Finalizada la estancia del “Cuatro Vientos” y de sus tripulantes Barberán y Collar en Camagüey, donde recibieron todo tipo de felicitaciones y homenajes por su destacada hazaña, el día 12 de junio de 1933, continuaron su periplo desplazándose a La Habana.
A las cinco y cuarto de la tarde tomó tierra el avión español en el aeródromo de Columbia de la capital cubana, con un impresionante recibimiento.
Hacía un fuerte calor y, como los toreros tras una brillante faena, fueron llevados a hombros a los locales de la Escuela de Aviación, donde los recibió el Embajador de España.
En una extensa caravana de vehículos se trasladaron al Casino Español y a continuación a la sede del “Diario de la Marina” donde recibieron la llamada del Presidente de la República Española, Niceto Alcalá Zamora.
Visitaron después las sedes del los periódicos “El Mundo” y “El País” antes de retirarse a descansar, bien entrada la noche.
El día siguiente a las once de la mañana, ante la imagen de José Martí en el Parque Central, ofrendaron una corona de flores al insigne personaje y en el Palacio de los Capitanes Generales, acompañados por la efigie de Colón, recibieron la entrega de las Llaves de la Ciudad de la Habana y de la Medalla de la Ciudad de Primera Clase.
En días posteriores recibieron homenajes de instituciones y Centros regionales españoles De especial y entrañable emoción fue el homenaje ofrecido por la Colonia Española en el Teatro Nacional, durante el cual los pilotos del “Cuatro Vientos” fueron acompañados por centenares de compatriotas.
El día 17 se desplazaron al aeródromo de Columbia donde, tras una revisión del avión, detectaron un sumidero de gasolina en el depósito central. Visitaron el Club de Aviación y el Círculo Militar y Naval donde se les concedió la Medalla al Mérito Militar, que era la máxima condecoración que ofrecía el Ejército de Cuba.
El día 18 el embajador español les ofreció una recepción oficial en el Hotel Nacional y el 19 el capitán Barberán se despidió por radio de la población cubana y de los inmigrantes españoles.
La distancia a Ciudad de México era de unos 1.900 km y podía ser realizado el trayecto en unas doce horas. Se aprovisionaron de 2.000 litros de gasolina, cámaras salvavidas, bengalas, brújulas de mano, croquis y mapas y víveres y agua para ocho días.
Sin embargo, al no llevar equipo de radio, no podrían recibir información ni establecer ellos comunicación en caso necesario. Las previsiones meteorológicas no eran buenas e incluso hubo información de que el volcán Popocatepelt había emitido fumarolas.
Sin embargo, confiando en la mejoría del tiempo, decidieron no posponer su salida. La idea era ir hasta Vista Hermosa atravesando el estrecho de Yucatán y evitar en lo posible volar sobre el mar.
El 20 de junio fue un grisáceo día, acompañado de una pertinaz llovizna, y a las 5,55 de la mañana el “Cuatro Vientos” se elevó al cielo rumbo a México.
En el aeropuerto de la capital mexicana les esperaban más de 60.000 personas y estaban presentes más de 3.800 vehículos. En la primera parte del vuelo, hasta la última información de su avistamiento a la 11,35, todo iba bien. Cuando transcurrieron horas sin noticias tuvo lugar un impresionante despliegue de búsqueda. Aquella misma noche el Presidente de México ordenó la salida de 18 aviones militares para la localización del avión.
Los días posteriores se ampliaron en miles de kilómetros cuadrados el área de búsqueda y colaboraron aeroplanos, embarcaciones civiles y la población en general. Incluso Guatemala participó, inspeccionando las zonas de su frontera.
Más de 32 aviones con apoyo de 10.000 soldados en tierra, tomaron parte en las operaciones.
Lamentablemente durante esos aciagos días se produjeron cantidad de informaciones, luego comprobadas como inexactas o falsas. Los días 23,24 y 25, también por informaciones fallidas, se hizo una exploración de unos 300.000 kilómetros cuadrados, volando sobre regiones selváticas y ríos casi inexplorados, sin resultados positivos.
