Categorías: Opinión

Toros: ataque a la libertad

Sobre principios de este año publiqué en El Faro de Ceuta y en varios periódicos extremeños un artículo titulado “Cornada a los toros”, a raíz de que entonces se anunciara la recogida de 180.000 firmas por parte de los partidarios de la prohibición de las corridas de toros, de cara a promover que el Parlamento catalán se pronunciara por la abolición de tales festejos. Y ya entonces vi  tan poco halagüeño el futuro de los toros en Cataluña que ello fue lo que me llevó a elegir aquel maléfico titular. Y creo que no me equivoqué, porque aquel  vaticinio pesimista contra los astados se cumpliría cuando luego el pasado mes de julio, por 68 votos de los abolicionistas contra 55 de los partidarios de la fiesta y 8 abstenciones, se aprobó la prohibición. Y como entiendo que ello supone un serio ataque a la libertad, vuelvo ahora sobre la cuestión controvertida.
Como hilo conductor de introducción, voy a valerme de una anécdota relacionada con el tema que me sucedió hace ya unos 30 años en Málaga. Se casaba un familiar cercano y en la boda, a la que también asistía otro familiar común que, a su vez, ella había contraído nupcias con un eminente catalán, intelectual de reconocido prestigio, catedrático de Universidad y con relevantes cargos en Instituciones universitarias. La boda se celebró en Málaga, pero la cena tenía lugar en un hotel de Benalmádena Costa. Como a la salida de la boda me comentara mi familiar la mujer del catalán que no sabían ir en su coche hasta el hotel y el mío lo llevaba completo, dije al matrimonio que me siguieran y no tendrían ninguna pérdida. Pero al catalán no agradó nada mi ofrecimiento, porque algo ofuscado me contestó que él nunca había ido detrás de nadie; de manera que el matrimonio se confió a su suerte y se fueron solos. En 15 minutos estuve con mi coche en el hotel, pero ellos se perdieron con el suyo y se fueron a Marbella; y como entonces no existían los teléfonos móviles, pues llegaron al hotel ya al término de la cena, cuando los novios y demás familiares estábamos muy preocupados.
Pero, como el matrimonio se quedó en Málaga una semana y estaban muy interesados en comer “pescaíto” malagueño, pues uno de los días fuimos en mi coche los dos matrimonios a cenar. Durante el ágape hablamos sobre los más diversos temas de la vida, de los que el catalán siempre se jactaba de que en Cataluña ellos todos los problemas los tenían ya resueltos y que iban a años luz por delante del resto de España. Y, cómo no, también surgió el tema de los toros. Aquí el catalán me dijo visiblemente muy contrariado que el toreo era una cruel atrocidad que se cometía contra “animalitos”, cuyo maltrato era propio de gente inculta. Educadamente le argumenté  que se trataba de una cultura milenaria Mediterránea y de un arte profundamente arraigado en Andalucía y también en Cataluña; pero él se mostraba cada vez más enojado con el maltrato dado a sus animalitos. Hasta que llegó el “pescaíto”, que el hombre comenzó ya a mostrarse con más agrado. En el curso de la cena degustamos opíparamente varias raciones de pescado variado, bien aderezado con un buen vino de mesa. Cuando terminamos se levantó eufórico y me dijo que todo había estado riquísimo, pero lo que más le había encantado eran los “chanquetes” que él había pedido. Y, entonces, con cierta fina ironía no tuve ya más remedio que decirle: “Es cierto, estaban los chanquetes muy ricos; pero, ¿te has dado cuenta de que, como los toros, son también animalitos y, además, están prohibidos por inmaduros?. Pareció palidecer, y todavía estoy esperando la respuesta, pero a partir de entonces ya lo encontré  más razonable y menos sectario pro Cataluña.
Pues así es el verdadero carácter del típico catalán nacionalista. Todo su afán es diferenciarse de los demás, querer ir siempre por delante y nunca detrás, ser los primeros en pedir más para que a nadie se le dé como ellos sino a ellos más que a los demás, porque “la pela es la pela”. Así se ve cuando exigen ser una “nación”, pese a que nunca en la historia han pasado de ser un mero condado y a haberle dicho ya el Tribunal Constitucional que eso es jurídicamente inconstitucional; o cuando a toda costa insisten en dotarse de instituciones que el mismo Tribunal ya ha declarado que no le corresponden; o cuando tanto les perturba e inquieta la bandera de España, llegando hasta a denunciar a algunos taxistas por llevarla tras el Mundial; o cuando tanto empeño ponen en desterrar de Cataluña el idioma español sancionando los anuncios en castellano y queriendo imponer el catalán a todos como idioma vehicular, dejando sin escolarizar a miles de niños en castellano, pese a que la Constitución impone a todos el derecho y el deber del uso de dicho idioma común. En cambio - siempre lo he dicho - está luego la mayoría de catalanes, buena gente, laboriosos, emprendedores, sensatos y honestos, que se sienten orgullosos de ser igualmente catalanes que españoles. Es decir, quieren mucho a su tierra, como nos sucede a todos, pero sin tener por ello que odiar al resto de España.
