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Trabajadores transfronterizos: “Entre la espada y la pared”

La mirada perdida de Mouhcen repasa una y otra vez una foto que ya se sabe de memoria: la de su hijo. Lo mismo le pasa a Hassan, Lakbira y Rachida. Sus teléfonos móviles son el único abrazo, caricia o aliento que reciben cada vez que hablan con sus familias. “Papá, te echo de menos” o “cuánto falta para que vengas”. Son las frases que se clavan en su día a día. Pero al mismo tiempo son el único soplo que reciben para seguir adelante.
Hasta el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos cerró el Tarajal ante el avance de la pandemia, sus vidas estaban a uno y otro lado de la frontera. Estos trabajadores transfronterizos cruzaban cada mañana a Ceuta para trabajar y al terminar su jornada volvían a Marruecos con sus familias.
Pero ya hace un año y medio que no pueden hacerlo. Desde entonces no pueden ver a sus familia si no quieren perder su trabajo y ya solo están a un lado de la frontera: en Ceuta. Cinco letras y una pequeña península en el mapa del norte de África con la que Hassan Arahou lleva soñando desde pequeño. “Vine a aquí para cumplir un sueño mío y de mi padre. Mi padre quería ser un buen relojero y ahora después de seis años, soy yo relojero”, cuenta mientras intenta no emocionarse.
Mouhcen Ait El Hadj, cocinero de ‘El Mentidero’ desde hace 15 años, muestra la foto de su hijo con orgullo porque “ya ha crecido mucho”. “Cuando lo ví por última vez tenía cuatro años y ahora ya son seis”. Lakbira Ijmai, empleada de hogar que lleva 21 años trabajando en Ceuta, dejó en Castillejos a su hijo y a su madre y “estoy aquí luchando y sufriendo por ellos”.

“No podemos movernos de aquí, no podemos renovar nuestros papeles ni ver a nuestras familias”

Rachida, cuidadora desde que llegó a Ceuta hace 14 años, aún es soltera, pero todas las noches cuando termina de trabajar se acuerda de los consejos y abrazos de su madre y de “un sobrino nuevo al que no conozco”.
Esta historia no solo tiene cuatro nombres, sino que son cientos los trabajadores transfronterizos en Ceuta que se encuentran “entre la espada y la pared”, “en el limbo” o “desamparados”. Se quedaron en Ceuta aquel 13 de marzo porque “nadie sabía qué era lo que iba a pasar y porque somos fieles a nuestros compromisos y a nuestro trabajo, que hemos luchado por conseguirlo”, comenta Hassan, que se pregunta: “¿Somos trabajadores legales o ilegales? ¿No tenemos derechos? Estoy aquí condenado y mi único delito es haber nacido en Marruecos”.
Lakbira tenía ese día cita con su médico porque padece una sarcoidosis, una enfermedad crónica que afecta a sus pulmones, y “como estaba la frontera de mal para pasar con las colas, preferí quedarme”. Sin embargo, Mouhcen tenía mucho lío ese fin de semana en la cocina y el bar tenía todas las mesas reservadas: “No podía dejar mi trabajo tirado y el domingo intenté salir y ya no se podía. Llevamos años y años en nuestros trabajos y nos quedamos porque no podemos perderlos”.
Rachida estaba en sus clases de español en la Asociación Cultural Al Idrissi y no salía hasta las nueve de la noche. Ella ha sido la que ha organizado a todos para cada lunes manifestarse a las puertas de la Delegación del Gobierno y pedir “una solución”.

Año y medio desde que cerró la frontera: en Ceuta son cientos los trabajadores transfronterizos, pero no hay un censo

