Cuando una tragedia no nos duele, por muy alejada que nos resulte, significa que vamos perdiendo la humanidad. Y eso es lo peor que nos puede pasar como personas y como sociedad. La cantidad de jóvenes que está muriendo en su intento por cruzar fronteras no puede resultarnos indiferente. A esos muertos se suman los desaparecidos. No hay día en el que familias desesperadas no se pongan en contacto solicitando ayuda. A esa petición se añaden los días posteriores esperando que alguien responda, que alguien comunique que vio a sus hijos y que están bien. Pero esas comunicaciones no llegan.
La semana pasada tres jóvenes murieron en el mar. Sus cuerpos fueron recogidos en distintas playas de Ceuta. En esta ocasión se ha podido identificar a todos ellos para conocimiento de unas familias rotas por el dolor pero conocedoras de lo sucedido. Porque no hay mayor suplicio que el silencio, que el no saber del paradero de esos seres queridos, que tener que vivir con la incógnita de no saber qué sucedió. Hay muchísimas familias atrapadas en ese silencio: madres, padres y hermanos angustiados que de vez en cuando escriben de nuevo solicitando información, reclamando unas novedades que nunca llegan. Es una tormenta que destruye por completo a familias enteras.
Esta situación tan dramática está pasando, somos testigos de ello. Si no nos duele, si no nos afecta, entonces algo grave sucede, algo que nos debiera preocupar.
Debemos rechazar esa normalización de la tragedia tanto como el oportunismo. Nunca entenderé por qué hay diferencias con las muertes, por qué se guardan minutos de silencio por algunas y por otras no, cuando se trata de las mismas tragedias. Aquí no caben los momentos, no cabe que antes de un pleno la clase política se entere de una de estas muertes y guarde un minuto de silencio -como ocurrió la semana pasada con uno de estos fallecimientos-, mientras obvia el resto de casos. Lo hace porque no da importancia a lo que está ocurriendo, porque no asume la tragedia, porque incluye esa muerte en la agenda política del momento, según convenga.
Aquí se trata de asumir, entender y comprender que estamos asistiendo a una auténtica sangría, a un desastre mayúsculo. Qué triste es todo lo que está pasando, qué triste es ser un invisible, qué triste que una sociedad se alarme, se lleve las manos a la cabeza por unos sucesos concretos y no por otros; que una sociedad no sienta lo que está sucediendo; que una sociedad simplemente calle porque ni le importe.