación. Es un objeto de conocimiento alquímico, y por lo tanto al alcance de los que sueñan, y se transportan con la imaginación hacia mundos insondables, más allá del conocimiento positivo.
Por ello, todo afán de conocimiento, que se precie de participar de la humanidad, debe estar impulsado por la emoción, hermana inseparable de la inspiración. De esta manera se explica bien, la teoría botánica sobre la hoja ideada por Goethe, o su discrepancia de la fría teoría newtoniana de ondas, que explicaba el color, sin tener en cuenta al propio sentido del color. El sabio alemán, animaba a su querido amigo Alexander von Humboldt, a investigar la naturaleza con ardor y pasión, cuyo simbolismo oculto, es imaginar aquello que todavía no se ha descubierto, y dejarse impulsar por esa misteriosa energía, que a pesar de las dificultades del camino vital, siempre está presente para reconfortarnos y animarnos a continuar. Humboldt llenaba los teatros de Berlín, no por sus sesudos conocimientos sobre los bosques tropicales, y los volcanes centroamericanos, ni siquiera por la minería, solo el amor que desplegaba cuando relataba sus historias naturales, puede explicar este particular fenómeno social.
Si el sentimiento amoroso fluye unido al talento recibido, y meritoriamente cultivado, se puede dar en cualquier lugar donde el corazón del hombre se libere de las cargas y pueda florecer en unión con los sufrimientos por la vida. Los sufrimientos no fueron pocos, en el grupo de románticos alemanes, al que pertenecían los dos sabios aludidos, pero tampoco en la pequeña y provinciana Concord, y la costa este de Estados Unidos, donde se generó el movimiento trascendentalista americano, capitaneados por Whitman, Thoreau o Emerson.
Para muchos de los reunidos en las mentadas Jornadas Literarias, el conocimiento es una forma de expresión amorosa. Y esta se manifiesta a través del ejercicio de las vocaciones, y la entrega amorosa y emotiva a las distintas formas de investigación.
La mía es la exploración científica de los ecosistemas marinos, pero unido a otras formas de conocimiento, en beneficio del crecimiento espiritual del hombre. De hecho, me encanta escribir sobre naturaleza aunando ciencia con historia, literatura y reflexiones teológicas católicas. Y todo ello, no hace sino incrementar mi capacidad científica, y elevarla, a la vez que mi alma se va enriqueciendo. Se entiende por tanto, la fascinación que sentí por el poeta y ser humano que responde al nombre de Manuel Gahete. Persona muy culta, a la vez que accesible, ameno y apasionado; un ser encantador con una capacidad de conexión empática, franqueza y talento fuera de lo común. Aquellos aspectos literarios de su poesía fueron comentados por la sabiduría agradable y dulce de María Jesús, sus versos fueron cantados admirablemente por la artista ceutí Ebhel.
Conectamos rápidamente en el turno de preguntas, mi amigo del alma José Manuel Pérez-Rivera, introdujo a Campbell, sin nombrarlo, y a su obra cumbre, “Las máscaras de Dios” en la sala. Cuantas horas de conversación hubiéramos querido pasar los dos hablando con Manuel, nunca se sabe si habrá alguna ocasión en esta vida. Por mi parte, me gustaría hacerle una consulta por un libro que estoy terminando sobre relato trascendentalista en el mar, uniendo también pequeños enlaces a cortos de videos submarinos. Me gustaría haberle preguntado si podría estar de acuerdo con esta frase “poesía son susurros de Dios al alma”.
A Manuel le gusta el mar, y me comentó que practicaba buceo recreativo, así que he pensado, hacerle mi pequeño homenaje, a su preciosa intervención, con unas insólitas imágenes sobre organismos planctónicos, que bien podrían parecer sacados de la imaginación. Espero que le gusten las imágenes
.
Las cadenas de ascidias planctónicas son seres fascinantes que van viajando por el universo marino impulsándose gracias a un rudimentario sistema de propulsión que inhala y exhala el agua marina. Podríamos decir que se alimentan dinámicamente, introduciendo agua en su interior, para filtrarla y expulsarla limpia de sustancia nutritiva. Durante un tiempo son solitarias y asexuadas, pero al llegar una época concreta, se unen graciosamente en perfecta harmonía creando cadenas bioluminiscentes, auténticas gemas efímeras que transitan nuestros mares y océanos, pregonando su mensaje para aquellos que desean escuchar e imaginar. Forman parte del mega-plancton gelatinoso, una suerte de organismos trasparentes, compuestos de grandes cantidades de agua y del que se alimentan organismos tan diversos como pueden ser los corales o las tortugas marinas. Utilizando razón y emoción, trascendiendo al positivismo científico imperante, bien podríamos entender, que estas criaturas podrían haber salido de una mente amorosa profundamente inclinada a la diversidad infinita de posibilidades.
Toda esta belleza es una forma de poesía que espera ser descubierta y admirada, emiten señales para atraer la capacidad de asombro por una obra inconmensurable, de la que solo hemos podido arañar la superficie con el conocimiento científico. Pero sería un auténtico desperdicio, impropio del ser humano, si solo nos contentáramos con sacarle algún tipo de beneficio práctico sin entender su verdadero significado y la esencia de su mensaje.
Lo mismo podríamos decir de los jardines escondidos en los fondos marinos menos accesibles a la exploración marina. Espacios ignotos y escondidos de todas las miradas, y donde siento la enorme pequeñez ante una obra magna, que paradójicamente me llama a su conocimiento y admiración. Qué sentido tiene la conservación, solo para asegurar la salubridad de los ecosistemas, sino entendemos que esta obra de amor inconmensurable está hecha para admiración y elevación de nuestro espíritu.
Por ello, tengo que elevarme, si no lo hago, no llego a vislumbrar un horizonte, un algo que existe más allá, y sin este foco amplio no me interesa ya ningún conocimiento frío y alejado. Sin duda, para mi Dios es la última frontera.