Opinión

El toro del Hacho

No, por supuesto. El toro de la imagen no es precisamente el que presidió durante una década una de las laderas del monte Hacho. El que ven es el de Melilla. Icono identificador de España, llegaron a existir unos quinientos por toda la Península y en la actualidad rondan el centenar. No sólo no resultó la iniciativa de erradicarlos sino que los que permanecen se han convertido en algo así como en un patrimonio cultural y artístico de los pueblos españoles, hecho dictaminado por sentencia judicial.
Decretada en 1988 la eliminación de cualquier motivo publicitario fuera de los tramos urbanos de las carreteras nacionales, la marca Osborne supo hacer su jugada maestra, eliminando la rotulación publicitaria que acompañaba al toro para mantener así su presencia integradora en el paisaje de nuestras carreteras.
Como gran enamorado del toro, que no de la mal llamada, para mí, ‘fiesta, nacional’, disfruto con su contemplación cada vez que tengo ocasión, en Salamanca, de recorrer el campo charro. Que las corridas estén en plena decadencia no quita que se siga considerando al toro como ese auténtico identificador de España que es por su belleza, bravura y fortaleza.
Pero, a lo nuestro. ¿Qué fue de aquel toro del Hacho?, se preguntarán los lectores más jóvenes. Hagamos un poco de historia. Su implantación se aprobó en la sesión plenaria del 13 de mayo de 1974, a solicitud de la firma Borràs, con la silueta de un astado y el vocablo ‘Veterano’ en lo alto de la ladera del Hacho, justo por encima de los terrenos de la petrolífera ‘Ducar’. A los dos meses ya estaba levantada su estructura. Pero hete ahí que, con el tiempo, se fue generando un debate por lo que podría suponer su impacto visual al romper la imagen del conjunto. Debate con el que el PSOE acabó de un plumazo tras su llegada al Ayuntamiento. De tal suerte que, en la sesión del 5 de abril de 1984, la corporación presidida por Fraiz Armada aprobaba su retirada con 23 votos a favor y dos abstenciones. Dos meses después, el toro había desaparecido.
Si me he permitido recordarlo es porque un amigo me anima a tratar el tema tras haber visto como la hermana ciudad, que carecía de él, lo ha incorporado a su paisaje en uno de sus lugares más altos. En concreto presidiendo el barranco de Cabrerizas, en una zona de acceso restringido, desde donde es bien visible, incluso desde las zonas más próximas de Marruecos.
Con unas dimensiones de 14 por 14 metros, Melilla luce en su paisaje a uno de los símbolos más significativos de nuestro país, haciendo así gala de su incuestionable españolidad. La iniciativa partió de una emisora de radio local, secundada después por una plataforma ciudadana de casi unos dos mil seguidores. Atendiendo a la demanda popular, la empresa Osborne y la Ciudad Autónoma se pusieron en marcha para satisfacer tal petición.
¿Nos animaríamos a recuperar nuestro toro del Hacho? Curiosamente, Ceuta junto con Cantabria y Cataluña son las únicas comunidades que carecen de él, a diferencia de nuestra vecina Andalucía donde su estampa nos resulta tan familiar en sus carreteras. Por cuestión económica no sería. Bastaría elevar una petición al grupo Osborne y, caso de aprobarla, la Ciudad correría solamente con los gastos del anclaje de la estructura, como ha sucedido en Melilla.
Independientemente de lo que pueda representar ese icono tan español en una ciudad como la nuestra, conviene señalar que el popular toro no ostenta ya publicidad alguna, al contrario que antaño. Es más, el propio Tribunal Supremo manifestaba en 1997 que la silueta de Osborne iba más allá de la orientación comercial, “superando su sentido publicitario e integrándose en el paisaje”, con lo que acababa así con las polémicas que al respecto se habían venido suscitando entre sus defensores y detractores.
En nuestro caso no faltarían quienes podrían oponerse a esta recuperación del toro de marras, coincidiendo también con aquella argumentación de los socialistas ceutíes de 1984, al considerar que “su impacto visual puede romper la imagen del conjunto”.
Pero claro, lo de la ruptura y el equilibrio paisajístico del Hacho hace muchos años que lo perdimos. Baste ver desde tantos puntos de la ciudad como han proliferado las edificaciones en el mítico monte, rompiendo por completo todo ese encanto y la belleza que nunca debió perder. Es más, de volver a colocar el toro en el lugar en que estuvo, en la parte superior de lo que fue una cantera, seguiría permaneciendo también abajo, y me temo que por mucho tiempo, la petrolífera que ya estaba establecida allí cuando se decidió retirarlo.
Quede ahí la iniciativa, aunque con pocas esperanzas por mi parte de que sea objeto de estudio. ¿Vamos a ser menos que la ciudad hermana?

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