El día 26 un aborigen de apellido Balcázar manifestó que había visto los restos del aparato destrozado en un islote de la laguna Machona, en el estado de Tabasco. Tras la infructuosa búsqueda reconoció que solo había transmitido informaciones que había oído.
Un campesino encontró una cámara salvavidas y tras la opinión de Madariaga y los análisis pertinentes, aunque existen versiones diferentes, se dedujo que, en efecto, pertenecía al “Cuatro Vientos”.La intensa búsqueda por la zona también fue infructuosa.
La Comisión de Investigación Técnica de Accidentes de Aviones Militares (CITAAM), del Ministerio de Defensa, estableció en su informe que la hipótesis más probable era que el avión había desaparecido en el mar, en el presunto tramo hacia Veracruz.
Como causas consideraron o bien un amerizaje forzoso al fallar el motor o un impacto violento por falta de visibilidad.
Entre sus conclusiones establece que: la preparación del viaje no fue óptima, que el estado del avión y las reparaciones a que fue sometido pudieron afectar en el desplazamiento y que, tras la intensa vida social a la que estuvieron sometidos los pilotos, sus estados psicofísicos no fueran los más deseables.
No faltaron bulos surgidos de los rumores populares, como que hubo un explosivo colocado por orden del Presidente cubano Machado por extravagantes razones o que el avión fue abatido por bandoleros, en la selva, confundiéndolo con el que llevaba las nóminas de los trabajadores de la petrolera “El Aguila”. Siete años más tarde la revista mexicana “Hoy” publicó un artículo contemplando la hipótesis del asesinato.
El origen parece estar en las denuncias que, una despechada esposa, manifestó como venganza por las infidelidades de su marido, un indio llamado Carrera, que junto con dos más asesinaron, robaron y enterraron a los pilotos españoles.
En 1.970, el periodista Jesús Salcedo investigó durante casi quince años. Sus conclusiones fueron que el “Cuatro Vientos” se estrelló en una montaña en el Estado de Puebla. Los pobladores de la zona mataron a los aviadores y sus cuerpos fueron arrojados a una sima con los despojos del avión que incendiaron.
Al cabo de diez años, el periodista encontró, en una cueva en el acantilado de Guacamayo, unos restos metálicos y una especie de rocas junto a ellos que podían ser la osamenta de los desaparecidos aviadores.
La versión fue difundida por diversos periódicos en México y España relatando que el avión tuvo que realizar un aterrizaje forzoso, que fueron asesinados y se estableció un código de silencio, que hubo pillaje, hurto e incluso puede que canibalismo. Aunque igualmente diversos investigadores e informes oficiales sostienen que el avión cayó al mar. Este año se cumple el 85 aniversario de la gloriosa hazaña y de su desgraciado final.
Lo único cierto es que los restos del avión y de sus tripulantes Barberán y Collar continúan desaparecidos y las diferentes versiones de lo ocurrido no muestran unas evidentes pruebas de certidumbre. La aventura de nuestros compatriotas, convertida en leyenda y mito, reclama a pesar del tiempo transcurrido, el homenaje y reconocimiento a aquellos pioneros de la aviación española y mundial.
La repercusión de la desgracia y el dolor y cariño que despertaron queda reflejada, a título de ejemplo, en el soneto del cubano Rafael Valdés Jiménez, dedicado a los aviadores hispanos Barberán y Collar, titulado “Laureles eternos”. Lo he recogido del Periódico “El Camagüeyano”, del 27 de junio de 1933, días después de la tragedia.
¿Qué es morir tras la Gloria conseguida?
¿Para qué continuar la misma ruta
si el éxito supremo se disfruta
en una Gloria más grande que la vida?
Morir… vivir… saludo y despedida,
arcano incierto que el humano escruta;
la esfinge ni se alegra, ni se inmuta
porque llegue uno, más, o se despida…
Barberán y Collar…vivos o muertos,
no se borran ya más vuestros aciertos…
Barberán y Collar, fulgentes soles;
Vuestro nombre, de todos venerado,
sobre sus corazones han grabado
mejicanos, cubanos y españoles…
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