Feria

Tres veces escuché tu nombre, Virgen de África

“Parece que es la hora y no es la hora, parece que está todo... y algo falta”. Son los primeros versos del pregón que el escritor Antonio García Barbeíto dedicaba a la Semana Santa sevillana aunque bien le habrían valido, como ahora a este cronista, para comenzar el relato de las tres veces que se escuchó el nombre de la Patrona de Ceuta. Porque aunque era la hora, algo faltaba para que la Virgen de África saliera en el día que lo hace, por la única razón de porque Ella quiere. La primera vez que se escuchó su nombre fue al comienzo. Apresurada, con esos nervios que son de todos, la Cofradía de la Virgen de África inició su procesión con la solemnidad con la que comienzan las grandes fiestas de guardar. La hora escogida fue la de vísperas aunque ya fuese el día de la fiesta. Ante la revista de los asistentes, el desfile de las representaciones ordenadas por antigüedad, estaba cerrado por la Cofradía de Los Remedios. Tras de ella, las mantillas custodiaban el estandarte a modo de simpecado de la Virgen de África, abriendo paso a un discreto cortejo de cirios blancos en el que cuatro hombres eran ‘polizones’ entre la devoción ordenada de las mujeres que portaban luz para una Virgen que llora sin lágrimas. Todo esto ocurría mientras la Banda de Nuestra Señora de Palomares interpretaba las notas de ‘Amarguras’. Música de ramos para un festejo sin palmas. Música de domingo para una fiesta endomingada. Nunca se sabrá quién sería el artífice de que este milagro ocurriera. A quien lo supiese, que alguien le advierta que se encuentra en búsqueda por buen gusto y delicadeza. Porque en San Juan de la Palma hay otra Virgen que sin llorar, llora; que amando, se desarma. Y ambas quedan como la aurora, luz, alegría y plegaria. Una en su domingo de ramos; la otra, en un lunes sin palmas.
Vienen a esta fiesta, igualmente peripuestos y con gala, el obispo de Cádiz y Ceuta, monseñor Zornoza, y el vicario general de los caballas. Aunque no lo crean, vistió para la ocasión traje talar, con fajín episcopal. Ya le advirtió el cronista que lo está llamando la mitra porque Ceuta se merece una sede para ella sola. A coro, la voz ronca del segundo y la del capataz, atravesaron la dificultad del dintel del santuario y pusieron a la Patrona de Ceuta en la plaza. Sonó el himno. El himno de España, para más señas. Y ahí, por primera vez, escuché tu nombre. Una voz anónima te llamó. “¡Viva la Virgen de África!”. Desapareció la escolta, desapareció la banda que ahora seguía a los sones de ‘La Estrella Sublime’. Ya no estaba la Asamblea ni la Delegación del Gobierno, ni el Comandante General ni su Estado Mayor. Tampoco estaba el coronel del segundo Tercio de la Legión con banda de guerra a cuyo frente mandaba un teniente todavía imberbe. Por contra, su cabo clarín era todo un legionario: de tinta los brazos vestidos, saneada la pechera y rictus de caballero de Millán Astray. La segunda vez que escuché tu nombre ni siquiera te esperaba. En ella estaba tu misma cara y en ella estaba tu mismo nombre. Una presidiendo y la otra comandando. Porque allí mandabas tú aunque tú no lo supieras. No hay nadie que mande más en la procesión de la Virgen de África que la misma África, que así es como se llama.
Con las manos amarradas al zanco delantero izquierdo, como la sombra del mismo capataz, África era la primera de las mejores compañeras de la Virgen. Si la Patrona sonríe, igual lo hacían ellas. ¿Que no se ríe la Virgen de África? Pregúntenles a Platón y a Homero, a ver qué opinan ellos, que al verla pasar sabían que estaba riendo. Porque es imposible no sonreírse a un atardecer en el Estrecho. Aunque haya muchos motivos para no dejar de llorar. Allí estaban África y sus amigas, como piquete de escolta, rodeando el paso de la Virgen. Y detrás, muchas más. Todas se llamaban África, sin la menor duda. Porque todas eran la misma con distintas caras pero con la misma ilusión en los ojos. Ojos de madre, ojos de esposa, mirada de hija. Todas con la Patrona. Fieles y leales. Estuvieron con Ella sin dejarla un momento murmurando oraciones, con esos ojos levantados al cielo. Que son ellas ese mismo cielo que lleva la Virgen en todo momento. La segunda vez que escuché tu nombre, África, no pudo el cronista evitar acordarse de otros nombre. De María, la primera; de Catalina, la mejor de las mujeres; de Rosi y de Josefa; de Mercedes; de Encarna; de Juliana y de Juani, de Esther. No podía olvidarse la memoria de todas esas mujeres que determinaron la vida del cronista. Todas ellas, siempre junto a la Virgen y si allí estaban el recuerdo hecho carne de la Madre Cristo, estaban de manera imaginada todas aquellas otras mujeres que nunca se bajaron del calvario. Todas, cada una, con su particular calvario. Pasada la primera emoción del momento, por segunda vez escuché tu nombre al llegar al paseo de las Palmeras y era posible saber que algo estaba pasando. Parafraseando a Antonio Burgos, “quillo, esto tiene vibraciones”. La tercera vez que escuché tu nombre, ya no quedaban dudas de que solo Tú podías ser la escogida por los caballas. Al acercarse el paso al antiguo mirador de San Sebastián, un remolino de ceutíes esperaba para cantar la salve en memoria de los casi cuatro siglos en los que salvaste al Estrecho de la peste que lo asolaba. Momento de protocolo, momento de emoción. Momento de rezo. Después de la antífona que oraba contra la droga, por el respeto, contra los malos tratos, contra las mafias de inmigrantes, por el fin del hambre y la guerra, contra el racismo y la xenofobia, en un refinado latín de la bética, entonó el vicario general el Salve Regina, continuado por el gorigori de los asistentes. El ora pro nobis sancta Dei genitrix fue sustituido por un popular “¡Qué viva la Virgen de África!” que tuvo su eco en los corazones de todos los caballas. Buena cuenta de ello daban de lo acontecido un caballero de San Clemente que por allí anda de paisano. La Patrona de Ceuta continuó hacia el Revellín para buscar Jáudenes, donde todo fue rocío de pétalos, donde estaba siendo esperada como aquella peregrina de ojos claros y divinos, de mejillas encendidas de arrebol en esta tierra tropical.

