Lo ha dicho, uno de esos días, Su Santidad el Papa Francisco. Es una cosa sabida desde siempre, pero oírla, una vez más,en la voz del Papa, que se está esforzando en llegar al corazón y al alma de la gente, sin distinción alguna, nos hace pensar más profundamente en esa aseveración; y no sólo pensar sino llevar a la práctica personal lo que se ha oído o leído. Son tres conceptos: trabajar, deber y bien común que no hay que dejarlos sueltos sino muy unidos para un fin concreto del que venimos oyendo desde que nacemos. El bien común, el tener muy en cuenta a los demás hasta en los detalles más pequeños es algo muy fácil de entender pero que, desgraciadamente, se nos olvida con gran frecuencia y hasta llega a olvidarse de forma lamentable y casi permanente, pues siempre hay un algo de caridad en la vida de cualquiera.
Ocurre, con cierta frecuencia, que cada persona entiende –más o menos– que los deberes obligan a otros, incluso en gran medida pero que uno está exento de tener que cumplir con tal o cual deber; es algo así como pretender ir por libre en todo cuanto se refiere a obligaciones, incluso las más pequeñas, las que sólo son un detalle a cumplir, de ésos que no cuestan ni tan siquiera un céntimo pero que son un gran tesoro de atención y bondad para con cualquier otra persona o, incluso, con alguna cosa como puede se una puerta , una pared, un banco de la plaza pública, una papelera urbana. Mantener esas cosas sin pintadas o roturas es trabajar por el bien común. por la delicadeza de la limpieza y por el respeto que se le debe a todas las demás personas que frecuenten esos lugares.
Hace unos días, muy pocos, pasé por la calle en la que hay una casa, con jardín delantero, en el que florecen las jacarandas, esas florecitas pequeñas y de color celeste que a mí me gustan mucho. Las ramas de los arbustos estaban cuajadas de esas flores y rebasaban los muros del jardín, así como el arco que hay sobre la puerta de entrada. Era una verdadera fiesta de primavera contemplarlas y eso hice durante un buen rato recordando la infinidad de veces que he pasado por allí. Yo pienso que mantener ese jardín con las jacarandas, además de otros arbustos y flores, es favorecer el bien común. Procurar que la belleza resplandezca en la persona o en las cosas es un deber, tanto por la propia satisfacción como por el bien común. La belleza, que no es sólo física sino también de trato, de consideración y de simpatía.
Hace un par de días Rosa, la mujer que se ocupa –los sábados y domingos– de esta casa en la que vivo solo, me trajo una maceta de la terraza que ella cuida con especial cariño. No hay que decirle nada para que ella dedique a ese lugar y sus macetas una buena cantidad de tiempo. En esa maceta había puesto su cariño y la había cuidado con esmero hasta que sus hojas estuvieran fuertes y muy lucidas, albergando una flor en su centro. Poco después me trajo otra, similar a la anterior, después de haberle dado los retoques necesarios para presentarla con todos los honores. Yo creo que Rosa ha cumplido, con esos dos detalles entre muchos otros, con lo que Su Santidad el Papa Francisco nos ha recordado a todos: el deber de trabajar por el bien común aunque éste sea, al mismo tiempo, una gran satisfacción.
La vida del mundo y quienes lo habitamos está llena de pequeñas cosas, personales unas y más generales otras, aunque es bien cierto que hay otras de mucha importancia y trascendencia para la vida de los pueblos, que a todos nos afectan en mayor o menor medida. Por eso la mente de toda persona, cualquiera que sea su puesto y categoría, debe trabajar por el bien común, bien sea la relación entre Estados o de la Comunidad de vecinos. A todos nos obliga el trabajo por el bien común y así nos lo ha recordado el Papa Francisco.