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Tsunami: realidad y mito en las aguas del Estrecho

A estas alturas del siglo XXI no tiene ningún sentido explicar en qué consiste un tsunami. La ficción cinematográfica spielbergriana y, desgraciadamente, la cruda realidad han hecho de este fenómeno algo bien conocido por todos, tan frecuente estos días en nuestras charlas de sobremesa y bares, como lo son el paro, las hipotecas o el mismísimo Gadafi. Y es que los tsunamis no se puede negar que crean gran interés. Hasta diría que tienen buena prensa, tan alejados en esto del papel de malo de película que juegan otros procesos naturales como el cambio climático, los huracanes o inundaciones. Son del tipo de cosas de las que siempre queremos saber más y de las que no nos sentimos a salvo nunca; de las que tememos y nos gustan al mismo tiempo, como los vicios perversos.
Tal vez es por ello en la última semana se han asomado a los medios de comunicación más geólogos de los que recuerdo que lo hayan hecho nunca; muchos, brillantes; otros tantos, dando explicaciones un peregrinas y haciendo un flaquísimo favor a un gremio que nunca fue tomado demasiado en serio por la gente de a pie, incluso por la propia comunidad científica, y sobre todo en España. Buscando sus 15 minutos de fama, alguno de éstos geólogos se han apresurado a buscar una Atlántida destruida por un maremoto, como si ahora fuera a surgir de pronto de los mares, confundiendo divulgación con presunción. Qué tengan suerte.
En estas brevísimas líneas no quisiera resultar yo tan petulante, tan sólo arrojar algo de luz a una cuestión difícil de solventar: cuando podría tener lugar y cuales serían las consecuencias de un tsunami en las costas del Estrecho. Nada preocupante, ya veréis, en ausencia siempre de meteoritos del tamaño de ciudades que se precipitaran sobre el Atlántico, claro está.... Harina de otro costal sería si hablásemos de la Costa del Sol o el Golfo de Cádiz. No es el caso. A los hechos históricos y evidencias geológicas nos remitiremos. En esto no hay ni trampa ni cartón, ni míticas civilizaciones desparecidas, como las descritas por antiguos filósofos griegos más allá de las columnas de Hércules.
¿Qué es lo que realmente sabemos sobre el tema? Los datos provenientes del Mediterráneo son escasos. Existen algunas evidencias que avalan la existencia en este mar de algunos tsunamis altamente destructivos. Tal es el caso del maremoto que devastó la ciudad de Alejandría y azotó el litoral Mediterráneo en el año 365 de nuestra era. El escenario resulta más preocupante si nos desplazarnos hacia el oeste. Sólo en el Golfo de Cádiz el dato es abrumador. Entre crónicas históricas, restos arqueológicos y registro geológico podemos probar que el Sur de España ha sufrido, al menos, 20 tsunamis en los últimos 10.000 años. El impacto de la mayor parte de ellos sobre el litoral tal vez no fuera mayor que el de una gran tormenta de invierno. Expuesto de esta forma la cuestión no parece muy alarmante, lo sé, pero es precisamente en esta característica donde reside la peligrosidad de este tipo de fenómenos, en la falsa sensación de seguridad que provoca su carácter excepcional en la breve historia del hombre moderno.
El tema cobra otros tintes si hilamos más fino, analizamos maliciosamente las fechas y queremos resultar algo más trágicos. Con precaución, se puede llegar a deducir un gran tsunami cada 1500-2000 años y, a veces, unos o varios más pequeños entre 80 y 300 años después del primero. Teniendo en cuenta que el último tsunami importante en esta zona tuvo lugar en 1755, generado tras el celebérrimo terremoto de Lisboa, es innegable -y preocupante a partes iguales- que historia y ciencia nos avisan que en las próximas décadas puede llegar a producirse un fenómeno destructivo en las costas atlánticas españolas.
El origen de estos tsunamis, simplificando mucho la cuestión, son terremotos submarinos generados como consecuencia de la situación compresiva generalizada y la liberación brusca de energía en la falla atlántica de Las Azores-Gibraltar y en el límite de placas entre África y Eurasia en el Mediterráneo. Por desgracia, Ceuta, como en tantas otras cosas, se encuentra justo en la zona de confluencia de estas dos regiones tsunamigénicas y, a priori, está sometida al doble de riesgo que otras zonas costeras andaluzas o Melilla. Como bien sabemos los que vivimos en Andalucía la falla con nombre de rapaz de archipiélago, sin llegar a producir una sismicidad especialmente significativa, es mucho más activa en tiempos recientes. Esto explica el mejor grado de conocimiento, la mayor frecuencia y un registro más completo de tsunamis en la costa suroccidental ibérica.
Pero no todo son malos barruntos ni augurios. Ceuta posee una magnifica defensa natural sobre este tipo de embestidas del mar, que no dejan de ser más que colosales olas que parecen nunca acabar. Es su relieve, quebrado y rocoso. En la mayor parte de su perímetro, la costa de la ciudad es escarpada. Sus acantilados, a modo de muralla, evitarían el avance de la ola más allá de una decena de metros hacia tierra firme. Es verdad también que, a nuestro favor, habría que contar además con los modelos matemáticos propuestos para la propagación de ondas de tsunamis en las aguas del Atlántico. En ellos se plantea que las olas llegarían muy atenuadas a Ceuta, refractadas en las costas de Cádiz y Tánger y frenadas por el choque de masas de agua en el Estrecho. ¿Excepciones locales? Algunas hay. Basta decir que las zonas topográficas deprimidas de Ceuta, cercanas al litoral y que coinciden con las desembocaduras de arroyos podrían experimentar daños. De las áreas portuarias y recreativas de la costa norte de la ciudad, situadas a cotas topográficas bajas y ganadas palmo a palmo al mar, mejor no hablamos si consideramos tan sólo las enormes pérdidas económicas que originan los temporales de levante  cada año.
Las pobres y escasas crónicas, que narran los efectos de tsunamis en las costas del norte de África y en el Sur de la Península Ibérica tras el terremoto de 1755, son igualmente tranquilizadoras y apuntan hacia escenarios pocos dramáticos. Se ha estimado que la ola más grande -generada por un seísmo oceánico de magnitud 8,5-9- alcanzó entre 6 y 20 metros de altura en las costas de Huelva y Cádiz, y que perdió rápidamente altura y capacidad destructiva hacia el Campo de Gibraltar. Por desgracia los relatos de lo sucedido en Ceuta son muy pobres. Únicamente conozco una referencia, de la «Gazzete de Cologne», en la que se mencionan olas de 2,5 m sobre su altura normal, que crearon más pánico en una población ya atemorizada por el terremoto, que daños directos en la ciudad o pérdida de vidas humanas.
Y es que, por lo que se ve, algo quehaya pasado, o pueda pasar, no significa necesariamente que pueda ocurrir de nuevo. Y mucho menos que estos fenómenos sean siempre tan calamitosos como estamos predispuestos a pensar. Pero cuidado, tampoco significa lo contrario. Es lo que tiene estudiar probabilidades, pues es complicado precisar cuándo algo va a suceder y es muy fácil decir, categóricamente, que, antes o después, va a pasar. De eso han vivido durante siglos adivinos, nigromantes, videntes y hombres del tiempo. Los geólogos no tenemos una bola de cristal; nada más que sutiles señales difíciles de descifrar. Eso nos lleva a resultar un tanto ambiguos a veces, de ahí que no se nos tenga muy en cuenta y algunos se dediquen a buscar la Atlántida.

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