Sabir cumpliría 20 años el próximo 10 de julio. Tenía toda una vida por delante que se truncó este pasado lunes, cuando las ansias de cruzar la frontera le llevó a sortear el espigón del Tarajal para llegar a Ceuta junto a cientos de compatriotas. “Se fue con más amigos al enterarse de que todos pasaban”, recuerda su padre Mohamed, que intenta todavía asumir la pérdida de uno de sus cinco hijos. La familia, residente en Castillejos, se enteró por una fotografía enviada a su teléfono de que Sabir era el joven fallecido del que todos hablaban esa tarde de locura.
Mohamed no puede cruzar la frontera, cerrada desde el inicio de la pandemia. Tampoco puede reconocer in situ a su hijo para dejar constancia oficial de que es él, lo que llevará, probablemente, a que sea enterrado como un sin nombre más. Como uno de tantos que recibieron el último adiós en el cementerio de Santa Catalina o el de Sidi Embarek. El Laboratorio de Criminalística de la Policía Judicial de la Guardia Civil tomó las huellas al cadáver para remitirlas vía Interpolo a Rabat, con el ánimo de que, a posteriori, se le pueda ‘reseñar’ de manera oficial.
Sabir marchó esa tarde de lunes como cientos de jóvenes más y muchísimos niños. Todo el mundo que quería podía pasar, y aquella consigna llevó a muchísimas personas del norte de Marruecos a abandonar sus casas en una especie de atracción colectiva imparable. Tanto, que durante dos días siguieron entrando hasta alcanzar las 10.000 personas. Cuenta Mohamed que su hijo se había ido con motivo del final de Ramadán a visitar a su abuela a Chaouen. Se enteró de lo que estaba pasando en la frontera “y vino corriendo”. Dejó en casa cuatro cosas y se marchó al Tarajal. Su familia ya no lo vería más hasta recibir la peor de las noticias: Sabir había fallecido ahogado. ¿Por qué se marchó? Fue un intento desesperado por cruzar e intentar “buscarse la vida” en Ceuta, como tantos y tantos jóvenes que dejan atrás un Marruecos sin alicientes ni oportunidades para sus nacionales.
Antes del cierre de la frontera, Sabir usaba un carrito para el traslado de la mercancía, pero el blindaje del Tarajal agotó la única alternativa económica existente para muchísimas personas que, literalmente, ‘comían’ del paso.
En Castillejos la familia Azzouz llora la falta de uno de sus cinco hijos, intentando asimilar el destino que persigue a quienes exponen sus vidas de esta forma.
Mohamed ha perdido uno, lo perdió en un escenario que se ha convertido en objeto de seguimiento de los medios de comunicación, en análisis de estudiosos y en debate político en plena crisis entre España y Marruecos. Sabir fue la víctima mortal encontrada esa tarde, sin que los agentes de la Guardia Civil que no cesaron en salvar vidas pudieran hacer lo mismo con la suya. Mientras el cuerpo sin vida de Sabir permanecía en el arenal del Tarajal, cientos de compatriotas seguían cruzando, entre ellos muchos niños y familias al completo. La autopsia determinó que murió ahogado. A sus 19 años dejó la vida en el espigón de un Tarajal atrapado en el conflicto diplomático de mayor calado que se recuerda en los últimos tiempos entre ambos países.
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