368 años mirando hacia el Estrecho

Sin duda alguna, uno de los momentos más destacados de la procesión fue la llegada de la Santísima Virgen a la plaza de la Constitución, donde se giró para mirar hacia el Estrecho de Gibraltar. Una vez posada, todos los allí presentes cantaron la salve en recuerdo de la procesión de 1651 cuando, a petición de la ciudad de Gibraltar, la Patrona de África salió por las calles de Ceuta en procesión de rogativas. Al llegar al antiguo mirador de San Sebastián, “efectuó una prolongada parada” en aquel lugar con la intención de aparecer “patente a la vista de dicha ciudad”, cuenta la crónica de la propia Cofradía. Gibraltar atravesaba uno de sus momentos de mayor angustia por la epidemia de peste y se debatía en la mayor desgracia. Para memoria de aquel momento, la Virgen de África se sigue parando hacia el Estrecho aunque ahora sean otras desgracias las que cubra con su manto de gracia y mediación.

“Por esas criaturas que cruzan el Estrecho”

La hermana mayor de la Cofradía de la Virgen de África, Purificación Morales, se mostraba emocionada en la presidencia del cortejo, acompañada por el obispo de Cádiz y Ceuta. Satisfecha por el resultado de todos los actos cultos dedicados en honor de la Patrona, Purificación Morales pidió “salud y que todo lo que está pasando en el mundo, se arregle”. Especial mención hacia en sus peticiones por los inmigrantes: “por esas criaturas que cruzan el Estrecho y se quedan en él”.

“Es el día más importante de Ceuta”

El presidente de la Ciudad, Juan Vivas, no tuvo reparos en afirmar que el día de la Patrona es “el día más importante del calendario de Ceuta”. Dijo Vivas sobre esta celebración que “el corazón y el alma de los ceutíes está en la calle”.

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