Ya advertía a mis amigos de este diario que durante las próximas semanas estaría de vacaciones, por lo que mis artículos estarían más relacionados con temas propios de ese estado. Es decir, lecturas, pasatiempos, aventuras,… Y así va a ser. Aunque la lectura la suelo hacer durante todo el año, en vacaciones es algo más habitual. Había un libro que tenía pendiente, a saber, “Mi gran familia europea” de Karin Bojs. Conforme más avanzo y profundizo en el mismo, más me entusiasma.
Karin Bojs es una escritora y periodista científica, que ha recibido varios premios, entre ellos el August Prize por este libro. Nos cuenta que durante el funeral de su madre tuvo un fuerte sentimiento de soledad, por lo que decidió hacer una investigación de ADN , como parte de un proceso de recuperación, para aprender más sobre si misma, su familia y la interconexión de la sociedad. Al fin y al cabo, afirma, estamos todos conectados y, en cierto modo, todos somos familia.
En opinión de Karin, nadie debería de renunciar a la investigación de su propia historia familiar con ayuda del ADN. Sin embargo, nos advierte de un riesgo de recibir información inesperada y no deseada acerca de las relaciones familiares. Por ejemplo, en los casos en los que la paternidad resulta ser diferente de la que se creía. Muchos niños han crecido con una información falsa sobre quién era su padre (e incluso su madre), nos dice. En estos casos, la verdad puede suponer un golpe tremendo, no solo para la persona que ha decidido hacerse el análisis. También para sus familiares. Para ello debemos estar preparados psicológicamente.
Después del apasionante relato de las diversas investigaciones sobre el ADN realizadas sobre restos de humanos que vivieron hace miles de años, Karin llegó a la conclusión de que su ADN mitocondrial mostraba que descendía de una mujer, a la que se llamó Úrsula, que llegó a Europa durante el último periodo glacial, hace 40.000 años. También desciende de otra mujer, a la que se llamó Helena, que participó en la llegada de la agricultura a Europa hace 10.000 años. Y lo más probable es que sus antepasados por línea paterna, reunidos en el denominado clan de Ragnar, llegaran a la península de Jutlandia con una nueva oleada migratoria de culturas pastoriles y, más tarde, a Suecia durante la Edad de Bronce.
Pero este análisis del árbol genealógico resulta incompleto, bajo su punto de vista, pues las especies no evolucionan de una forma tan recta. Si se quiere describir nuestro origen de una forma correcta desde el punto de vista biológico, tendremos que complementar la imagen del árbol genealógico con la imagen de la fuente, que fluye atropelladamente y en distintas direcciones, como lo hace nuestro ADN y nuestros genes. Así, descubrió que una de las hijas de Úrsula fue también su antepasada con el haplogrupo U5b1b1, que vivió a finales de la glaciación hace unos 15.000 años, probablemente en España. Y esa mujer tiene descendientes hoy día entre los sami del norte de Escandinavia y también entre la población bereber de la cordillera del Atlas, en el norte de África.
Como dice al final de su libro, todas las personas descendemos de una mujer a la que se le llama Eva, que vivió en África hace unos 200.000 años. Y todos los descendientes de esa mujer, que somos nosotros, portamos un ADN que es prácticamente idéntico. Y las pequeñas diferencias muestran cómo poblaron la tierra nuestros antepasados, cómo se esparcieron y se juntaron, como los orígenes de la vida y de la humanidad.
Resulta especialmente interesante su capítulo dedicado al legado de Stalin y Hitler. En el caso de Stalin, nos relata su visita al Instituto Botánico Vavílov en Rusia. Este científico resultó ser uno de los mayores expertos en genética vegetal durante las primeras décadas del siglo XX. Su obsesión fue acabar con la hambruna en Rusia, mediante la adquisición de semillas para nuevas y mejoras cosechas. Desde 1924 dirigió el Banco de Semillas de Leningrado, convirtiéndose en el jefe del departamento de Genética de la Academia de las Ciencias de Rusia. Sin embargo, la llegada a principios de los años treinta del perito agrícola ucraniano Trofim Lysenko, lo cambió todo. Este perito consideraba que las leyes de la genética de Mendel eran erróneas y que el trigo y otros cultivos podrían adaptarse al clima frío de Siberia con solo someterlo a una especie de tratamiento frío adecuado. Este argumento le llevó a ganar el favor de Stalin, pues entonces se consideraba en Rusia que los genes eran “burgueses” y “contrarrevolucionarios”. En 1940 Vavílov fue detenido y encarcelado. En 1943 murió de desnutrición.
En el apartado dedicado a Hitler nos habla del periodista científico Nicholas Wade, que en su publicación de 2014 titulada Una herencia incómoda: Genes, raza e historia humana, realiza una serie de afirmaciones dudosas y sugiere que la selección natural habría dado lugar a diferencias en aspectos como el coeficiente intelectual, los resultados escolares, el sistema político y el desarrollo económico en distintas partes del mundo. Para contestar a estas afirmaciones, cien de los principales investigadores de ADN del mundo entre los que se encontraban los suecos Svante Pääbo y Mattias Jakobsson, el danés Eske Willerslew y el estadounidense David Reich, firmaron un duro manifestó en el que se desaprobaban las tesis de Wade. Decían que no se podía permitir que Hitler decidiera cincuenta años después lo que se podía investigar.
Estos científicos hacen referencia al gigantesco proyecto que tiene como objetivo comparar la composición del ADN de miles de personas de diferentes países y continentes. Lo que han concluido hasta el momento es que la pigmentación de la piel de las personas se diferencia localmente, que el sistema inmunitario varía y que tenemos diferente capacidad de descomponer los alimentos. Pero también dice que no han encontrado diferencias entre las células cerebrales de los distintos grupos de población ni entre los distintos países. Es decir, cuando la ciencia se basa en hechos y no en prejuicios ideológicos o raciales, los resultados son totalmente diferentes.
En un mundo tan polarizado y enfrentado como el actual, y con tantos y tan graves problemas medioambientales y de recursos, la lectura de estos libros de divulgación científica resulta altamente aconsejable e intelectualmente reconfortante. Sobre todo, porque nos muestra que todos los seres humanos somos una gran familia, que procedemos del mismo tronco común.
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