Con los toros les ha ocurrido que, pese a no estar su prohibición incluida en ningún programa electoral, de momento, van sólo 180.000 del total de 7.475.420 catalanes y promueven una iniciativa parlamentaria para abolir las corridas, dándoles a los diputados libertad de conciencia al votar, haciendo con ello de peor derecho a las personas humanas que a los animales, porque los mismos diputados que votaron contra la muerte de los toros habían antes votado el aborto para poder quitar la vida a las personas que tienen el derecho constitucional a nacer, y en este caso con férrea imposición de la disciplina de voto. Y del toreo, que es cultura, arte y milenaria tradición popular, ahora hacen una radical prohibición, no para proteger a los animales, sino para que el toro de lidia desaparezca en Cataluña. Eso sí, en su lugar, van ahora a blindar los “correbous” catalanes, a los que atan a un palo y les ponen bolas de fuego ardiendo en los cuernos, con maltrato, sufrimiento y crueldad hasta quedar ciegos. Y sería curioso conocer qué clase de “animalitos” se comen a diario cada uno de los diputados abolicionistas, o lo que tuvieron que sufrir los chanquetes, cigalas, pollos, tiernos cochinillos, corderos lechales, terneros, etc, antes de convertirlos en sus suculentos manjares. El único defecto de las corridas de toros es que llevan por nombre el de la “fiesta nacional” española, que es lo que allí tanto les repugna. Pero cuando una institución prohíbe una afición tan antiquísima por despecho excluyente hacia todo lo español, siendo cultura y arte de tan hondo arraigo popular, sin antes someter el asunto a referéndum, eso es un ataque a la libertad que, como dijo D. Quijote a Sancho, “es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”. Si lo que no gusta a unos se prohíbe, al final todo termina prohibiéndose, y así es como nació el lema del mayo francés del 68 de “prohibido prohibir”. Lo justo sería que, como ir las corridas a nadie se impone, a nadie debe prohibirse, sino que quienes quieran van a la fiesta y a quienes no les gusten no van.
Los toros hace ya casi mil años que se lidian en Cataluña. Y los catalanes debían saber que ya en el siglo XII su conde Ramón Berenguer III encargó una corrida para celebrar a lo grande la boda de su hija Berenguela con Alfonso VII. Si bien, hasta 1834 no se construyó la plaza “La Barceloneta”. En 1900 se inauguró la de “Las Arenas”, y  en 1914 “La Monumental”. Y por las plazas de Barcelona pasaron los toreros más emblemáticos de todas las épocas, para los que era un honor torear allí porque se contaba con una afición muy fiel y muy entendida. Por sólo citar algunos de los muchos toreros que pasaron por la Barcelona entonces cuna del toreo, se cuentan a Manolote, Aparicio, Carlos Arruza, Manolo Vázquez, Domingo Ortega, Dominguín, Arruza, César Girón, Chamaco, El Litri, Diego Puerta, etc., junto a los catalanes Gil Tovar, Mario Calabrés, Joaquín Bernardó, etc. Y en la década de 1950-60, Barcelona brilló en este arte más que Madrid.
Con la prohibición, a partir de 2012 se han cargado en Cataluña esa estampa majestuosa y sublime del toro de lidia criado casi cinco años en salvaje libertad que ya dejará de existir, que ahora desde el vientre de la madre se mima y se cuida con el máximo esmero. También se habrán perdido con ello numerosos puestos de trabajo la lidia crea, y puede verse así reducido seriamente el turismo; otros países pueden quitar a España su primacía taurina; y a muchos catalanes aficionados se les obligará a acudir a otras plazas de fuera de Cataluña para satisfacer su afición, infligiéndoles con ello perjuicios económicos inútiles. Y en una época de crisis como la actual con las cosas de comer no se puede jugar, y menos para hacer simple demagogia soberanista valiéndose de una institución parlamentaria que si bien está legitimada para  votar la resolución, lo ha hecho con un claro intervencionismo maníaco, obviando la tradición y la voluntad popular milenaria. Hasta a una Diputada francesa del Parlamento Europeo le ha parecido tal exabrupto que se ha ofrecido para pedir apoyo europeo a favor de que se sigan celebrando las corridas de toros. Y la animadversión hacia Cataluña por ello crece.
Y hay quienes me preguntan qué se podría todavía hacer jurídicamente para evitar tal barbaridad. Y claro que se puede hacer, pero ya sería a costa de dividir y enfrentar, que nunca lo veo bien. Aunque tampoco eludo la respuesta; y si bien el Parlamento de Cataluña es competente para regular la materia, “regular” no puede consistir en “prohibir” ahora lo que antes de serle cedido era permitido por una norma estatal, y aun sigue siéndolo. Por eso, creo que se vulnera así la libertad que nuestra Constitución tanto propugna como valor esencial del ordenamiento jurídico. Y su artículo 139, en cuanto dispone que “todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado”. Y el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en cuanto dispone que toda persona tiene derecho a tomar parte en la vida cultural y a gozar de las artes. La norma catalana prohibicionista se podría así recurrir ante el Tribunal Constitucional por el Presidente del Gobierno, el Defensor del Pueblo, 50 diputados o por 50 senadores.

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