Opinión

Doña triste y su nietecito Paul

Los años no perdonan a nadie”, se decía para sí misma doña Triste, cuando se miraba al espejo. Sus ojillos se habían empequeñecido y su boca estaba algo sumida, más reducida.
Algunas amigas se habían ido para siempre y otras amigas estaban ingresadas en residencias, y cuando iba a visitarlas, se quejaban del poco amor de sus hijos, que no iban por allí a verlas.
Otras, ya no respondían con coherencia a su llamada de teléfono. Pero Cheer aún estaba bien, con algunas goteras, pero bien. Podía andar sin bastón, y su pensamiento era acorde con la realidad. Y su mente estaba puesta en Paul todo el día. Hasta que por fin se produjo un momento inesperado y de mucha felicidad para ella. Lucy la llamó por teléfono, con voz firme y radiante de emoción: “Mami, ¿a qué no sabes a quien he visto hace un instante en la calle?” “¿A quién?”, preguntó doña Triste con expectación. Y después de algunos titubeos, dijo de golpe la joven. “¡A Paul! ¡A nuestro Paul! Me vio y se quedó muy sorprendido. No esperaba verme. Su carita mostraba tristeza. Yo lo abracé, le dije cuánto lo quería, cuánto lo quería Smith, su perrito y cuánto lo querían sus abuelos Cheer y Dereck.

"Ya lo sé, abuela”, contestaba el pequeño, que como ya tenía uso de razón, lo comprendía todo muy bien”

Su tristeza cambió en alegría. Con voz algo quebrada se quejó:”Sí, pero la abuela no me llama”. Lucy le dijo que todos sus juguetes de Santa Claus y los Reyes Magos, esperaban aún en la mesa larga del salón de la casa de la abuela, que debía ir a desempaquetarlos y poder jugar con ellos. Y continuó la joven:” nuestro pequeño iba con su abuela Alexandra, que se sorprendió al verme, y por su voz, la noté algo nerviosa. Me explicó que el pequeño tenía unas décimas de fiebre, y por eso sus padres no lo habían llevado al cole, y que ella llevaba dos días con él en su casa. “¡Llámalo mamá! Habla un ratito con Paul, que está en casa de Alexandra”. Cheer no cabía en sí de gozo, sabía que hablar con su nietecito, sólo sería un pequeño respiro, pero tenía que aprovechar el momento. ¡Qué emoción tan grande! ¡Dios sabe cuándo se iba a producir una situación parecida! Doña Triste pensaba que a su pequeñín le tenían secuestrada una parte de su vida, al no consentirle irracionalmente, hablar con sus abuelitos, ni disfrutar de sus mimos e intenso amor. “Digamé”. “Hola, Alexandra. Soy Cheer…¿Mi nieto está ahí? La pobre señora daba explicaciones con cierta alteración. “Lleva sólo dos días conmigo. Está resfriado. También nos juntamos a comer los fines de semana, que viene mi hijo Yuri con su familia. ¡pero tú no te preocupes!” “No, Alexandra. Yo sólo quiero hablar con mi pequeño Paul, que no me dejan ni hablar, ni verlo. Tampoco puedo visitarlo en su casa. No es preocupación, es tragedia. Por eso comprenderás que quiero que me llaméis Triste”. Después de los saludos, pidió Cheer hablar con el pequeño Paul. “¡Hola abuela!” Sonó una vocecita feliz al otro lado del teléfono. “¡Hola, amor mío, cariño mío!¡Cuánto te quiero!¡Cuánto te echo de menos! ¡Eres toda mi vida y sin ti estoy muerta! Tienes que venir a casa de los abuelitos, que te queremos mucho, no lo olvides nunca”.

"Cuando vengas mañana, verás que todos los juguetes, que señalaste en el libro donde están todos los juguetes"

El pequeño Paul dijo a su abuelita que su papá le contaba unas “historias” muy raras, cuando él pedía hablar con ella. Itzan decía con cierto tono de misterio:”no puedes llamar a la abuela, porque si no, nos quita todo el dinero”. “Eso no es verdad, cariño mío. Te están mintiendo”. “Ya lo sé, abuela”, contestaba el pequeño, que como ya tenía uso de razón, lo comprendía todo muy bien. Otra “historia” que le había contado Itzan al pequeño, era la siguiente:”Mira Paul, cuando yo era pequeño, ni Dereck, ni Cheer se ocupaban de mí. Y me crié solo, ¿comprendes? Mis padres fueron malos conmigo”. Y claro, el pequeño Paul, que ya razonaba como un niño mayor, sabía que esas “historias”, eran imposibles de creer. “No me dejan, abuela. No me dejan que vaya a tu casa. Pero yo iré. Mañana estoy contigo. Además, que tengo que jugar con mi perrito, con Smith”. “Y sabes Paul, tus juguetes aún esperan en la mesa larga del salón. Aunque haya pasado tanto tiempo, ahí están esperándote, cariño mío”. “Pues fíjate, abuela, mi padre vino a casa con juguetes que había comprado no sé dónde, y me dijo que había ido a tu casa a recogerlos”. “No, Paul. Tu padre no ha venido por aquí a recogerlos. Cuando vengas mañana, verás que todos los juguetes, que señalaste en el libro donde están todos los juguetes del mundo, aún están esperándote a que vengas”. La abuelita y el nieto se despidieron felices, porque habían podido hablar un buen rato, después de tanto, tantísimo tiempo sin haber podido hablar. Al día siguiente, doña Triste esperó. Puso un mensaje a Paul en el teléfono de Itzan:”Paul, el abuelito y yo te estamos esperando”. Paul no llegó. Cheer se llenó de tristeza de nuevo, y pensó que la dureza de corazón de sus padres, era más fuerte que todos los telones de acero del mundo juntos.

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