Cualquier noche en el puerto de Ceuta se convierte en una jornada de tensión para los transportistas. Son ellos los primeros que se topan con los inmigrantes que encuentran en sus camiones el pasaporte deseado para cruzar a la península. Intentan colarse de forma constante, porque es la única encomienda de unas jornadas que desbordan a estos profesionales.
Los controles policiales de nada sirven porque aunque se registren los vehículos a su paso, después los inmigrantes vuelven a saltar y a intentar entrar en los mismos huecos de donde fueron retirados. Los transportistas constituyen la primera alerta a las fuerzas de seguridad para que los intercepte.
Se esconden en cualquier hueco y en la carga que consideren que puede servirles de un mejor camuflaje. Chatarra, madera e incluso basura. Cualquier ocultación es buena si se trata de cruzar al otro lado.
Los profesionales del sector alertan de que la presión que notan en el entorno portuario es cada vez mayor. Y temen las consecuencias de esta situación en su propia seguridad como colectivo.
A diario, de mañana, de tarde o de noche localizan a magrebíes, adultos o menores, en sus vehículos y a diario avisan a las fuerzas de seguridad para que intervengan. Es un parche porque esas mismas personas vuelven a intentar su pase de forma constante. Así hasta que lo logran.
Y mientras tanto un padre de familia pudriéndose en la cárcel y aquí nadie dice nada...