Mi hijo Manuel se marcha a Chile. Va a la Universidad de Atacama, en el norte, donde hace unos años sacaron de las profundidades de la tierra, a casi un centenar de mineros, en una cápsula que ahora exhiben en el patio central del Ayuntamiento. El artefacto más parece hecho por alumnos de cualquier colegio, en horas de trabajos manuales. Increíble que ese invento salvase la vida a quienes no contaban con volver a ver el cielo chileno, tan intensamente azul, contrastando con los ocres y grises del desierto. Allí estuvieron los ingleses a finales de XIX, explotando unas minas que cuando dejaron de darles dividendos, las abandonaron, como siempre hacen aunque quedase una arquitectura singular y muchas de sus costumbres. Lo mismo hicieron en Huelva, en Río Tinto.
Manuel y otros muchos investigadores jóvenes españoles, se disponen a hacer las Américas. Así se decía antes, cuando se iban los toreros a cortar orejas y rabos en los ruedos colombianos y charros; también las folklóricas que Cesáreo González, magnate del cine español durante el franquismo, tras sobarlas, las premiaba con pasitos por México, Buenos Aires, … las mismas que volvían con grandes preduscos en sus dedos, collares de oro en sus pescuezos, bolsos llenos de billetes y las maletas con sábanas y toallas de los hoteles. Pero mucho antes que todos, a partir de 1939, sin brújulas definidas, los exiliados de la dictadura, que durante años se limitaron a escribir un capítulo de la cultura y de la ciencia españolas, que no pudieron hacerlo en nuestro país. Adolfo Sánchez Vázquez, el intelectual andaluz, uno de esos viajeros que fijó su residencia en México, ha desentrañado la naturaleza del proceso que vivió el que estuvo obligado a irse, el transterrado, como le llama Gaos, hasta que, al fin, lograba integrarse en la historia del país que lo acogía.
Aquí ya no tenemos dictadura, pese a que algunos de sus epígonos, unos camuflados y otros, descaradamente, a pecho descubierto, continúan haciendo valer el poder que detentaron y aún mantienen aunque para vergüenza de todos, vuelve a repetirse el éxodo de la inteligencia, provocado por razones que, al final, resultan tan dramáticas como aquellas. En esta ocasión, las víctimas son gente joven (se repite hasta la saciedad eso de la "generación mejor formada"), que habiendo nacido en libertad, le ha permitido colocar la razón sobre tantas martingalas dogmáticas, como lamentablemente nos hicieron comulgar en el pasado. Así, sin ataduras, han venido ofertando sus conocimientos a las universidades donde se formaron, recibiendo de estas y de los que con torpeza las gobiernan, hipócritas lamentaciones y cerrojazos de puertas en sus departamentos. Hasta una almonteña, con residencia en Madrid, se ha permitido decir que estos viajes le darán experiencias de todo tipo, de las que se beneficiará el país cuando regresen.
Tanta estupidez merece que haga mías, las palabras que Manuel ha escrito en Facebook, a modo de despedida: “Ante mi eminente salida del país, a modo de éxodo laboral, os advierto que estoy realizando una lista de mis conocidos. Estrenando mi recién adquirida deriva bipolar, os dividiré en dos grandes grupos: Grupo 1º: “Qué os quiero, coño”, y Grupo 2º “Que os jodan, cabrones”. En esta última categoría ya están todos aquellos que me dicen que irse a 10.000 kilómetros de tu casa y de tu familia es una magnífica oportunidad. También van de cabeza a este grupo aquellos que comentan que no hay que montar un drama para irse a trabajar fuera, que es lo que toca. Lo más curioso es que la mayoría de los que me dicen estas cosas, lo más lejano que han estado trabajando, ha sido Chiclana". (fin de la cita).
El sentimiento de transterrado, pues, sigue vigente. Como tal, estos que se marchan, como Manuel, al principio no valorarán lo que encuentren, pese a ser recibidos con los brazos abiertos, sino lamentarán lo perdido. Es decir, vivirán de manera transitoria; estarán en permanente vilo, entre la nostalgia de un pasado breve (como mi hijo, no alcanzan los 40 años), que se les ha cerrado de manera inesperada; y la esperanza de un retorno que nadie, en las actuales circunstancias, se atreve en darle fecha. Pero aquí quedamos nosotros, la retaguardia. Atentos vigilantes para que la inmundicia, la desvergüenza y la inmoralidad, esas que en este país se premian mediante condecoraciones carolinas, no mermen un ápice de la libertad y dignidad humanas, que tanto ha costado y que tanto cuesta mantenerlas a diario.