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Tres subsaharianos a punto de morir dentro de un contenedor

A base de milagros se escribe el día a día en la planta de residuos del Hacho que gestiona Urbaser. Ni los controles de la Guardia Civil, realizados desde el pasado agosto y recrudecidos en noviembre,ni las advertencias reiteradas de los trabajadores de la planta sirven para frenar la senda diaria que emprenden los residentes del CETI buscando colarse en los camiones. Hay compatriotas que lo consiguen y ese es el incentivo válido para que los subsaharianos sigan visitando la planta, sigan forzando intervenciones de la Guardia Civil y sigan protagonizando episodios en los que la tragedia anda cerca.
Así ocurrió el pasado lunes cuando varios trabajadores de la planta se disponían a preparar la salida de contenedores cargados de basura. Había que triturar los residuos y se vació en la máquina uno de los contenedores. Antes de poner en funcionamiento la maquinaria escucharon gritos lo que frenó cualquier movimiento. La sorpresa fue cuando encontraron a tres subsaharianos que, por el estado en que se estaban, podían haberse ocultado desde el pasado sábado. “No se tenían casi en pie”, advertían los trabajadores. ¿Cuántos han conseguido alcanzar la península de esta guisa sin ser vistos? La cifra real nadie lo sabe, pero hay dos claves que, combinadas, pueden dar una visión más acorde de lo que supone esta válvula de escape.
Desde el pasado enero hasta lo que va de marzo 37 inmigrantes residentes en el CETI  han alcanzado la península de manera irregular, fuera de los grupos que organiza la dirección del centro a través de acuerdos con oenegés peninsulares. En estos casos se trata de subsaharianos -en su gran mayoría- que abandonaron el campamento a primera hora de la mañana y ya no regresaron. Se ha tenido constancia por llamadas a sus compatriotas que se encuentran ya en la península y que han conseguido el pase ocultos en camiones, bien los que salen cargados de basuras desde el Hacho o bien los que embarcan en el puerto.
Pero hay otra clave más: el hecho constatado del hallazgo de subsaharianos en la planta peninsular que recibe estos mismos residuos, la de Los Barrios. Los trabajadores de dicha planta se han encontrado a varios subsaharianos cuando se encontraban en pleno tratamiento de las basuras. Todos ellos procedían de Ceuta. Poder responder a cuantos inmigrantes se han podido quedar en el camino es imposible. Nadie quiere pensar en ello, optan por pararse en las historias marcadas por este tinte milagroso que siempre acompaña a los inmigrantes. Desde que salen de sus países, durante los años que emplean en un periplo clandestino que muchos prefieren olvidar, hasta que, bloqueados en una Ceuta convertida en un limbo, buscan una salida a la desesperada. Los trabajadores de la planta del Hacho se acostumbran ya a vivir con una situación en la que la actuación de los propios empleados de Urbaser o de la Benemérita sirve como parcheo. Los mismos que hoy detiene la Guardia Civil son los mismos que interceptaron hace unas semanas y los mismos, presumiblemente, que lo intentarán mañana, pasado y hasta que lo consigan.
Curiosamente hay guardias civiles que se saben ya de memoria los rostros de los rechazados. Aunque mucho mejor se los conocen los trabajadores de la planta cuyo máximo responsable, Paco Aguilera, agradece la labor prestada por las fuerzas de seguridad y la implicación tenida ante esta problemática por el delegado del Gobierno, José Fernández Chacón, y el jefe de gabinete, Sergio Moreno.
Un dato clave de ese trabajo: desde el pasado noviembre la Benemérita ha llevado a cabo más de 320 rechazos de inmigrantes que se acercaban a la planta. No se les puede detener pero sí se busca que desistan de su intento. Otra cosa es que lo consigan.

Los intentos de escapada los lideran inmigrantes recién llegados

Los inmigrantes que intentan alcanzar la península ocultos entre las basuras y residuos de los camiones  cumplen el mismo perfil. Se trata de subsaharianos de los catalogados como ‘recién llegados’, es decir, aquellos que llevan meses en el campamento. Su llegada a Ceuta alentada por las mafias y basada en un puro engaño choca con una realidad: la que representan aquellos inmigrantes que llevan dos y hasta casi tres años en Ceuta esperando el traslado a la península. Con pocos meses en el CETI les toca esperar, y mucho, de ahí que busquen a la desesperada una salida que se apoya y sustenta en el éxito que algunos han alcanzado. Por contra quienes llevan más años desisten de esta actitud y optan por la participación en cursos y talleres a la espera de que puedan beneficiarse de alguno de los traslados peninsulares que coordina la Secretaría de Estado de Inmigración.
Cada día los subsaharianos acuden con una bolsa en la que guardan la muda, y algo de alimento, al entorno del Hacho para intentar conseguir con éxito su meta. Si en el entorno de la planta se producen a diario una media de cuatro a cinco rechazos, en el puerto la presión es igual o mayor, sobre todo en los alrededores de las gasolineras en donde los camiones paran para el suministro del combustible. En este caso es la Benemérita y las Policías Nacional y del Puerto las encargadas de frenar lo que ya califican de “acoso diario”. Las fuerzas de seguridad, en el caso de la planta, no están obligadas a introducirse en una propiedad privada para hacer desistir a los inmigrantes, pero lo hacen a requerimiento de los trabajadores de la propia planta ya que en algunas ocasiones los sin papeles han desobedecido las advertencias de los empleados de Urbaser. La problemática no varía y a pesar de los accidentes, las penurias y hasta la muerte de un compatriota, quienes llegan al campamento apuestan por una salida más rápida o aunque más arriesgada añadiendo a complicadas entradas a nado o saltando la valla, otras más complicadas huidas hacia Europa. “Quiero la libertad, quiero salir”, exclama un subsahariano que se siente captado por la cámara a los guardias civiles. Como él en anteriores meses otros compatriotas entonaron las mismas proclamas. La libertad no se encuentra en el limbo que representa Ceuta.

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