Bárbara Allende Gil de Biedma. El nombre arroja poca información, o casi ninguna, sobre la identidad real de la que es una de las fotógrafas –y artista, pintora, poeta...– más brillantes de las últimas décadas porque se oculta bajo el seudónimo de Ouka Leele.
“El nombre lo cogí hacia 1978 de un dibujo de El Hortelano, un amigo pintor, que había hecho un mapa de estrellas y a cada una le dio un nombre inventado. Me encantó y lo cogí. Ha sido mágico, porque hubo momentos de crisis en los que me lo quise quitar, pero de pronto conocí a Paloma, una cantante de Las Hijas del Sol, de Guinea Ecuatorial, que me dijo que en su país existía ese nombre y que significaba ‘que des muy bien la vuelta al círculo de la vida”. La explicación la deslizaba el viernes en una entrevista concedida a Cope Ceuta solo un día después de inaugurar la exposición Ouka Leele Inédita que acoger el Museo de las Murallas Reales hasta el 20 de septiembre.
Su currículum recorre la senda de las vanguardias desde los ahora lejanos años 80. Y en esa etapa en la que dio rienda suelta a su cámara aparece, cómo no, la recurrente movida madrileña, a la que quedó adscrita de por vida. “Ahí está, como un sambenito siempre colgado de mí”, asume. Una etapa de convulsión y explosión creativa quizás empañada por el jugueteo de muchos de sus compañeros con el submundo de las drogas. “Fue casi para escribir un libro. Lo que más puedo destacar es la oportunidad y la maravilla de coincidir con toda una generación dedicada al arte. Fue una maravilla, porque la creatividad se retroalimentaba con mucha gente que estaba en lo mismo. Nos inspirábamos unos a otros”, rememora.
El arte, el mismo que le sirvió para recibir en 2005 el Premio Nacional de Fotografía y ver sus obras colgadas en museos y exposiciones de medio planeta, le inoculó su particular virus “desde chiquitita”, cuando percibió “esa forma de comunicarme con los demás que era dibujar”. “Cuando enseñaba lo que pintaba recibía mucho cariño y admiración. El arte era para mí como una comunicación amorosa, inconsciente, y desde entonces tuve la idea de dedicarme al arte. Habría sido feliz si en vez de ir al colegio me hubiesen llevado a una escuela de arte y hubiese cursado todas las disciplinas: danza, música, teatro... Todo, no solo dibujo o fotografía. Habría sido así feliz”, confiesa.
Varias décadas después de descubrir aquella pasión, su obra recala en Ceuta. Casi 70 fotografías que dan cabida a su universo particular, desde el realismo más explosivo hasta el sentimiento onírico que emana de algunas de sus instantáneas. En color o blanco y negro. Con las cámaras más sofisticadas o con un simple teléfono móvil. “Hay gente que dice que no tiene cámara buena y no puede hacer fotos. No es así: todo el mundo tiene un móvil ahora en el bolsillo y ahí dentro hay una cámara. Si no puedes hacer la foto de un metro, la haces de 20 centímetros. Lo importante es qué hay dentro”, subraya convencida.
El escenario elegido para su muestra, las Murallas Reales, parece haberle fascinado. “Me ha encantado, un sitio precioso. Eso de salir y ver la luna llena, con esas murallas, esa explanada... Y ver ese mar en el que se unen Atlántico y Mediterráneo... Venir a Ceuta me ha encantado, incluso la experiencia en helicóptero”, bromea. En ese marco, invita al visitante a “mirar todos los rincones”, porque en la sala “no están mis fotos más conocidas, por ejemplo las pintadas con acuarelas”. Tampoco la última instantánea que más minutos de televisión ha absorbido esta semana, la que protagonizan los tertulianos de Sálvame. “Ha sido un reto y me encanta el resultado. Es un fenómeno mediático que no acabo de comprender, pero está ahí. Son personajes que gustan a la gente”.
De Ceuta destaca que le “inspira mucho, incluso para escribir un libro”. Una ciudad “muy literaria” y “llena de color” a la que le gustaría regresar “para exponer pintura”.