“Estamos pasando una situación inhumana, no por nuestros empleadores que nos tratan como uno más de sus familias, sino por nuestros derechos. Estamos atrapados, no tenemos derecho a nada. Gracias a Dios estamos trabajando y tenemos un sueldo para mantener a nuestras familias, pero llevamos un año y medio sin verlos. Los echamos mucho de menos pero no podemos verlos, ni abrazarlos porque no podemos movernos de aquí. No podemos renovar nuestros papeles y no tenemos derecho a nada”, lamenta esta marroquí de la provincia de Sidi Kacem, cerca de Rabat.
“Como en una cárcel sin condena” así se siente Lakbira, pero también Hassan, Mouhcen y Rachida, y otros tantos. “Lo estamos pasando muy mal. La semana pasada se ha muerto la madre de una amiga y no es su madre nada más, sino la de todos nosotros porque ella no pudo salir y despedirse de su madre. Solo estamos pidiendo que hablen con nosotros y que nos escuchen. No queremos ir a la Península, lo que queremos es regularizar nuestra situación”, ruega la portavoz.
“Llevo desde el año 2000 aquí trabajando, ¿cómo voy a perder mi trabajo?”, se pregunta Lakbira, mientras que para Mouhcen “todo se arregla hablando”.
A Hassan lo que más le duele y le cuesta tragar es la impotencia que siente porque su hijo “no va a entender que la frontera está cerrada, sino que necesita a su padre”. “¿Por qué no puedo soñar que algún día puedo estabilizarme aquí y traer a mis hijos? ¿Qué dificultad hay?”, a lo que Lakbira responde “ojalá”.

Honrados y dignos

“Nadie ha preguntado qué comemos, ni dónde vivimos, ni cómo lo pasamos” Hassan es técnico de Rolex de ‘Chocrón Joyeros’ desde el 15 de marzo de 2015. En este año y medio ha dormido en una pensión que tiene alquilada, aunque para él “eso es lo de menos”. “Lo único que tenemos es nuestro orgullo. Desde que nos quedamos aquí nadie ha preguntado qué comemos, ni dónde vivimos, ni cómo lo pasamos. Pero a pesar de eso, hemos seguido callados porque somos honrados, dignos, trabajadores y con mucho orgullo. Las empleadas de las casas no han querido abandonar a las mujeres ancianas porque las aman y aquí hay una convivencia maravillosa”.

Las conocidas como ‘muchachas’

“A la familia con la que trabajo desde 2012 les gusto y estoy contenta con mi trabajo” A sus 46 años, Lakbira siempre ha trabajado de empleada de hogar, de limpiadora o cuidando a personas mayores. “Me gusta cocinar y a la familia para la que trabajo desde 2012 le gusta como cocino y estoy contenta con mi trabajo”. Los cerca de 500 euros que cobra le dan “de sobra” para mandar dinero a su familia en la oficina de Correos o en los locutorios del Mercado, al que baja desde el Príncipe, donde tiene alquilada una casa “con otras tres amigas”. Ella es la única hija de su madre, Hadumm, y su hijo, Mohamed, también le tiene solo a ella. No se han separado nunca.

El sustento de tantas familias

“Por él estoy aquí, para trabajar y mandar dinero” “Por él estoy aquí, para trabajar y para mandarle dinero a mi hijo y a mi mujer, para otra cosa no. Vine para buscarme la vida y sigo aquí sufriendo por él”, comenta Mouhcen mientras enseña la foto de su hijo que le acompaña cada día en su móvil. “Gracias a mi jefe que me ha dejado dormir en el local, me compra la comida y todo porque nadie me ha preguntado cómo estoy. Si no hubiera sido por él, no sé qué hubiera hecho porque aquí no podemos coger una casa. Aunque tengo mi dinero, no tengo DNI para hacer contrato y me dicen que no se puede. Mi sueño sería poder vivir con mi hijo y mi mujer aquí. Soy su padre, su amigo y todo de él”, lamenta.

Sus familias en Ceuta

“Nuestros empleadores nos ayudan, pero no les ayudan a ayudarnos” Rachida llegó a Ceuta cuando tenía 25 años. Los primeros años cuidó de dos señoras, después de sus “dos angelitos del alma” que para ella “son como mis hijos”, pero al irse a estudiar fuera, se quedó cuidando de la abuela de ellos, que “es una madre para mí” y con la que vive desde hace año y medio. Su “familia de Ceuta”, como les llama, han intentado echarle una mano, pero no puede hacer nada. “Nos ayudan, pero los responsables no les dan facilidades para que puedan ayudarnos. Ellos pueden avalarnos para que podamos irnos y volver, asegurarnos que no perderemos nuestros trabajos, pero no les ayudan a ayudarnos”. Sin embargo, para Rachida su verdadera madre es su vida. “Ella está enferma y yo iba todos los fines de semana a visitarla. Tenía que ir hasta Tánger y de ahí coger un tren hasta mi pueblo. Pero ahora no puedo verla. Siempre le digo que ya queda poco para vernos porque no quiero que ella me vea sufriendo ni que sepa que estoy pasándolo mal”.

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